Julio Martínez Mesanza | 22 de abril de 2021
Dante tiene presente siempre la batalla de la lengua, y la lleva a todos los terrenos. No se justifica, no se disculpa: combate con toda su energía a favor de una causa que considera legítima y verdadera.
La Chanson de Roland, los romans de Chrétien de Troyes, la lírica de los trovadores, el Poema de Mio Cid, los Milagros de Nuestra Señora y, por circunscribirnos a Italia, la poesía de Guido Guinizelli, la stilnovista y su propia Vita Nuova… Cuando Dante inicia su viaje por el infierno, ya se han escrito numerosísimas obras en romance, algunas de ellas de enorme importancia y de influencia duradera en la cultura occidental. Desde nuestra perspectiva, se puede afirmar que, a esas alturas, la utilización del volgare no representaba ya ninguna novedad. ¿Por qué, entonces, volver a la cuestión de la lengua cuando hablamos de la Commedia? Porque, para la mayoría de los lectores cultos de la época, los que gustaban del buen latín clásico, esa era una literatura interesante, sí, pero muy menor, destinada al público profano, y porque Dante, que conocía muy bien esa actitud condescendiente, nos estimula a hacerlo, dejando explícitamente claro que, para él, la cuestión de la elección de la lengua era fundamental.
Cuando, en 1319, Giovanni del Virgilio le invita a abandonar el carmen laicum para escribir en latín una obra de aliento heroico con la que podrá obtener la corona de laurel destinada a los grandes poetas, lo que está expresando es el pensamiento de esos poetas y gramáticos del temprano humanismo: un poeta de verdad solo lo es si escribe obras ambiciosas en latín. Del Virgilio viene a decirle, en alusión a Inferno IV, que cómo puede ser el sexto de esa compañía (recordemos que los otros cinco eran Homero, Virgilio, Horacio, Ovidio y Lucano) utilizando el lenguaje de la calle. Pero lo que manifiesta también es que esos poetas y gramáticos habían visto en Dante unas cualidades que tampoco eran las de los demás autores que escribían en su lengua vernacular.
Circulaban ya completos el Inferno y el Purgatorio, que se leían en las cortes y en los estudios, y hasta se recitaban en los talleres. Un poeta de esa talla tenía que ser por fuerza uno de los suyos. En la invitación de Giovanni del Virgilio se esconde, pues, una rendición implícita ante los méritos de Dante. Es el intento de quien ha visto que la excelencia está del otro lado, y no puede reconocerlo abiertamente sin alterar su propio estatus. La respuesta práctica de Dante serán dos églogas, sus dos únicas composiciones poéticas en latín, que certifican que también podía escribir, y mucho mejor que otros y con más capacidad de influencia en las generaciones posteriores, en una lengua que, para él, era artificial.
La respuesta teórica, para quien quisiera entenderla, ya estaba dada en De Vulgari Eloquentia y en el Convivio. Por lo demás, tenía aún que componer la segunda mitad, más o menos, del Paradiso y atender a demasiados encargos diplomáticos. Era, para los estándares de la época, un hombre ya mayor, castigado, además, por un sacrificado exilio. Aunque podemos afirmar que entre las intenciones de Dante no estaba en ese momento la de dispersarse en desafíos humanistas, tenemos que estarle agradecidos de que dedicara el poco tiempo libre que le quedaba (y el poquísimo de vida) a completar, y casi es un milagro, su Commedia.
La de la ‘Commedia’ es la lengua de la excelencia, de la totalidad, de lo elevado y de lo puramente terreno, de la comprensión y el desdén, del deslumbramiento por lo absoluto y del interés por la mínimo
¿Qué es para Dante ese volgare utilizado en la literatura de la época? Es la lengua que aprenden los niños de quienes los rodean, la que imitamos sin necesidad de ninguna regla. La otra, el latín (la «gramática») es artificial, y sus reglas se aprenden después de mucho tiempo y estudio (De Vulgari Eloquentia). Es, en definitiva, la lengua de nuestros padres y la que nos sirve para acceder al conocimiento (Convivio). Pero, naturalmente, ese solo puede ser un punto de partida. Si nos quedásemos ahí, si escribiéramos sin discernir y aprender las variantes más elevadas, los usos más cultos de esa lengua, nos expresaríamos de una manera tosca.
Así, después de examinar todas las hablas peninsulares, sus puntos a favor y en contra, Dante identifica un volgare ilustre, cardinal, áulico y curial, que no pertenece a ninguna región ni ciudad en particular y que sirve para comparar y sopesar las numerosísimas variantes dialectales. Ese volgare ilustre no lo puede utilizar cualquiera, solo los que tienen ingenio y cultura. Y una observación muy importante: el volgare de la poesía es el modelo del volgare de la prosa, y no al revés. Como vemos, Dante tiene presente siempre la batalla de la lengua, y la lleva a todos los terrenos. No se justifica, no se disculpa: combate con toda su energía a favor de una causa que considera legítima y verdadera.
Ese volgare ilustre tiene en la canzone su expresión más lograda. No en el soneto ni en la balada, en la canción (Convivio). A través de los tratados de Dante y de la lectura de las obras que preceden a la Commedia, asistimos a la exaltación de ese lenguaje elevado, que parece sencillo, por su claridad, y que es extremadamente aristocrático, por su proceso de depuración, por su capacidad para transcribir los más sutiles movimientos del alma. ¿Es la lengua de la Commedia esa lengua aristocrática? Sí, porque la incluye, y no, porque es mucho más y muy distinta (y no solo por el hecho de que esté al servicio de una «comedia» y reclame unos registros más humildes).
La de la Commedia es la lengua de la excelencia, de la totalidad, de lo elevado y de lo puramente terreno, de la comprensión y el desdén, del deslumbramiento por lo absoluto y del interés por lo mínimo, que está lleno de vida, la lengua de las sentencias más poderosas y de las imágenes más arriesgadas. Ese volgare ilustre y aristocrático habría resultado insuficiente. Había que elevarlo más, por la exigencia de la teología; hacerlo más acerbo, por la ejemplaridad moral; más descriptivo, por la topografía y la escenografía, y también dialogante, para que todos pudieran decir lo suyo. Sobre esa lengua, que era nueva y era solo suya, Dante no escribió nada. Es una tarea que dejó a las generaciones futuras.
El Debate de Hoy conmemora el VII centenario del fallecimiento del poeta italiano con una serie de artículos que puedes seguir en este enlace.
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Dante me ayudó a obtener la habilidad de ver el mundo iconográficamente, como una ventana a lo divino. Mi fe cristiana ortodoxa me enseña que así son las cosas, al igual que la metafísica y la filosofía tradicionales. De alguna manera, no lo había entendido como debía hasta que leí la Divina Comedia.