Ana Rodríguez de Agüero | 22 de mayo de 2021
Quizá lo más singular de esta obra es la forma en la que, con unos «mimbres» que son, aparentemente, sencillos y siempre parecidos se va tejiendo una trama de extraordinaria riqueza y variedad.
Quasi una fantasía es la última entrega -de momento- de la monumental obra que, bajo el título genérico de Salón de pasos perdidos, está escribiendo Andrés Trapiello y que constituye probablemente el proyecto literario más ambicioso de nuestros días. A las novedades que definen esta obra (desde el género, inclasificable, con notas heterogéneas -diario, novela, aforismos, reflexiones literarias, crónica…-, hasta la cuestión temporal, donde se entremezcla la fecha de la escritura original con la de la reescritura previa a la publicación), se añade en este volumen una nueva: el cambio de editorial.
Quasi una fantasía
Andrés Trapiello
Ediciones del Arrabal
528 págs.
29,90€
A diferencia de los veintidós volúmenes precedentes, publicados por Pre-textos, este tomo aparece en una editorial nueva, Ediciones del Arrabal, que es además un proyecto familiar, del escritor y su mujer, con sus dos hijos (todos ellos protagonistas de los diarios). A la mezcla de literatura y vida a la que estábamos acostumbrados se añade ahora un ingrediente nuevo: y se mezclan vida, literatura y edición.
Quizá lo más singular de esta obra es la forma en la que, con unos «mimbres» que son, aparentemente, sencillos y siempre parecidos (la vida cotidiana de familia, entre Madrid y el campo extremeño, los domingos en el Rastro, los viajes relacionados casi siempre con cuestiones literarias, los amigos…) se va tejiendo una trama de extraordinaria riqueza y variedad. Jesús Montiel hablaba de esto hace poco, en un valioso artículo titulado Contra los originales, en el que citaba a Trapiello, junto a Sánchez Rosillo, Christian Bobin o Thomas Merton: «Mi biblioteca está repleta de enclaustrados por un motivo sencillo: quien no se mueve mucho muscula la atención, aprende la vigilancia de lo cercano y por tanto lo más inadvertido». También el autor lo afirma explícitamente en este volumen: «En mi caso estos libros son, más que diarios de viaje, un viaje en tiovivo. Se acaba pasando siempre por los mismos sitios y viendo a las mismas gentes» (p. 167).
Estas querencias no deben, sin embargo, distraernos de lo esencial: la mirada que subyace a lo mirado. La mirada que traslucen estas letras va afinándose cada vez más, afilándose también, mostrando nuevos relumbres y recovecos de la realidad. La mirada que transparentan los diarios es, a mi juicio, lo más valioso de la obra (y cuando ya tenía escrita esta reseña leo el titular de una entrevista a Trapiello, en la que habla de este tomo, y dice precisamente: «Escribir no es difícil, lo difícil es mirar»).
La mirada del autor en el inicio del año en Las Viñas, o en la boda de R., el hijo mayor, o en la muerte de JAMR -por citar tres de las que más me han interpelado en este libro- es una mirada universal, que trasciende el momento concreto, la anécdota narrada, para dirigirse a lo nuclear, lo esencial de la experiencia humana. En esta obra se cumple lo que resume el autor en forma de aforismo: «El objeto de la literatura es mejorar la vida, como el de la vida es mejorar la literatura» (p. 383).