Pablo Velasco | 22 de mayo de 2021
Una biblioteca en el oasis presenta comentarios de obras de la literatura universal para alimentar la fe, pero «no por vía de tesis catequéticas, sino por la discusión de contenidos».
Recomendar, y mucho menos regalar, un libro no es cualquier cosa. Nuestra Esperanza Ruiz tiene una serie de entrevistas en el portal Leer por Leer en las que una de sus preguntas recurrentes es esa de cuál es el libro que regalarías para ligar. Lo mejor es la unanimidad de las respuestas: casi todos afirman la importancia de ese hecho, como para ir tan rápido.
Por algo dicen las encuestas (y aquí creo que aciertan de pleno) que sobre todo nos fiamos de amigos y familiares para elegir nuestras lecturas. Ya después vienen los críticos de revistas literarias, los comentarios de las redes sociales y los innumerables foros en internet.
Una biblioteca en el oasis
Juan Manuel de Prada
Magnificat
416 págs.
19,90€
Pero, desde luego, creo que estamos de acuerdo en que aceptamos como «amigos y familiares» a determinados autores a los que leemos y seguimos. Hace unos días, una buena amiga recordaba en esta categoría a Charles Moeller y su Literatura del siglo XX y cristianismo. Esta obra, que publicó hace años en España la editorial Gredos (ojo, editores, aquí hay obra para reeditar), está dividida en varios tomos en los que el sacerdote y crítico literario belga —consciente de que vivimos en «la hora veinticinco», tiempo de esperanzas perdidas, apocalipsis y falsos profetas, donde «el cristiano no tiene un minuto de descanso»— se pregunta ¿cómo reaccionan los hombres honrados? Y Moeller acude a todo tipo de «hombres honrados», por cierto, escritores todos ellos, sí, pero no todos seguidores de Cristo. Es decir, encontraba en la literatura del siglo XX el grito del hombre contemporáneo, lo contrario a un silencio del que a veces acusamos a la creación artística.
A Moeller, entonces, voy a añadir a Juan Manuel de Prada con su reciente Una biblioteca en el oasis. Recopilación de las colaboraciones del escritor en la revista Magníficat (sí, sí, esa que encontramos en capillas e iglesias, esa que nos ha sacado de tantos apuros, misas de campaña, y que nos acompaña en la oración cotidiana) que dirige el sacerdote Pablo Cervera.
Cervera es bien conocido en esta casa. Fue director de Pastoral del CEU y dejó una gran impronta. Después dirigió la BAC, y dejo plasmado en hechos eso del «pan de nuestra cultura católica». Él mismo cuenta en su «nota del editor» que insistió a De Prada para publicar comentarios de obras de la literatura universal de todos los tiempos para alimentar la fe, pero «no por vía de tesis catequéticas, sino por la discusión de contenidos».
Él no viene de ningún lado ni va a ninguna parte, a él no le ocurre nada que pueda afectarlo como acontecimientoJosé Jiménez Lozano
Con el tiempo, el escritor aceptó envite tan sugerente, no sin cierto recelo (que él mismo confiesa y que él mismo afirma que no ocurrió, porque esta colaboración ha terminado siendo: «La más libre de cuantas he mantenido desde que me estrené como escritor»). Y el resultado está en que encontramos «literatura que se confronta con el drama humano», lejos de una literatura infantilizada «que niega el principio de la felix culpa, de la libertad imperfecta que caracteriza la lucha del hombre en busca de la redención».
En las páginas de Una biblioteca en el oasis encontramos comentarios sobre (entre otros muchos) G.K. Chesterton, Leonardo Castellani (que introdujo en España el propio De Prada), Papini, Mauriac, Newman, d’Ors, Calderón, Edo o Flannery O’Connor.
Todos los elegidos por De Prada comparten algo que anotaba don José Jiménez Lozano en un coloquio con la profesora Guadalupe Arbona: la incomodidad que producen a la modernidad, ese hombre moderno que «siente miedo ante la historia y las historias del hombre, le incomodan, las desprecia, las odia y trata de acabar con ellas. Porque son la presencia de lo que él quiere destruir y olvidar. Él no viene de ningún lado ni va a ninguna parte, a él no le ocurre nada que pueda afectarlo como acontecimiento».
Quizá lo más singular de esta obra es la forma en la que, con unos «mimbres» que son, aparentemente, sencillos y siempre parecidos se va tejiendo una trama de extraordinaria riqueza y variedad.
La existencia de Dios es inverosímil sin la afirmación robusta de la existencia de la libertad humana, y la universidad debe ser un lugar de defensa de esa libertad en el conjunto de los saberes que cultiva.