Juan Orellana | 23 de abril de 2021
Hollywood apuesta mayoritariamente por películas que miran al mundo con desencanto, populismo político y que hacen del «otro» una amenaza.
El día 26 de abril se dará a conocer la cinta que finalmente se hará con el Óscar a mejor película, el Óscar más codiciado de entre todas las categorías. Si analizamos las ocho películas que aspiran al preciado galardón, observamos algunos importantes elementos comunes que nos permiten hablar de «síntomas» de la cultura hollywoodiense. Síntomas que, en gran medida, definen la agenda cultural de la Academia, que casi siempre coincide con la del Poder dominante, el verdadero Sauron de nuestros tiempos.
En primer lugar, vamos a fijarnos en el contenido político de los filmes que lo tienen. Es el caso de Judas y el mesías negro (Shaka King, 2021), El juicio de los 7 de Chicago (Aaron Sorkin, 2020) y Mank (David Fincher, 2020). Ninguna estrenada en cines, ya que la primera lo hizo en HBO y las otras dos en Netflix, plataforma que suma nada menos que treinta y cinco nominaciones. Las dos primeras transcurren a finales de los sesenta, coincidiendo con la llegada de Richard Nixon a la Casa Blanca. Ambas tienen un fuerte contenido antisistema y alaban movimientos marxistas extraparlamentarios y sesentayochistas.
En sus planteamientos maniqueos, coinciden al demonizar a la Administración y al FBI de Edgar Hoover como representantes de un poder conservador, racista y profundamente inmoral. Ambas películas comparten al personaje de Fred Hampton, líder del partido Black Panther en Illinois, que fue asesinado por el FBI gracias a un infiltrado en sus filas. Mank -que recrea la gestación del guion de Ciudadano Kane– traslada este planteamiento radical al Hollywood de los treinta, y enfrenta al guionista liberal y progresista Herman J. Mankiewicz con el establishment, en cuya cúspide se encuentra el magnate del cine y de la prensa Randolph Hearst.
Este aire izquierdista y antirrepublicano es tradicional en Hollywood, pero la novedad estriba en el tono antisistema y radical de estas películas, portadoras de un populismo poco habitual.
Otro grupo de películas se caracteriza por una visión crítica y desencantada del sueño americano. Nos referimos especialmente a Minari. Historia de mi familia (Lee Isaac Chung, 2020) y a Nomadland (Chloé Zhao, 2020). Curiosamente, estas demoliciones del american dream vienen de la mano de cineastas de origen inmigrante. A pesar de que su telón de fondo transpira un melancólico fracaso, son las cintas más humanas y con elementos más esperanzadores.
Minari, situada en la era Reagan, cuenta la historia de una familia coreana que arriesga todo lo que tiene para cultivar productos de su tierra en Arkansas. Pero la suerte no los acompaña y la familia pagará las consecuencias del empecinamiento del padre. No obstante el drama, la película ofrece muchos momentos de tierno humor y expone con autenticidad las luces y sombras de la vida familiar.
Más redonda es Nomadland, en la que una genial Frances McDormand encarna a una mujer que lo ha perdido todo: desde el trabajo y la casa hasta el marido. Se convierte sin quererlo en una nómada que recorre las infinitas autopistas americanas en su autocaravana, viviendo de pequeños trabajos temporales. La soledad es su mejor compañía, pero ella no logra arrancar de su corazón la nostalgia de una compañía para la vida.
Las dos películas siguientes dan un paso más en el camino del desencanto. Si las primeras que hemos visto hacen gala de una desconfianza hacia el sistema, y las segundas han perdido la fe en la americana tierra de promisión, Una joven prometedora (Emerald Fennell, 2020) convierte al «otro» en una amenaza. El argumento parte de un trágico episodio de «manada»: un grupo de estudiantes de medicina abusa sexualmente de una compañera que, como consecuencia de ello, abandona la carrera y finalmente pierde la vida. Su mejor amiga decide hacer pagar esa injusticia vengándose del género masculino en general, empleando un método poco convencional. En la línea del movimiento MeToo, a la película la lastra su mirada despiadada sobre la supuesta guerra de géneros y su excesiva extravagancia.
En El padre (Florian Zeller, 2020), el enemigo potencial ya no es el otro, sino uno mismo. El protagonista padece un alzheimer incipiente y confunde la realidad con sus delirios. Ni siquiera ya sabe bien quién es su hija. Su existencia se convierte en un laberinto en el que se encuentra perdido y solo. Una cinta conmovedora, tan triste como bien interpretada por Anthony Hopkins.
La excepción a esta colección de retratos del pesimismo es la más minoritaria de todas, Sound of Metal (Darius Marder, 2019), una historia de redención en la que el otro no es motivo de sospecha sino camino de salvación. Aquí se parte del hoyo -enfermedad, drogas, caos- para alcanzar la luz gracias a inesperados samaritanos. Un batería que se queda sordo tendrá que pulsar el botón de «reiniciar» en su vida, y partir de lo esencial. Incluso el final nos ofrece el único horizonte trascendente que encontramos en las ocho películas.
Así pues, si tomamos las películas como «síntomas» del diseño cultural de Hollywood, parece que la enfermedad es grave: la pérdida de confianza en los pilares de nuestra forma de vida. No quedan certezas ni por tanto senda que recorrer. Ni la política, ni los ideales, ni el otro, ni uno mismo son ya aliados en el camino de la vida. Y Dios ni está ni se le espera. Pero queda esa pequeña esperanza de Sound of Metal: la sordera puede acabar abriéndonos los ojos.
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