G.K. Chesterton | 23 de septiembre de 2020
El nuevo método del periodismo es ofrecer muchos comentarios, o al menos, muchas circunstancias secundarias que no dejan espacio para los hechos originales. Lord Rosebery deseaba tener la historia sin la moral. Parece que ahora tenemos la moral sin la historia.
Lord Rosebery, según creo, hizo una paradójica sugerencia al afirmar que los periódicos debían consistir en noticias. Proponía excluir todo comentario, ya fuera moral, político y (espero) financiero. Podría dudarse de que los periódicos bajo el escrutinio de su señoría fueran a quedarse desarmados por una reforma tan simple. Se sabe que los periódicos, hasta la fecha, se han permitido utilizar métodos mucho más directos que el comentario. En el peor de los casos, los comentarios serán solo falaces; las noticias pueden ser falsas. O aunque no sean falsas, pueden ser seleccionadas de modo que den una imagen completamente falsa del lugar o del asunto del que se discute.
La selección es el elevado arte de la falsedad. Tennyson lo dijo muy débil e inadecuadamente cuando afirmó que la mentira más nigérrima es la mentira que es una media verdad. La mentira más nigérrima es la mentira que es una completa verdad. Si se me concede el derecho de seleccionar cualquier cosa, ya no necesitaré inventarme nada. Si en mi Historia del Mundo, a publicar dentro de varias centurias, se me permite marcar el siglo XIX solo con los nombres de Mr. Whitaker Wright y Jack el Destripador, prometo que no añadiré ningún comentario más. Si se me da libertad para informar de este planeta al hombre de la luna diciéndole que está habitado por escorpiones y millonarios surafricanos, dejaré que sean los hechos los que hablen por sí mismos. Comenzaré a crear una falsa impresión solo con los hechos. No pediré decir qué escojo, mientras pueda escoger lo que escojo. En tanto y cuanto no se me pida que diga la verdad, me comprometeré felizmente a no decir ninguna mentira.
Suponíamos, inocentemente, que este era el trato aceptado. Los periódicos no necesitan ofrecer ninguna opinión sobre los hechos, pues los mismos hechos son tan artísticos y unilaterales como cualquier opinión. El comentario más perfecto estropearía una historia que ya habría sido seleccionada con la perfección de un epigrama. «Noticias internacionales» de uno de los más avanzados diarios ya es en sí mismo un comentario sobre la complejidad de Europa; y ¿por qué íbamos a necesitar un comentario sobre el comentario? Yo, por ejemplo, me había acostumbrado al consolidado uso moderno: información estrictamente parcial, asépticamente vendida por cualquier retórica parcial. Pero últimamente he visto desarrollarse un nuevo método, que seguramente merece destacarse, aunque solo sea porque trae de nuevo a colación la cuestión de Lord Rosebery de un modo algo extraño.
El nuevo método del periodismo es ofrecer muchos comentarios, o al menos, muchas circunstancias secundarias que no dejan espacio para los hechos originales. Lord Rosebery deseaba tener la historia sin la moral. Parece que ahora tenemos la moral sin la historia; en cualquier caso, tenemos los efectos morales sin la historia. Arrojamos una piedra al mar, que se pierde de vista para siempre; solo vemos las ondas concéntricas que se van ensanchando por todas las aguas del mundo. La prensa inglesa o americana se ve sorprendida por una tormenta de indignación sobre algo; nuevas fases de esta indignación van relampagueando hora tras hora; pero la dificultad real será la de descubrir el esquema básico del asunto original.
La mayoría de mis lectores habrán observado, espero, ejemplos de esta abrumadora ola de irrelevancia. Algunos corredores de bolsa en Ámsterdam (digamos) arrojan muebles a un subastador. No oímos nada del evento, sin embargo, ni siquiera en esta forma tan básica. Pero leemos un titular que dice: «Movimiento antisubastas en Holanda», y después, en letra más pequeña, «Fuerte protesta en Chicago». Y se convierte entonces en una corriente del periódico durante varios días, bajo un título establecido: «La persecución holandesa» o «El grito de los subastadores». Bajo el titular, siguen toda una serie de cosas en pequeños párrafos separados, un intento de entrevistar al embajador chino sobre el tema; la opinión del Sr. Carnegie, que opina que el objeto arrojado al subastador probablemente duela; el pronunciamiento papal sobre la ética de la subasta; una carta firmada por «un britón indignado» pidiendo que todos los corredores de bolsa (o todos los holandeses) sean expulsados de Inglaterra; la propuesta de cualquier brioso idiota pidiendo la apertura de una suscripción a favor de no sé quién; y finalmente, diversas llamadas a la calma que nos aseguran que el asunto no afectará a la liquidez de los bancos, ni a la salud del Rey, ni a los balleneros del mar del Norte ni a las elecciones generales.
La selección es el elevado arte de la falsedad. Si se me concede el derecho de seleccionar cualquier cosa, ya no necesitaré inventarme nada
Tengo que deambular a través de este bosque de hechos intrascendentes, tratando en vano de encontrar los hechos sobre los que en última instancia debo basar mi opinión. Me gustaría saber lo que hizo el subastador, por qué le arrojaron los muebles, qué alegan en su defensa para haber hecho eso, si él arrojó primero otros muebles y, en general, todo aquello que debiera saber si fuera un miembro del jurado que fuera a conocer del caso. Pero justo son estos los hechos que no voy a encontrar en un periódico. Anécdotas de la infancia del subastador, casos paralelos de la tiranía de los prestamistas en la Edad Media, pronunciamientos apasionados de novelistas y ministros no conformistas acerca de que debemos entrar y vencer; pero no la historia.
Este curioso método ha marcado, durante algún tiempo, nuestra actitud en el caso de los crímenes del extranjero o de las tiranías contra las que nosotros, los ingleses, estamos tan heroicamente dispuestos a rebelarnos. Recuerdo que los informes del segundo juicio a Dreyfuss estaban tan cargados de anécdotas y opiniones y habladurías europeas que no quedaba hueco para ningún dato acerca de las evidencias. El relato del juicio era algo de lo que ningún ser humano pueda sacar nada en limpio: preguntas sin respuesta, respuestas no provocadas por ninguna pregunta, repentinos cambios de tema, prolongadas y febriles persecuciones de personas de las que nadie había oído hablar, abruptas declaraciones de hombres públicos acerca de revelaciones que no habían sido reveladas… algo como leer los informes de las leyes en una pesadilla. La historia del telegrama de Pannizardi se utilizó de modo que no tenía ningún sentido; no fue hasta mucho después que empecé a unir las piezas, con destacados resultados para mi solaz.
Este es el peligro que afrontamos en todas nuestras indignaciones inglesas sobre Rusia, España, sobre el Congo. Es muy probable que estemos equivocados; pero me gustaría oír el error, no oír acerca del error. Suele suceder casi siempre que es alguna cuestión extraña e impertinente acerca del credo, del tipo social o una analogía histórica sobre la que se quejan nuestros protestones. Solo pondré un ejemplo. No vi al infeliz Ferrer[1] condenado, pero puedo imaginarme que su juicio fuera apresurado e injusto. Recuerdo cómo eran nuestras cortes marciales en África enfrentadas a una rebelión mucho menos considerable.
Ahora, si Ferrer fue injustamente condenado, sus jueces habrían de ser denunciados, aunque fuera el más sucio bandolero o ladrón de España. Pero los periodistas indignados no dicen: «En este aspecto y en este otro, el proceso a Ferrer fue injusto». En su lugar, nos dicen que era un gran pedagogo. A esto me refiero cuando hablo de introducir moralidad irrelevante en lugar de la historia. ¿Por qué no se va a ejecutar a un pedagogo como a cualquier otro?, ¿por qué no habría de merecer el disparo como cualquier otro? Conozco a más de un pedagogo al que le vendría bien un rapapolvo. Grandes pedagogos anteriores han sido opresores y libertinos, crueles torturadores, o viles corruptores de la juventud. No digo que Ferrer no fuera un hombre justo y honorable; no sé nada de él, gracias a los periódicos. No es el primer hombre justo y honorable que ha sido ejecutado por otro hombre justo y honorable en tiempos de rebelión armada.
Lo que pretendo aquí es protestar contra el método intelectual de transferir el sentimiento público de injusticia ante su sentencia a la excelencia de su profesión o hobby. Mucha gente pobre ha muerto en España en los disturbios, y confieso que no me siento a gusto con este hábito periodístico inglés que considera el puño del tirano no como un puñetazo contra la humanidad, sino como un puñetazo frente a la educación o a la eminencia.
1.- Francisco Ferrer Guardia, anarquista. Condenado por los sucesos de la Semana Trágica de Barcelona. Fue ejecutado en octubre de 1909.
Es prácticamente imposible encontrar la verdad en ningún periódico. Están casi callados acerca de las luchas reales del mundo moderno, hasta que estas luchas han concluido.
Desde un principio, ha habido dos tipos de poesía, la que mira fuera de la ventana y la que mira dentro. Los libros modernos han abandonado la idea de que pueda haber poesía en las obligaciones.