Fernando Ariza | 24 de diciembre de 2019
El relato, como la Navidad, es breve e intenso. Un género literario perfecto para degustar entre comilonas, celebraciones y regalos.
El verano es un momento estupendo para comenzar, y terminar, grandes novelas. Tal vez las Navidades no lo sea tanto. Poniéndonos secos, podemos definir estos días como breves e intensos. La trepidación de estas apenas dos semanas, divididas en preparar (decoración, regalos, comida…) y disfrutar me parece poco apropiada para comenzar un novelón ruso. Existe un género literario que se caracteriza precisamente por ser breve e intenso: el relato. Si nos pusiéramos un poco sentimentales, podríamos encontrar un tercer adjetivo que perfectamente se ajusta a las Navidades y a los relatos. Ambos tienden a la magia. Incluso un realista recalcitrante como Charles Dickens introduce lo fantástico en sus relatos navideños.
Pero me he prometido no hablar del aquel famoso y mil veces versionado cuento del escritor victoriano; y ni siquiera mencionarlo, por evidente y por gastado, en el momento de escribir sobre cuentos navideños. Porque esa es mi intención en este artículo. Las narraciones breves me parecen excepcionales para los pocos momentos de pausa que nos permitimos entre preparación y celebración.
El Debate de Hoy ha estrenado un nuevo pódcast, La fortaleza Bastiani, dedicado al mundo de la literatura. Escúchalo:
Los cuentos de Navidad podrían dividirse en dos grupos: los clásicos y los contemporáneos. Los primeros vienen a ser los tradicionales que desde el siglo XIX vienen a nuestra memoria. Son cuentos tiernos y biempensantes que nos explican las grandes virtudes de estas fiestas y nos hacen sentirnos más navideños. El no mencionado cuento de Dickens viene a ser el paradigma, pero no por ello el único. Otros ejemplos son Markheim de Robert Louis Stevenson, El regalo de los Reyes Magos de O. Henry y, por supuesto, La cerillera de Hans Christian Andersen, lacrimógeno donde los haya.
La sensibilidad ha cambiado desde el siglo XIX. Son narraciones hijas de un mundo mucho más estable, con los grandes relatos ideológicos aún intactos. Yo mismo no soportaría un cuento escrito en la actualidad con la melosidad de los de antaño (que los hay), pero parto de la idea de que ya los hemos leído y han formado parte de nuestra educación estética y sentimental. Picasso no innovó hasta haber dominado las técnicas pictóricas más tradicionales. Quien no haya leído a los clásicos, ya está tardando.
Estos relatos son estupendos para contar en familia. Si hay algo mágico, es la cara de los niños cuando escuchan una historia. Utilizan el mejor dispositivo de realidad virtual inventado: la imaginación. Y viene de serie. Todo un ejemplo de cómo introducir la lectura en la infancia y fomentar la imaginación de los niños lo da Tolkien en sus Cartas de Papa Noel. Un librillo ilustrado donde aparecen las cartas que el hombre del Polo Norte escribía a los hijos del profesor por el día de Navidad. La peculiar letra de Tolkien aparece acompañada de preciosas acuarelas en su característico estilo entre El Principito y William Blake. Comienza en los felices años veinte y termina en los oscuros cuarenta.
Luego están los relatos que podemos denominar contemporáneos. Fueron escritos con mucha más voluntad literaria y tenían, frente a los anteriores, unos padres que matar. Mejor no lo puede explicar Paul Auster: “¿Cómo podía nadie proponerse escribir un cuento de Navidad que no fuera sentimental? Era una contradicción en los términos, una imposibilidad, una paradoja. Sería como tratar de imaginar un caballo de carreras sin patas o un gorrión sin alas”. Precisamente son palabras de ese narrador/autor que tantas veces frecuenta el neoyorquino. Aparece en el estupendo El cuento de Navidad de Auggie Wren, relato germinal de la película Smoke. No es sentimental, pero tiene sentimiento. No es mágico, pero tiene su magia.
Termino con escritores tan distantes como Dylan Thomas y Truman Capote. Escribieron sendos relatos titulados La Navidad para un niño en Gales y Un recuerdo de Navidad. Los dos tuvieron vidas intensas y breves, como la Navidad. Y los dos recurren a ella para recuperar esos pequeños instantes de felicidad. Y es que es muy difícil escapar a la magia de estos días.
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