César Utrera-Molina Gómez | 26 de abril de 2021
La historia de Little A. muestra sin tapujos los efectos devastadores de la ruptura cultural y antropológica producida con el fin de la década de los 60 en personas concretas.
La historia de Little A., la del hijo de Cohen al que no dejaron nacer, y la de una familia inglesa en la isla griega Hydra en los 60 parecen historias marginales del documental So Long Marianne, sobre Leonard Cohen. Sin embargo, estas historias dejan una huella triste, oscura, difícil de olvidar.
So Long Marianne, nombre de una famosa canción, alude a la relación sentimental de Cohen con la noruega Marianne y sirve como hilo conductor de un relato biográfico y musical del solista canadiense en el documental. Tiene un tono triste y elegíaco, el adecuado para un músico talentoso y depresivo como Cohen. Trata con cierta distancia al personaje. Aborda con finura la relación entre talento e inmadurez personal, entre la libertad sin ataduras de las postrimerías de los 60 y las cicatrices que dejó.
No orilla datos dolorosos, narra con transparencia y sin indulgencia los excesos propios de un triunfador en el mundo musical en los 60 y 70, sus frecuentes depresiones o su retiro a un monasterio budista durante 5 años en Toronto. También cómo tuvo que empezar de cero en los 80, pues su agente se había gastado toda su fortuna, estando él en el monasterio. Sin embargo, el documental tiene la virtud inesperada de reflejar algo más profundo: una suerte de revelación dolorosa de ese tiempo, de la cara oculta del éxito y la fama.
Particularmente, la historia de Little A. muestra sin tapujos los efectos devastadores de la ruptura cultural y antropológica producida con el fin de la década de los 60 en personas concretas. Little A. vivía con su madre en la isla griega, paradisíaca y aislada, en la que recaló el cantante y, siendo niño, forma parte de la alegre y despreocupada colonia de expatriados que viven la emergencia cultural y social de finales de los 60. Aparece la imagen de Little A. nítida, pueril y silente en fotos y filmaciones del momento. Su presencia en el documental no pasa para nada desapercibida. En un momento dado, se relata que su conducta empieza a ser extraña. Se relata cómo su madre, además de musa del cantante, tuvo múltiples y sucesivos amantes durante esa época. Luego, de pasada, se cuenta que la vida de Little A. transcurre, ya adulto, entre ingresos y salidas de instituciones mentales.
En un momento determinado, tras contar el fracaso de su convivencia en América con Cohen, Marianne queda embarazada. Aborta en Inglaterra. Cohen no llegó a saber del embarazo. La voz en off informa de que ella pensó que era la mejor manera de preservar la carrera del cantante. El vínculo entre ambos duró toda la vida. El destino de la familia británica no fue mejor. Pasaron de ser los guías y decanos de la experiencia sesentayochista en la pequeña isla y, tras 20 años allí, tuvieron que regresar a Inglaterra. El matrimonio muere muy poco después de su vuelta a Inglaterra. Uno de ellos se suicidó y sus hijos, crecidos en Grecia, tuvieron graves problemas de adaptación tras su vuelta a Inglaterra.
Cuando se habla del advenimiento de ciertas libertades gracias a las conquistas del 68, conviene no desvincularlo del destino concreto de Little A., del hijo que nunca vio la luz de la pareja que protagoniza el documental y del desabrido destino de los hijos de aquel matrimonio inglés y, sobre todo, de los innumerables y desconocidos hijos que dejaron de tener padres, convertidos en perpetuos adolescentes o, peor aún, en adultos inmaduros para siempre, y de las enormes heridas y confusión que produjeron a los que sufrieron las consecuencias de la conducta liberada de sus padres a partir de entonces.
Visto desde la anterior perspectiva, qué bien se entiende a Michelle Houllebecq. Un escritor que a menudo en sus libros da voz al dolor producido por esa «liberación del 68» que nadie ha querido contar antes. El nihilismo brutal que acompaña a las relaciones personales de muchos de sus personajes debe leerse bajo el espejo cóncavo de la liberación sexual que advino entonces. Todo el vitriolo y el rencor impúdico y doloroso de muchos de los pasajes que Houllebecq dedica a los padres de la generación del 68 se entienden en esta clave. La clave de los innumerables inocentes que no entendieron qué les sucedió a sus padres, de los hijos de diferentes generaciones que sufrieron sin merecerlo ese cóctel de ideología radical, uso insensato de las drogas y disolución de los compromisos personales que comenzó con el 68. Esa gran mentira.
La canción Let it be puede interpretarse como un fogonazo católico de Paul McCartney con una religiosidad tan evidente que provocó el enfado y sabotaje de John Lennon.
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