Hilda García | 26 de agosto de 2017
La obra cumbre de Gabriel García Márquez, que narra las peripecias de una saga familiar, está salpicada de interesantes reflexiones sobre el sentido de la existencia humana.
Suscríbete a nuestro canal en iVoox
«José Arcadio soñó esa noche que en aquel lugar se levantaba una ciudad ruidosa con casas y paredes de espejo. Preguntó qué ciudad era aquella, y le contestaron con un nombre que nunca había oído, que no tenía significado alguno, pero que tuvo en el sueño una resonancia sobrenatural: Macondo».
Macondo es el nombre de una localidad imaginaria que bien podría situarse en la Colombia de finales del siglo XIX y principios del XX. Aislada y alejada de la civilización, es el escenario en el que se desarrolla Cien años de soledad, la obra más célebre de Gabriel García Márquez (Aracataca, Colombia, 1927-Ciudad de México, 2014).
«El pueblo había llegado a tales extremos de inactividad, que cuando Gabriel ganó el concurso y se fue a París con dos mudas de ropa, un par de zapatos y las obras completas de Rabelais, tuvo que hacer señas al maquinista para que el tren se detuviera a recogerlo».
La novela narra las peripecias de una saga familiar a lo largo de un siglo: nacimientos, relaciones amorosas, fallecimientos… en ese pueblo que se abre a la modernidad y al falso progreso. La trascendencia de Macondo en el relato pone de relieve la fortaleza de las raíces que unen al hombre a su lugar de origen.
«Todavía no tenemos un muerto. Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra».
Capitalismo, huelgas, violencia, explotación, plagas, catástrofes naturales son algunos de los episodios que acontecen durante tantos años. Pero la historia de la fundación, desarrollo y destrucción de Macondo es tan solo un pretexto para abordar muchas de las cuestiones que ocupan y preocupan al ser humano.
Una de las materias más recurrentes es la que da título a la novela: la soledad. A pesar de que los personajes viven rodeados de un nutrido círculo familiar, este sentimiento está muy presente a lo largo de toda la narración.
«La vida se le iba en bordar el sudario. Se hubiera dicho que bordaba durante el día y desbordaba en la noche, y no con esperanza de derrotar en esa forma la soledad, sino todo lo contrario, para sustentarla».
La soledad parece mantener una íntima conexión con la evocación del pasado. En el libro, ningún personaje parece feliz, casi todos están marcados por un destino trágico que, además, transmiten a sus descendientes.
«La soledad le había seleccionado los recuerdos, y había incinerado los entorpecedores montones de basura nostálgica que la vida había acumulado en su corazón, y había purificado, magnificado y eternizado los otros, los más amargos».
El eje del relato es Úrsula Iguarán, la matriarca de la dinastía, que se casa con su primo José Arcadio Buendía y sobrevive a todas las generaciones, excepto a la última. Pero su longevidad no es excepcional. Otro personaje, Pilar Ternera, vive más de 145 años. Por ello, esa recurrente sensación de melancolía muchas veces aparece íntimamente ligada a la vejez.
«Había necesitado muchos años de sufrimiento y miseria para conquistar los privilegios de la soledad, y no estaba dispuesta a renunciar a ellos a cambio de una vejez perturbada por los falsos encantos de la misericordia».
Una etapa, el final de la vida, en la que no falta el amor, un asunto ampliamente tratado en la historia.
«Locamente enamorados al cabo de tantos años de complicidad estéril, gozaban con el milagro de quererse tanto en la mesa como en la cama, y llegaron a ser tan felices, que todavía cuando eran dos ancianos agotados seguían retozando como conejitos y peleándose como perros».
En contraposición, el nobel dedica algunas de sus páginas a otro sentimiento universal: el odio.
«Elaboró el plan con tanto odio que la estremeció la idea de que lo habría hecho de igual modo si hubiera sido con amor».
Las disquisiciones en torno al ejercicio de la política tampoco quedan al margen de la exposición.
«La única diferencia actual entre liberales y conservadores, es que los liberales van a misa de cinco y los conservadores van a misa de ocho».
García Márquez aborda también el sempiterno problema de la guerra, que describe como “realidad dramática” y absurda.
«Terminó por perder todo contacto con la guerra. Lo que en otro tiempo fue una actividad real, una pasión irresistible de su juventud, se convirtió para él en una referencia remota: un vacío».
El escritor colombiano incluso da curiosas pinceladas sobre el arte literario, cargadas siempre de premeditada ironía.
«No se le había ocurrido pensar hasta entonces que la literatura fuera el mejor juguete que se había inventado para burlarse de la gente».
Esta frase cobraría sentido tiempo después, cuando el propio autor, en una entrevista concedida a El Semanal, confesó: “Los críticos tratan de solemnizar y de encontrarle el pelo al huevo a una novela que dice muchas menos cosas de lo que ellos pretenden. Sus claves son simples, yo diría que elementales…”.
A pesar de que el propio creador estimaba sobrevalorada su obra, para muchos, Cien años de soledad no es una simple novela, sino un tratado filosófico cargado de sabiduría, experiencia y profundas reflexiones sobre la existencia humana. García Márquez se ha ido, pero ha dejado para la posteridad un rosario de sentencias antológicas.
«El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad».
«Se sintió olvidado, no con el olvido remediable del corazón, sino con otro olvido más cruel e irrevocable que él conocía muy bien, porque era el olvido de la muerte».
«No entendía cómo se llegaba al extremo de hacer una guerra por cosas que no podían tocarse con las manos».
“Uno no se muere cuando debe, sino cuando puede”.
«El llanto más antiguo de la historia del hombre es el llanto de amor”.
La obra de ‘Gabo’ se inscribe en el movimiento literario del Realismo Mágico hispanoamericano, caracterizado por combinar en la línea temporal del relato acontecimientos auténticos y episodios fabulosos. Crea un universo especial, una bruma de fantasía que rodea a los personajes. Está repleta de superstición, augurios, episodios sobrenaturales, creencias como la cartomancia. Sin embargo, entre tanta superchería, encontramos también referencias a la religión.
«Qué raros son los hombres. Se pasan la vida peleando contra los curas y regalan libros de oraciones».
Los personajes, que a primera vista pueden parecer simples y planos, están dotados de una gran complejidad psicológica. El lector, sin percibirlo, se va adentrando en su universo.
«Escarbó tan profundamente en los sentimientos de ella, que buscando el interés encontró el amor, porque tratando de que ella lo quisiera terminó por quererla».
«Llegaron a sospechar que el amor podía ser un sentimiento más reposado y profundo que la felicidad desaforada pero momentánea de sus noches secretas».
La lectura puede revestir alguna dificultad, debido a los saltos temporales, la reiteración de algunos sucesos y, sobre todo, la repetición de los nombres de los personajes. Por eso, no está de más tener a mano el árbol genealógico de la familia Buendía para no perderse en la maraña de generaciones que van desfilando por la novela.
CIEN AÑOS DE SOLEDAD
Gabriel García Márquez
Ed. RANDOM HOUSE
400 págs.
24.90 EUROS
En cuanto al estilo, son también abundantes los recursos literarios, en especial la hipérbole, algunas de ellas con gran carga de ironía. En realidad, la obra es una hipérbole en sí misma: [José Arcadio Buendía] «conservaba su fuerza descomunal, que le permitía derribar un caballo agarrándolo por las orejas».
El libro está estructurado en veinte capítulos sin título y de duración desigual. Tiene un esquema circular, una estructura cíclica, de modo que la historia de Macondo finaliza igual que empieza, tal y como anunciaban las profecías: «Porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra».
A pesar de su extensión, la urdimbre de personajes, episodios y tramas está meritoriamente hilvanada en un relato sólido y entretenido que consigue mantener el interés del lector. Es, asimismo, una hermosa crónica, a modo de cuento, que desborda creatividad e imaginación.
En suma, se trata de una novela muy recomendable y por la que parece no pasar el tiempo, a pesar de que en 2017 se cumplió el 50º de su publicación.
Pero, sin duda, la mejor muestra de su vigencia son las aportaciones, con un perfecto equilibrio entre poesía y humor, sobre la vida, la familia y la muerte. Y es que, como dijo el propio García Márquez, «Macondo, más que un lugar, es un estado de ánimo».
La suma de todos estos ingredientes convierte a Cien años de soledad en una de las obras imprescindibles de la literatura en lengua española.
Los documentos oficiales arrojan poca luz sobre la actitud del Vaticano respecto al horror nazi.
El periodismo de Chaves Nogales muestra la Guerra Civil con toda su crudeza.