Santiago Celestino | 26 de octubre de 2020
José Manuel Rodríguez Uribes ha tirado un derrote contra la fiesta de los toros por no defenderla y fomentarla, el cargo obligaba, como parte sustancial de nuestro acervo cultural. Sin embargo, anima a ir al teatro porque, a diferencia del toreo, «es una cuestión pacífica y no despierta polémicas».
«Nuestros mandarines se parecen a los toreros medianos: ¿sabe usted en qué? Pues en que no rematan…», afirma Pedro Hillo, mientras conversa con Fernando Calpena en la novela Mendizábal, la más taurina de los Episodios nacionales. Y lo hace para referirse al ministro de Hacienda, Juan de Dios Álvarez y Méndez, más conocido por Mendizábal. Hillo, sacerdote y taurino, desconfiaba de la forma de torear o de gobernar del ministro: «Hará lo que todos. Empezará con mucho coraje, y un trasteo de primer orden…, pero se quedará a media suerte. Usted lo ha de ver… Que no remata, hombre, que no remata… Y créame usted a mí; mientras no venga uno que remate, no hemos adelantado nada».
Se cumple un siglo de la muerte de don Benito Pérez Galdós y me temo que hemos avanzado muy poco. El ministro de Cultura y Deporte de España, José Manuel Rodríguez Uribes, en la entrevista publicada en El Mundo el pasado 19 de octubre de 2020, ha tirado un derrote contra la fiesta de los toros por no defenderla y fomentarla, el cargo obligaba, como parte sustancial de nuestro acervo cultural. Sin embargo, sí que anima a ir al teatro, el cargo obliga, porque, a diferencia del toreo, «es una cuestión pacífica y no despierta polémicas».
Desconozco si todavía se cumple en España la aseveración machadiana recogida en Proverbios y cantares: «De diez cabezas, nueve / embisten y una piensa». En todo caso, espero que la del señor ministro pertenezca al grupo de las pensantes. El ministro de Cultura y Deporte, al menos el de Cultura, debería distinguir entre los signos y los símbolos. Desde tiempo inmemorial, en la cultura del arco del Mediterráneo siempre se ha presentado al toro como un oscuro disfraz del destino y, sobre todo, como un símbolo de cultura. Es cierto que nuestra reacción ante un signo suele ser lógica y racional; sin embargo, ante los símbolos nos comportamos de manera más pasional, incluso irracional. Por un signo ofrecemos dinero; por un símbolo, somos capaces de jugarnos la vida.
El ministro de Deporte y Cultura, ese debería ser el orden, se muestra partidario y aficionado al fútbol. Cada uno habla como piensa, o al revés, que casi es lo mismo, solo hay que acercarse un poco a Humboldt. Si comparamos el lenguaje utilizado por los cronistas deportivos y los taurinos, se advierte cierta diferencia. En el balompié se emplea una profusión de términos de carácter bélico: disparo, cañonazo, misil, tiro a bocajarro, barrera, ataque, defensa, retaguardia y, antaño, hasta los banquillos eran fosos o trincheras. Por el contrario, en el toreo se habla de temple, ritmo, son, cadencia, compás y hasta los suplentes no son reservas, sino sobresalientes. Términos y conceptos que son propios de expresiones y manifestaciones artísticas.
Por eso, señor ministro, es impensable una representación de teatro o la celebración de un festejo taurino sin público, como sucede con el fútbol a puerta cerrada. Simplemente por una razón de grado, tanto el teatro como los toros son cultura y arte. Y el arte debe provocar emociones, sentimientos… ¿a quién?, al respetable.
Lamento que el señor ministro de Cultura y Deporte se haya quedado burriciego y no remate la suerte. Con el sano y sincero fin de que recupere la vista, me atrevo a recomendarle un remedio infalible contra los prejuicios: la lectura
Resulta una falta de respeto el sí rotundo al teatro del señor ministro por que sea «una cuestión pacífica y que no despierta polémicas». Afirmación que solo demuestra su ignorancia o su desconocimiento de la materia, por presentar el teatro como un género manso, exento de nervio, polémicas, escándalos y altercados. Y si no que se lo digan a Ibsen y sus problemas para estrenar Casa de muñecas (1879) por la polémica que provocó su Nora, símbolo de la libertad. Que se lo pregunten a Galdós, el día del estreno de su Electra (1901) en el Teatro Español, con el escandaloso grito de Maeztu: «¡Abajo los jesuitas!». Que se lo digan a Valle-Inclán, que terminó en la cárcel por otro grito, al censurar la representación de Margarita Xirgu. «Mal, muy mal», espetó don Ramón desde la platea, el día del estreno de la obra El hijo del diablo (1927) de Joaquín Montaner, en el teatro Fontalba de Madrid.
Taurino y anticlerical fue Juan y Medio, así llamaban a Mendizábal por su elevada estatura. Este sí que ejerció de hijo del diablo para el clero con la desamortización de sus bienes. Mendizábal fue seguidor y entabló cierta amistad con el matador de toros Francisco Arjona Cúchares, a quien regaló un chaleco amarillo. Prenda con la que, el rival del Chiclanero toreaba de salón en la calle Huertas. Fue Cúchares quien se hizo cargo de todos los gastos del entierro de su amigo y admirador, el señor Mendizábal, tres veces ministro de Hacienda.
Antitaurino y anticlerical fue Galdós y así lo demostró en algunos de sus artículos periodísticos, pero lo hizo desde el respeto. Su oficio de escritor solo lo obligaba a buscar la verdad desde la ficción. Engañar sin mentir, se dice en el toreo. Don Benito mantuvo una estrecha amistad con el diestro cordobés Rafael González Machaquito. La hija natural del torero, Faelita, fue adoptada por la familia de Galdós y leía la prensa en voz alta cuando el escritor canario comenzó a perder la visión.
Lamento que el señor ministro de Cultura y Deporte se haya quedado burriciego y no remate la suerte. Con el sano y sincero fin de que recupere la vista, me atrevo a recomendarle un remedio infalible contra los prejuicios: la lectura. Más lectura siempre, siempre, es igual a más cultura. Lea a Ibsen, me gustaría decir relea, lea a Galdós, a Mariano de Cavia Sobaquillo, cronista taurino que elevó el periodismo a la categoría de literatura y de cuya muerte también conmemoramos el centenario. Sí, aquel que compró un piso solo para sus libros, en la Carrera de San Jerónimo. Acérquese con sigilo a la obra de Delibes. Este año se cumple un siglo de su nacimiento, pero tenga sumo cuidado si elige Parábola de un náufrago o El hereje.
Consciente del peligro que entraña la lidia, me gustaría despedirme con un pase de la firma, sin olvidar los cuatro tiempos de todo lance taurino: citar, parar, templar y mandar. Citar a Cicerón para que en una república la gente astuta no pase por sabia, parar las olas de la pandemia que nos asola, templar los ánimos de los grupos parlamentarios y mandar una carta para usted con el propósito de mostrarle la Historia de la Tauromaquia como un libro en el que, después de habernos cultivado con su lectura, debemos enriquecerlo con anotaciones al margen. Su capítulo más precioso es el toro como símbolo de cultura. Es nuestra obligación, y la suya como ministro, cuidar este legado con amor y respeto para que futuras generaciones lo lean y completen con nuevos comentarios.
No encuentro mejor razón para abalanzarme sobre el morrillo imaginario de este artículo que la expresada por Laín Entralgo: «Sé muy bien que en la España a que yo aspiro pueden y deben convivir amistosamente Cajal y Belmonte». Permítame que añada su nombre y los del vicepresidente y presidente del Gobierno de España, pero también los de Morante de la Puebla, Pablo Aguado y Victorino Martín. Siento mucho, señor ministro, que en su España no haya un hueco para los tres últimos.
Con esta media lagartijera despacho estas líneas, después de una faena que espero no sea de aliño. Mientras aguardo en el centro de este ruedo ibérico para rematar la suerte y, con su permiso, asistir al teatro y los toros.
Morante ha anunciado su retirada de manera indefinida. El de La Puebla es uno de los personajes más importantes de la tauromaquia moderna, máximo exponente del clasicismo sobre el albero y el único por el que se paga más de lo que vale una entrada en taquilla.
El director de la Fundación Miguel Delibes recuerda que aquellas causas que defendía el escritor, como las desigualdades o el abandono del medio rural, siguen estando vigentes en el centenario del autor castellano.