Santiago Taus | 27 de diciembre de 2020
La compañía El Patio llega al Centro Dramático Nacional con una obra sobre el recuerdo de los abuelos. Un canto a la vida y a la familia que aterriza en Madrid tras haber cosechado dos premios Drac d’Or y el premio FETEN a Mejor Autoría.
Igual que todos somos hijos, todos somos nietos y, como tal, somos en parte el recuerdo de nuestros padres y abuelos. El testigo de la vida pasa de una generación a otra y queda marcado con la huella de todas las personas que lo han sostenido antes que nosotros. Esta es la premisa de Conservando memoria. ¿Quién puede dudar que conocer a nuestros mayores es conocer también una parte de nosotros mismos? Al asomarnos a ese «viaje milenario de la carne» del que hablaba Ángel González, reconocemos una parte de nuestro ser. Izaskun Fernández, dechado de nieta, ha buscado en sus raíces, ha indagado tiernamente en la vida de sus cuatro abuelos a través de una serie de entrevistas que han encontrado su forma y expresión final en Conservando memoria.
«No había nada que me sorprendiera especialmente cuando comencé a entrevistarlos. La vida de estos cuatro hombres y mujeres fue la vida sencilla, hermosa y llana de unas personas que vivían en paz consigo mismos», explica Izaskun, única actriz de la obra. La relación con sus antepasados y sus conversaciones son el hilo conductor del espectáculo. Sentada a una mesa, mueve las imágenes de sus abuelos, las hace bailar, las interroga y contesta por ellas, cuenta sus historias, reflexiona sobre el tiempo, sobre la vida sencilla, la muerte que ronda, sobre el pasado, la familia y la belleza de unos recuerdos que trata de conservar siempre bellos y delicados. Este proyecto cuenta con la dirección del otro miembro de la compañía El Patio, Julián Sáenz-López: «Él fue quien hizo que me diera cuenta de que esa sencillez en la biografía de mis abuelos era algo extraordinario que merecía la pena ser contado».
La vida corriente y sencilla de los antepasados de Izaskun permite al público encontrar la dimensión universal del espectáculo. El espectador se reconoce en las preguntas que Izaskun lanza a las fotos e intuye a sus propios abuelos en las respuestas. La actriz y conductora de la obra conversa con las imágenes en color sepia, al mismo tiempo que juega con distintos objetos que brillan con el disfraz de la metáfora.
El registro de la obra se desenvuelve en el bello y delicado subgénero del «teatro de objetos». «Hemos trabajado mucho el teatro de títeres y ahora estamos más centrados en este otro género. Te permite refugiarte en lo cotidiano, en lo íntimo, en lo pequeñito para contar una historia», algo que enlaza muy bien con la delicadeza del tono y con la sencillez de las vidas de los cuatro abuelos. «Parte del proyecto procede de una vieja idea peregrina que consistía en utilizar objetos e ingredientes asociados a la conservación de alimentos, como tarros, botes, latas, sal, etc., y vincularla a la preservación de los recuerdos», explica Julián.
La obra, dedicada a todos los abuelos, es un tesoro breve e inesperado que te lleva a recordar con benignidad a tu familia, a tus raíces
Una de las grandes preguntas que sobrevuela el espectáculo es la de qué ingredientes necesita una vida para ser extraordinaria. Encontrar una respuesta universal parece complicado, pero en medio del proceso creativo Izaskun ha encontrado la suya propia: «Les pregunté qué es lo que cambiarían de sus vidas si pudieran viajar atrás en el tiempo. Esperaba respuestas impactantes y reveladoras, pero me sorprendió descubrir que ninguno de ellos quería cambiar nada. Creo que estar en paz con lo que te ha tocado vivir, con las decisiones que tomaste y con las que no tomaste, ese es un buen ingrediente». Las conversaciones con sus abuelos, el desarrollo del proyecto, la búsqueda de una voz para contar esta historia etc., le han enseñado a mirar a su familia con ojos nuevos, con un cariño fresco y más consciente de sus orígenes: «Este espectáculo me ha permitido reconciliarme con las personas de las que provengo. Reconocer en ellos a hombres y mujeres humildes, capaces de ser felices con cosas sencillas: me ha permitido aprender de ellos y reconocer la riqueza en lo pequeñito, en lo que realmente vale».
A la salida del teatro, las parejas comentan sus impresiones: «Es un pequeño milagro; tan bonita y sin resultar cursi ni sentimental», opina Javier. A su lado, Lucía alaba la escenografía acogedora y llena de ingenio, «pero lo que más me ha conmovido es que desde el primer momento la historia de la familia de Izaskun te lleva a recordar a tus propios abuelos», reconoce aún maravillada, paladeando el recuerdo de la representación. La obra, dedicada a todos los abuelos, es un tesoro breve e inesperado que te lleva a recordar con benignidad a tu familia, tus raíces, el lugar de donde procedes y las personas que te han hecho así. Algo bello, oportuno y necesario en los tiempos que corren.
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