Mario Crespo | 28 de octubre de 2019
La sombra del «impeachment» amenaza a Donald Trump, pero ¿cuáles son las competencias del Congreso de Estados Unidos? Recordamos tres creaciones del séptimo arte que reflejan muy bien el funcionamiento del parlamentarismo estadounidense.
Desde que la bancada demócrata en la Cámara de Representantes declarara la apertura de una “investigación de impeachment” contra el presidente Donald Trump, se ha hablado mucho sobre las competencias y normas del Congreso de Estados Unidos. Repasamos tres películas que han retratado con especial acierto los engranajes del Capitolio: Caballero sin espada, Tempestad sobre Washington y La guerra de Charlie Wilson. Las tres demuestran que el cine norteamericano es capaz de hacer épica con casi cualquier cosa, incluido algo tan prosaico como el funcionamiento de un sistema parlamentario.
1939 fue un año agitado. Terminó nuestra guerra, la Wehrmacht invadió Polonia, se descubrió la fisión nuclear y John Steinbeck publicó Las uvas de la ira, la mejor crónica literaria de la Gran Depresión. En los cines, aquel año registró una cosecha extraordinaria, para algunos la mejor de la historia: La diligencia, El mago de Oz, Lo que el viento se llevó o Todos los ángeles tienen alas. A esa lista sorprendente pertenece Caballero sin espada (Mr. Smith Goes to Washington), una de las mejores películas de Frank Capra.
Jefferson Smith (James Stewart), un joven idealista y con una fe inquebrantable en el sistema político, es nombrado senador por el estado de Montana. Su inocencia se verá puesta a prueba muy pronto, cuando se enfrente a la maquinaria corrupta de Washington al oponerse a la construcción de una presa. Guiado por su secretaria, iniciada en los secretos de la vida política, logra dar la batalla mediante un episodio de filibusterismo en que derrota heroicamente a sus enemigos. Cuentan que Stewart hizo gárgaras con bicloruro de mercurio para que su voz sonara rota durante el discurso, y lo cierto es que su interpretación resulta muy convincente.
La historia, como toda la obra de Capra, es una reivindicación del hombre común que hoy muchos tildarían de populista. Es ingenua, pero sin caer en el ridículo, y el malo, un magnate cuyos tentáculos se extienden por el Congreso y por la prensa, es un personaje más complejo de lo que pueda parecer a primera vista. Seguramente una película como esta provocaría carcajadas en 2019, pero su mensaje central -“Las causas perdidas son las únicas por las que merece la pena luchar”, dice Stewart- sigue siendo fresco. También sigue vigente el filibusterismo como estrategia de obstrucción: el último caso famoso fue protagonizado por Rand Paul, quien hace unos años superó las 13 horas de uso de la palabra para bloquear el nombramiento del responsable de la CIA.
Advise and consent, título original de Tempestad sobre Washington (1962), puede traducirse al español como frenos y contrapesos. El término hace referencia al complejo sistema de relaciones entre poderes que garantiza la separación de los mismos, sin que ninguno de los tres goce de una primacía excesiva sobre los otros. La película de Otto Preminger lo utiliza en un tono evidentemente irónico: la historia refleja con una gran acidez los métodos retorcidos que condicionan las decisiones políticas, y la fotografía, con escenas que parecen sacadas del cine negro, acompaña el tono moral de la historia.
A diferencia de la obra de Capra, el guion no deja espacio al idealismo. El presidente de los Estados Unidos ha designado a Robert Leffingwell (Henry Fonda) como su candidato al puesto de secretario de Estado. El elegido tiene fama de apaciguador, en el contexto de la Guerra Fría, y un secreto que casi nadie conoce: en su juventud coqueteó con el comunismo. La nominación se convierte en un choque frontal entre el presidente y un viejo senador por Carolina del Sur (un genial Charles Laughton), en el que se ve atrapado el honrado Anderson, quien lidera el comité responsable del nombramiento. Ninguno de los dos bandos escatimará en armamento pesado –rumores, coacciones y juego sucio-, lo que da a la historia una gran intensidad dramática.
Como saben que no pueden ganar las elecciones persiguen un ‘impeachment’ ilegal, incostitucional, y falsoDonald Trump, presidente de Estados Unidos
La gran lección de la historia es que el factor humano importa mucho en el ámbito parlamentario, para bien y para mal. De hecho, si bien en casi todos los personajes prima el tono sombrío, no es difícil entender sus decisiones, muchas veces forzadas por otros movimientos o por sus propias debilidades. No son buenos, obviamente, pero tampoco son del todo malos, ni siquiera el gran villano de la película, un senador progresista cuyo gran pecado es tomarse demasiado en serio a sí mismo.
Comienzos de los ochenta. Un anodino congresista americano (Tom Hanks) conoce a una millonaria conservadora y anticomunista (Julia Roberts). La rica donante lo convencerá para que ayude a los muyahidines afganos a expulsar a las fuerzas de ocupación soviéticas, con la ayuda de un agente de la CIA (Philip Seymour Hoffman). A diferencia de las anteriores, La guerra de Charlie Wilson (Charlie Wilson’s War, 2007) está directamente inspirada en un episodio real.
Si bien la constitución estadounidense atribuye en exclusiva al Congreso la potestad de declarar la guerra, las últimas décadas han matizado mucho esa realidad. Las guerras ya no se declaran, simplemente se hacen, y en no pocas ocasiones, como en la historia que cuenta la película, se hacen casi en secreto. La llamada Operación Ciclón costó unos 40.000 millones de dólares y abrió el camino al dominio de los talibán, aunque también, ciertamente, supuso un golpe estratégico para el poder soviético.
Lo llamativo de la película es cómo una decisión tan trascendente como intervenir en Afganistán surgió de una forma tan improvisada. El guion de Aaron Sorkin da la razón al viejo adagio atribuido –dicen que erróneamente- a Otto von Bismarck: las leyes, como las salchichas, dejan de inspirar respeto cuando conocemos cómo se fabrican.