José Ignacio Wert Moreno | 28 de noviembre de 2019
«La tiranía del clic» realiza una buena fotografía del estado actual del periodismo con el mérito de estar hecha desde dentro.
Lo comentamos por aquí a principios de este año. Los medios de comunicación escritos han cambiado por culpa de Internet. Bernardo Marín, subdirector de El País, ha resumido la esencia de ese cambio en La tiranía del clic. El libro es lo que un cursi llamaría un “tratadito”. Lo es por extensión, porque abarca poco menos de cien páginas. Y también por dimensiones. Turner lo ha editado en una colección (“Minor”) que se caracteriza por su tamaño diminuto, ideal para que el ¿volumen? se traspapele en una mesa a poco que esta se parezca al Vietnam que Enric González considera que debe ser este mueble para todo periodista.
La tiranía del clic
Bernardo Marín García
Turner Minor
96 págs.
9,90€
El autor acierta cuando señala que esta tiranía a quien afecta de verdad es a los medios serios. El del desprestigio es un viaje que puede ser solo de ida. Aporta una comparación muy gráfica: los charlatanes de la Edad Media. Como el periodismo que necesita del clic, el charlatán también usaba sus mañas para captar la atención. La diferencia es que este se iba luego a otro pueblo. El medio de comunicación ha de enfrentarse al mismo público. Por eso, decepcionarlo con esos titulares que venden un contenido que está muy lejos de ser el que realmente se ofrece, resulta ser una pésima estrategia a largo plazo. Marín apunta a que todo este enfoque erróneo deriva de una interpretación cortoplacista del modelo de negocio.
Para entender bien el contexto de la tiranía, es fundamental comprender bien qué papel juegan Google y Facebook. El autor lo explica de modo asequible y didáctico. “A Google no le gusta la poesía”, resume uno de los capítulos.
Uno de los grandes hallazgos del libro es la constatación de que no es tanto Internet lo que trae el cambio, sino el hecho de que la red pase a estar disponible en los teléfonos móviles. Cuando el periodismo digital requería de un ordenador y era consultado sobre todo desde la mesa de la oficina al iniciar la jornada, pudo trasladar a la pantalla los códigos del papel sin excesivos traumas. Reconforta leer a un periodista arremeter contra la “publicidad invasora” (página 57), el lastimoso peaje que hubo que pagar cuando fracasaron los primeros intentos de “muros de pago” a principios de la década pasada.
También la autocrítica que encierra su análisis sobre la difusión de noticias desde dudosas a directamente falsas. Es el mal del “es que la llevan todos” (página 41), auténtico terror de redacción que propaga bulos a mayor velocidad que la más taimada de las intenciones.
Hay que atraer la atención del lector como sea porque el único horizonte de supervivencia que ven en muchos periódicos es aumentar la audiencia para conseguir más publicidadBernardo Marín, La tiranía del clic, p. 70
El autor dice en la introducción que la suya será una visión optimista. Es cierto. Junto a los problemas, se aportan las soluciones. Se cita a Katharine Viner, directora de The Guardian, cuando dice que tiene testado que menos noticias pueden traducirse en más lecturas (página 86). En ese sentido, Bernardo Marín saca a colación el reciente ejemplo de las crónicas de Pablo Ordaz en el juicio del procés (página 80). Según cuenta, estas llegaban al límite de la hora del cierre de la edición impresa. Imposible anticiparlas en la web a una hora prudente de la tarde. Sin embargo, su calidad las impulsaba como un contenido muy leído, aunque se colgaran ya varias horas después que los medios de la competencia. Particularmente interesante resulta la reflexión sobre los accesos de pago, ahora que El Mundo lo acaba de implantar para buena parte de sus contenidos. Si lo gratuito pasa a costar dinero, lo fundamental es que se note la diferencia (página 90).
Cabe hacerle a Marín algún reproche menor. A veces le pierden los colores corporativos. Una cosa es que Verne, el portal subsidiario de El País especializado en explotar periodísticamente el contenido viral, no sea tan estomagante como algunos de sus competidores en tan lamentable segmento. Pero de ahí a decir que es un “gran ejemplo” cuyas historias “acaban por resultar excelentes” (página 44) media un abismo. La referencia cultural al capitán Renault y su “¡aquí se juega!” de Casablanca (Michael Curtiz, 1942) está ya un tanto manida (página 65). Usa el término “refritada” (página 85), que no aparece en el DRAE, en vez del que suponemos correcto que es “refrita” (partiendo de la base que “refreír” se conjugue como “freír”).
Nadie que haya seguido la prensa escrita durante estos últimos años va a sorprenderse demasiado por lo que cuenta La tiranía del clic. Pero no está de más tenerlo recopilado y por escrito en tan reducido formato. Sobre todo para poder repasarlo en el futuro. Ojalá entonces el periodismo haya sabido adaptarse al entorno y pueda volver a mirase ante el espejo. Reconocida la tiranía, no queda sino afanarse en vencerla.
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