Jorge Aznal | 29 de abril de 2019
La película de Almodóvar es obra de un genio, pero entre el dolor y la gloria elige la peor opción.
La primera frase que me vino a la cabeza cuando terminé de ver Dolor y gloria, la última película de Pedro Almodóvar, contenía una palabra fea. La frase, sin filtro alguno, iba dirigida a Antonio Banderas y, por extensión, a la persona que interpreta en la película: el propio Pedro Almodóvar. El pensamiento, objetivamente, contenía un insulto pero, subjetivamente, demostraba admiración. Podría haber pensado: “¡qué grande Antonio Banderas!” (y Almodóvar). Pero, aunque el sentido era exactamente ese, el adjetivo con el que nació el elogio era, en realidad, burdo y rimaba con “campeón”.
Antonio Banderas es embajador de España y de su cultura. Y un hombre que lleva con orgullo sus raíces, su fe y su devoción
Cuento esto porque Dolor y gloria es, entre otras cosas, un extraordinario ejercicio de sinceridad, de transparencia y de redención, así que me parece justo seguir ese mismo camino. Dolor y gloria es una película de Pedro Almodóvar sobre… Pedro Almodóvar. Y aunque no todo lo que cuente sea real, es un relato que desprende verdad (y melancolía más aun que nostalgia) en cada fotograma. Almodóvar traza un autorretrato valiente con una magistral composición del personaje -persona- realizada por Antonio Banderas. Es aquí cuando viene mi intento de redención por haber demostrado mi admiración por el trabajo de Antonio Banderas con un lenguaje inadecuado.
Puede que Dolor de gloria sea la mejor interpretación de Antonio Banderas en toda su carrera. Se merece eso y mucho más, porque creo que se quedan cortos los reconocimientos a una figura decisiva en la historia del cine español. Su importancia trasciende su propia carrera y va más allá incluso de su papel como ejemplar representante de nuestro cine. Antonio Banderas es embajador de España y de su cultura. Y un hombre que lleva con orgullo sus raíces, su fe y su devoción.
Me parece más necesario reivindicar la importancia decisiva de Antonio Banderas para España y para nuestra cultura que la de otra figura clave como la de Pedro Almodóvar. Entiendo que él sí ha recibido el reconocimiento que merece a su trayectoria. Dolor y gloria, quizá más que ninguna otra, me parece la obra de un genio. Eso sí, de fe, como él mismo reconoce, no anda precisamente sobrado.
Las noches en las que se me juntan cuatro dolores, creo en Dios; las noches en las que solo tengo un dolor, soy ateo‘Dolor y gloria’
En la película, Almodóvar habla por boca del personaje de Antonio Banderas, de su particular relación con la fe en función de los dolores que siente. “Las noches en las que se me juntan cuatro dolores, creo en Dios; las noches en las que solo tengo un dolor, soy ateo”, asegura el alter ego de Pedro Almodóvar en Dolor y gloria. Reconozco la originalidad de la frase y la asumo como pensamiento real de Almodóvar, pero no me gusta el tratamiento (médico) de la fe que encierra.
La frase me recuerda a otra que nos dictó un profesor de Literatura en el colegio al hablar sobre San Manuel Bueno, mártir, la novela de Miguel de Unamuno. Decía que don Manuel moría sin creer, pero queriendo creer aquello en lo que no cree. Almodóvar no quiere creer como sí creía su madre, a la que encarna Julieta Serrano en Dolor y gloria. También en la forma de reflejar en pantalla la relación entre madre e hijo hay verdad y valentía en la película. Y hay respeto por la fe católica que profesaba su madre.
Ojalá que Almodóvar creyese sin tener que acumular dolores. Mucho mejor aún, sin tener que padecer ninguno. A diferencia del personaje de San Manuel Bueno, mártir, él no quiere creer aquello en lo que no cree. O, tal vez, no quiere creer en lo que a veces cree. Y eso, tanto en un caso como en otro, es elegir la peor opción entre el dolor y la gloria.
Una serie sobre el poliamor, un concepto que no es amor sino interés. No es libre, sino esclavo.
Moralmente no fue el mejor ejemplo a seguir, pero arrasó.