G.K. Chesterton | 29 de julio de 2020
Es prácticamente imposible encontrar la verdad en ningún periódico. Están casi callados acerca de las luchas reales del mundo moderno, hasta que estas luchas han concluido.
En estos tiempos es prácticamente imposible encontrar la verdad en ningún periódico, ni siquiera en los periódicos honestos. Me refiero al tipo de verdad por la que un hombre puede sentir una curiosidad inteligente, la verdad moral, la verdad que está en discusión, la verdad que se encuentra en movimiento y que afecta realmente a las cosas. Sin duda, la prensa diaria da noticia de ciertos hechos simplemente porque son actuales; pero se demostrará que, por lo general, esos hechos son los hechos que son la conclusión de un asunto, no los eventos que lo provocan. Podemos encontrarnos con el hecho de que han colgado a un hombre, pero no con la verdad de su proceso. Podemos creer a un periodista cuando nos dice que ha estallado la guerra, pero no a uno que nos dice que era inevitable. El Daily Express me dirá con certidumbre que el zar ha muerto. Pero no podrá decirme con certidumbre si está todavía vivo o si está dotado de una personalidad activa que se impone en Rusia. Cuando los diarios matutinos me dicen que Mesina está en ruinas, no dudo de que eso sea verdad. Pero es la primera verdad que me cuentan acerca de Mesina.
En periodismo todo huele a noticia obituaria. La gente habla de las prisas y de la agobiante precipitación del periodismo. Pero a mí siempre me ha impactado la sistemática lentitud con la que el periodismo se esfuerza en ir por detrás de los tiempos. No podrá ofrecerse una completa biografía de un hombre hasta que ha dejado sus obras en el mundo décadas atrás y se meta de cabeza, de pura senilidad, en la tumba. No hay una «vida de» hasta que no haya dejado de vivir. No hay una «obra» suya hasta que no haya dejado de trabajar. Un hombre como Bernard Shaw (por poner un ejemplo) ha encandilado a muchedumbres de gentes pensantes y no pensantes con sus teorías destructivas y constructivas y ahora, en su madurez, se sienta sobre un trono de reconocimiento de la crítica inexpugnable. Cuando aparece, por un momento, en un diario, lo hace como un golfo joven e impertinente, que dice cosas brillantes que nadie puede entender. Algún día (ojalá que lejano), morirá; y entonces veremos una catarata de columnas periodísticas diciéndole, por primera vez, a un público asombrado que era un gran sociólogo, un filósofo original, y uno de los pilares del siglo XIX.
Siempre me ha impactado la sistemática lentitud con la que el periodismo se esfuerza en ir por detrás de los tiempos
Pero los periódicos están casi callados acerca de las luchas reales del mundo moderno, hasta que estas luchas han concluido. Se convierten entonces en materia clásica para alusiones como la Carta Magna, la muerte de Sócrates, y los personajes cómicos de Dickens. Así es como Darwin empezó a ser aceptado por los periodistas justo cuando empezaba a ser abandonado por los hombres de ciencia. Y así, sin duda, el señor Bernard Shaw se convertirá de repente en un clásico, cuando ya no sea influyente. En cualquier caso, hay una curiosa incapacidad crónica en el método periodístico de expresar la verdad viva, la verdad que se mueve. Porque lidia con las catástrofes, es decir, con las conclusiones. El reportero llega siempre tarde a la tragedia de Hamlet, y se acerca cuando baja el telón y apenas queda algo, salvo cadáveres, en el escenario.
Pondré un caso actual. Leo en mi periódico que ha muerto el famoso Juan de Kronstadt. Lo califico de famoso, pero en mi periódico nunca ha sido considerado tan famoso mientras vivía. Pero al menos había oído hablar de él: sabía que era una especie de místico ruso que tenía cierta influencia entre los campesinos rusos. Supongamos ahora, por mor de nuestra argumentación, que quisiera encontrar la verdad real acerca del Padre Juan de Kronstadt. Es una suposición improbable, lo admito. No soy ruso, y bastante tengo con esforzarme en buscar la verdad acerca del policía y de la taberna de la otra esquina de mi calle. En cualquier caso, mi segura lejanía me hace imparcial, no tengo un sesgo local. El Padre Juan puede haber sido otro Cristo o un declarado caníbal, según lo que sé de él. Y supongamos además que un editor me pida escribir acerca del Padre Juan, y que mi conciencia me pida escribir algo verdadero. ¿Hasta dónde puedo alcanzar la verdad? Y especialmente, ¿hasta dónde puedo alcanzar la verdad a partir de los periódicos?
Mi diario (que no hace falta que recuerde, pero que es el mejor y el más noble de todos ellos) ofrece dos descripciones de este misterioso sacerdote. Uno es un editorial y el otro es una noticia, con una foto del personaje en cuestión. Lo interesante es que, a pesar de que no hay contradicción verbal expresa, nadie supondría, si quitamos el nombre, que las dos descripciones se refieren al mismo hombre. Según el editorial, el Padre Juan era una persona detestable por su continuo servilismo ante el despotismo imperial y su desprecio constante y la opresión que ejercía frente a todo movimiento popular y frente a todo humano ideal. Según el esbozo sobre su persona en el mismo diario, el Padre Juan era un hombre a quien los poderosos y los soberbios detestaban, por su denuncia permanente de la tiranía, del lujo y por ser el abanderado perpetuo de la causa de los pobres.
La buena literatura, como la de Tolstoi, es mucho más fiable que los informes del Gobierno o los hechos del periodismo
En una página leo: «Que el pueblo ruso deseara algún cambio, algún alivio del despotismo absoluto del zar y del Santo Sínodo era para él no solo algo increíble, sino hasta impío». En la siguiente página: «Sus denuncias apasionadas del lujo de los ricos y su exigencia de justicia para los pobres le acarrearon el odio de los gobernantes de la ciudad y la aprobación entusiasta de la burguesía. El estilo de su oratoria ofendía a los dignatarios eclesiales y se dedicaba con más y más fuerza a las visitas de los enfermos y moribundos (…) las peregrinaciones se convertían en molestias para las autoridades civiles que trataron de detenerlas, pero sin éxito». En estas dos relaciones hay una viva sinceridad. Una de ellas puede que sea una mentira de partido; o quizá las dos lo sean. Pero son (si es que algo puedo saber acerca de la expresión literaria) mentiras honestas, es decir, mentiras que albergan una seria emoción, con una historia a sus espaldas. Pero, ¿cuál es esa historia? ¿Cuál es la esencia verdadera de este asunto, y cómo podría un inglés bien formado pero ignorante llegar hasta ella?
Después, el escritor del editorial de este admirable periódico me desconcierta aún más cuando dice algo como esto: que el Padre Juan de Krostadt acosaba a sus seguidores para torturar y saquear a los judíos, que se regocijaba hasta casi frotarse las manos, aparentemente, por la sangre y las lágrimas de Siberia y las despiadadas masacres judiciales de la reacción rusa; pero que lo peor y más retorcido de sus acciones era la condena de Tolstoi, quien (según el editorialista) es venerado como un santo en Rusia, y es considerado por toda Europa como la más noble de las personalidades de nuestro tiempo. No tengo el texto a mi lado, pero estoy seguro de no malinterpretar su sentido. Y ese sentido me aflige a la vez que me divierte. Es muy doloroso oír que meterse con Tolstoi sea la cumbre y el clímax de tantísimo crimen -peor que saquear a los judíos, o apoyar las masacres estatales, o gozarse con las torturas en las cárceles-. Así lo siento, porque yo me he metido mucho con Tolstoi y pienso seguir haciéndolo a cada oportunidad. Pero seguro que nunca he saqueado a ningún judío, y solo he tenido alguna experiencia ocasional de haber podido ser saqueado por uno de ellos.
Nunca he apoyado las torturas, aunque sí, por el contrario, he tratado de denunciarlas en esos sombríos y bárbaros lugares en que aún pueden darse, como nuestras prisiones inglesas. Jamás he animado al zar a organizar masacres, de hecho nunca he animado al zar a nada; por lo que el hecho de su existencia debe buscarse en otra parte. Todo esto -robar a los judíos, aprobar la tortura y animar a los tiranos- son conductas malvadas. Pero meterse con Tolstoi me parece un acto virtuoso y, sin embargo, este incomprensible editorialista lo considera la cima definitiva y más intolerable de los crímenes del Padre Juan, peor que las supuestas crueldades o los supuestos servilismos. Es como si un hombre dijera: «Jones robaba y envenenaba a su abuela, y lo que es peor, despreciaba, sin ningún género de duda, la influencia de Bernard Shaw»; o «no contento con falsificar cheques bancarios y matar niños, el Sr. Robinson se valió de su influencia contra el Profesor Haeckel». ¿Cómo vamos a poder sacar la verdad de personas que, con su total honestidad, consideran natural hablar así?
Solo hay una distinción que se me ocurra proponer como guía. La literatura, la buena literatura, como la de Tolstoi, es mucho más fiable que los informes del Gobierno o los hechos del periodismo. Y la buena literatura como la de Tolstoi es igual de convincente, tanto si la consideras buena como si la consideras mala. Nunca he estado en una prisión rusa, pero he estado dentro de una novela de Tolstoi. Y hablando en términos espirituales, a veces he llegado a pensar que preferiría la prisión.
No hay ningún consejo que pueda darse a los periodistas jóvenes, salvo el consejo habitual que se da a todo ser humano.
La serie de artículos más larga de todas las colaboraciones periodísticas del creador del Padre Brown.