Roberto Gelado | 29 de agosto de 2019
Cinco chicos fueron condenados por el asesinato de una mujer en Central Park. Años de juicios polémicos y mediatizados para acabar exonerados en silencio.
No se encontró ni rastro del ADN de ninguno de ellos en la escena del crimen
Lo que a DuVernay le interesa de verdad es empujarnos al abismo vital al que el sistema judicial estadounidense arrojó a estos cinco chicos con las pruebas antedichas
Netflix y Disney, dos gigantes que no protegen la vida de los pequeños
En 1990, cinco muchachos neoyorquinos fueron condenados por el asalto y violación a una corredora en Central Park. El caso conmocionó a la sociedad neoyorquina y hoy, casi tres décadas después, la miniserie de Ava DuVernay para Netflix invita a acercarse a lo qué sucedió tanto entonces como después, apagado ya el foco mediático.
Lo sucedido aquella noche de abril de 1989 zarandeó socialmente a una ciudad que no solo no dormía nunca, sino que por aquel entonces soñaba, y mucho. Era el final de la década y Nueva York apuraba su desarrollismo ochentero, gustándose en su reflejo especular, ese que aún no habían amenazado los terroristas. Aquel contexto explica mejor por qué la brutal agresión a Trisha Meili, una ejecutiva de Wall Street cuyo único pecado fue salir a correr de noche por Central Park, estremeció tanto a los neoyorquinos: ¿cómo podía pasar algo así en la capital in pectore del mundo desarrollado?
Toda la serie, en toda su magnética crudeza, es mucho más que un manifiesto contra la concienciación social frente a las justicias rápidas y estereotípicas
Las pesquisas policiales desembocaron en varios juicios en los que se procesó y condenó a numerosos jóvenes durante los meses posteriores. Entre ellos se encontraban los conocidos como Central Park Five (los cinco de Central Park). Sus sentencias tuvieron dos denominadores comunes: fueron condenatorias pese a que, después de inculparse mutuamente en un principio, todos ellos manifestaron haber sido objeto de presiones policiales sin el auxilio legal ni familiar que les correspondía como menores; y, sobre todo, se llegó a ellas sin poder sostener la imputación mediante la prueba biológica más concluyente. No se encontró ni rastro del ADN de ninguno de ellos en la escena del crimen.
Con este controvertido punto de partida arranca Ava DuVernay su reflexión sobre las circunstancias que rodearon la condena inicial y, sobre todo, su posterior periplo carcelario. Antes de pasar al meollo entre bastidores penitenciarios, hay una primera invitación a recapacitar el influjo del amarillismo mediático en casos como éste, de un modo muy similar al que Bambú nos invitó a hacer a los españoles en su regreso a Alcasser.
Hay una primera invitación a recapacitar el influjo del amarillismo mediático en casos como éste
Sin embargo, lo que a DuVernay le interesa de verdad es empujarnos al abismo vital al que el sistema judicial estadounidense arrojó a estos cinco chicos con las pruebas antedichas. Hay, desde luego, algo de The night of en este descenso a los infiernos, aunque el carrete aquí va más allá de la inevitable transformación –en diferentes grados, pero siempre irreversible– de los cinco chavales bajo el techo de la cárcel y les acompaña también en su dificilísima reinserción posterior. Mención especial, y así se lo reconoce DuVernay dedicándole el último de los cuatro episodios casi en solitario, merece el caso de Korey Wise, cuya trágica caída por poco más que acompañar a un amigo es tan escalofriante como una magnífica oportunidad para preguntarse por los valores que nos mueven realmente y hasta dónde llegaríamos nosotros por defenderlos.
WATCH: President Trump declines to apologize to the exonerated Central Park Five, and asserts that “you have people on both sides” of their exoneration.
The case has received renewed attention in light of Ava DuVernay’s ‘When They See Us’. https://t.co/Sk2vHNmWsT pic.twitter.com/UFX7GIbF5D
— NBC News (@NBCNews) June 18, 2019
En realidad, toda la serie, en toda su magnética crudeza, es mucho más que un manifiesto contra la concienciación social frente a las justicias rápidas y estereotípicas; es una concatenación de dilemas que desazonan porque interpelan al más pintado: ¿Hasta dónde seríamos capaces de mantener lo que creemos (o sabemos) cierto si su defensa solo nos trae oprobio? ¿Cuánto de cada uno de nosotros se perdería si nuestro alrededor se desmoronase? ¿Hasta qué límite estamos dispuestos a honrar la amistad? Si el lector desea experimentar su propia reacción a todas estas preguntas, sin más condicionante que la disposición misma ideada por DuVernay, convendría esquivar cualquier documentación adicional sobre este caso. Sería, incluso, aconsejable posponer la lectura de lo que queda de este mismo texto al par de días (no serán más, probablemente menos) que tarde en ventilarse esta miniserie.
Si en su día se dio publicidad, y mucha, a la sentencia condenatoria, no es menos justo airear la que, años después, exoneró y restituyó a los cinco
Porque sí, hay giro final y no, lo normal es que por edad y por distancia, el espectador medio español no lo conozca. El vuelco narrativo acentúa la gravedad de todos los dilemas éticos anteriormente referidos y añade unos cuantos más, derivados de la dolorosísima resquebrajadura de las vidas de unos tipos que fueron exonerados tras años de repulsa social. No todos han quedado contentos con el relato de DuVernay, cierto es; y no deja de ser evidente que, al margen de la inevitable conmiseración hacia la víctima original del ataque, éste es un relato sostenido sustancialmente sobre la versión de quienes fueron condenados en primera instancia. Con todo, aunque solo quien perpetrara (o presenciara) aquel deleznable suceso sepa realmente qué sucedió allí, cuesta negarle a DuVernay la mayor: si en su día se dio publicidad, y mucha, a la sentencia condenatoria, no es menos justo airear la que, años después, exoneró y restituyó a los cinco.