Fernando Carratalá Teruel | 31 de marzo de 2021
Análisis de Sevilla, tercer título que forma el Poema de la saeta, en el centenario de la publicación de la primera versión del Poema del cante jondo, de Federico García Lorca.
Sevilla
Sevilla es una torre
llena de arqueros finos.
Sevilla para herir.
Córdoba para morir.
Una ciudad que acecha
largos ritmos,
y los enrosca
como laberintos.
Como tallos de parra
encendidos.
¡Sevilla para herir!
Bajo el arco del cielo,
sobre su llano limpio,
dispara la constante
saeta de su río.
¡Córdoba para morir!
Y loca de horizonte
mezcla en su vino,
lo amargo de don Juan
y lo perfecto de Dionisio.
Sevilla para herir.
¡Siempre Sevilla para herir!
De nuevo la heterometría caracteriza un poema sin la menor regularidad silábica (los versos oscilan entre las cuatro sílabas -versos 6 y 8- y las 9 del verso 20 -que es el único eneasílabo-. Pero la rima sí presenta algunas peculiaridades: la asonancia /í-o/, que parte del segundo verso, afecta a los versos sexto, octavo y décimo que son, por tanto pares (estas son las palabras finales de cada uno de dichos versos, que establecen una clara relación semántica si se tienen en cuenta los poemas anteriores: «finos-ritmos-laberintos-encendidos». Y esta misma rima se mantiene en los versos impares 13 y 15 de la cuarteta de los versos 12-15, y cuyas palabras finales son, respectivamente, «limpio-río»; así como en los versos pares 18 y 20 de la cuarteta de los versos 17-20. y cuyas palabras finales, son, respectivamente, «vino-Dionisio». En García Lorca nada es casual, sino producto de una depurada técnica y un dominio absoluto de la forma. Y a todo ello hay que añadir dos versos en cursiva que no llegan a formar estribillo: los versos 3-4 -heptasílabo y octosílabo, respectivamente, con asonancia monorrima /í/, que produce una áspera sensación auditiva-: «Sevilla para herir, / Córdoba para morir». El primero de dichos versos se repite después de una combinación de seis versos (del 5 al 10) que no se ajusta a los cánones métricos habituales, no solo por la heterometría de sus versos (versos 6 y 10, tetrasílabos; verso 7, pentasílabo; verso 8, hexasílabo; y versos 5 y 9, heptasílabos), sino porque mantienen la asonancia /í-o/ en los pares; y el segundo de dichos versos se repite tras la cuarteta de los versos 12-15, en la que los cuatro versos son heptasílabos y permanece la asonancia /í-o/, pero ahora en los versos impares. Sin embargo, al llegar al último dístico, el segundo de los versos sufre un cambio radical, de manera que el verso «Córdoba para morir» cede su puesto al eneasílabo «¡Siempre Sevilla para herir!», lo que implica que al «tragicismo» cordobés -y visto el contenido de la cuarteta de los versos 17-20-, se superpone la sensualidad sevillana. La métrica cubre, pues, una importante función en la distribución rítmica y conceptual del poema y colabora en la vertebración de un clima de contrastes entre las dos ciudades andaluzas.
Y hay que empezar por señalar la relación existente entre los versos 1-2 («Sevilla es una torre / llena de arqueros finos») y 12-15 («Bajo el arco del cielo, / sobre su llano limpio, / dispara la constante / saeta de su río»; de manera que el desarrollo imaginativo del poema Arqueros se amplía para concluir con un verso de resonancias machadianas, aunque el contexto sea bien diferente («[la] saeta de su río»). [A modo de recordatorio, estos son los versos de Antonio Machado: «¡Colinas plateadas, / grises alcores, cárdenas roquedas / oscuros encinares, […]. Cf. “Campos de Soria”, VII. En Campos de Castilla. Edición de Geoffrey Ribbans. Madrid, ediciones Cátedra, 1989. Colección Letras Hispánicas, núm. 10]. En el verso «Sevilla para herir» se concentra, pues, toda la simbología del poema: es la saeta que disparan los arqueros (esos gitanos que «vienen de los remotos / países de la pena») la que hiere, dejando en el aire un desgarrada manifestación de dolor que halla su cauce expresivo en la Semana Santa de Sevilla. Estamos ante imágenes aparentemente incoherentes que solo alcanzan sentido desde el sentimiento.
Los versos 5-10 presentan a la ciudad de Sevilla aguardando cautelosamente a que la saeta inunde sus intrincadas callejuelas y sus ritmos las envuelvan. Y para su expresión, el poeta recurre a dos símiles, el segundo de los cuales es una amplificación del primero: «y los enrosca / como laberintos» (versos 7-8); «Como tallos de parra / encendidos» (recordemos que la parra es la versión de la vid como planta trepadora, cuyos tallos se extienden en altura; al calificar los tallos como «encendidos», tal vez podríamos encontrarnos ante un símbolo bisémico: «tallos dorados» por el sol y «ritmos arrebatados de la saeta»). En cualquier caso, en estos versos hay una primera referencia al carácter sensual de la ciudad, que se desarrollará en la última cuarteta, con alusiones dionisíacas.
Pero volvamos al dístico de los versos 3-4 («Sevilla para herir. / Córdoba para morir»). Si en el poema Baladilla de los tres ríos se compara Sevilla con Granada («Para los barcos de vela / Sevilla tiene un camino [el Guadalquivir es navegable hasta Sevilla]; / por el agua de Granada / solo reman los suspiros.» -versos 13/16-), en este otro poema la comparación se establece entre Sevilla y Córdoba; una Córdoba aciaga -como se evidencia en la Canción del jinete-, frente a una Sevilla sensual, según podremos apreciar en los versos 17-20. [Y quizá sea conveniente, a modo de contraste, recordar aquí la Canción del jinete, incluida en el libro Canciones (1921-1924): Córdoba. / Lejana y sola. // Jaca negra, luna grande, / y aceitunas en mi alforja. / Aunque sepa los caminos / yo nunca llegaré a Córdoba. // Por el llano, por el viento, / jaca negra, luna roja. / La muerte me está mirando / desde las torres de Córdoba. // ¡Ay qué camino tan largo! / ¡Ay mi jaca valerosa!/ ¡Ay, que la muerte me espera, / antes de llegar a Córdoba! // Córdoba. / Lejana y sola].
En la cuarteta final (versos 17-20) se combinan, de manera un tanto sorprendente, las referencias a don Juan -el seductor sevillano por excelencia- y a Dionisos -el dios protector de la vid-, hijo de Zeus y de la mortal Sémele, y asociado por los griegos con el desenfreno (repárese en los versos 9-10, en los que la ciudad acecha «Como tallos de parra / encendidos»)-. La intencionalidad de García Lorca es, pues, la de mezclar sensualidad y paganismo como algo característico -según su criterio- de la Semana Santa sevillana. Y quizá por eso, el remate del poema sea el nuevo dístico «Sevilla para herir. / ¡Siempre Sevilla para herir!» (versos 21-22), con la incorporación ahora del adverbio «siempre» que sugiere eternidad.
Con este artículo comenzamos una serie de textos que analizarán el Poema de la Saeta. La Semana Santa sevillana como motivo de inspiración poética.
Análisis de Noche, segundo título que forma el Poema de la saeta, en el centenario de la publicación de la primera versión del Poema del cante jondo, de Federico García Lorca.