Fernando Ariza | 31 de julio de 2019
La primera parada de nuestro viaje literario nos lleva a las costas del Mediterráneo. De las ruinas de Troya a la dorada Venecia, de la mano de Virgilio o Thomas Mann.
Libros y viajes se unen este verano en eldebatedehoy.es.
Vamos a empezar nuestro periplo literario por la cuna de la civilización occidental: los territorios bañados por el Mediterráneo. Curiosamente, hoy en día el Mare Nostrum se presenta como una barrera infranqueable entre culturas: el ansiado Norte europeo, el hambriento Sur africano y el conflictivo Este asiático, si bien durante siglos fue justamente lo contrario.
Gracias al Mediterráneo podemos decir que se constituyó Europa, pues unificó las tres culturas que representan el germen de su identidad: la griega, la judeocristiana y la romana. De hecho, podríamos decir que cada una de las tres civilizaciones tiene una obra que las representa y a la vez constituye el inicio de nuestro viaje: la Odisea de Homero, la Eneida de Virgilio y las Epístolas itinerantes de san Pablo. Troya y Jerusalén son el inicio. Ítaca y Roma, el final.
Hubo una época no tan lejana (todo acabó en los setenta del pasado siglo) en la que las ciudades meridionales, de Tánger a Beirut, gozaban de una riqueza cultural que envidiaban muchas ciudades del norte. Escritores, artistas e intelectuales hicieron de ellas su patria. En España fue Juan Goytisolo su último representante, pero a mí gustaría quedarme con la obra tan diferente de los hermanos Durrell. El pequeño, Gerald, se dedicó luego a los animales, pero plasmó con precisión y riqueza su infancia griega en su Trilogía de Corfú (1956-1976), tres libros que son como tres vacaciones seguidas. Su hermano Lawrence fue más serio en lo que a literatura se trata y tal vez por eso es mejor recordado en los manuales (que no en las librerías). Su Cuarteto de Alejandría (1957-1960) se lee con la nostalgia en sepia de ese mundo que ya nunca volverá.
Antes de que llegaran las hordas en crucero, Venecia decaía como el ave fénix, pero todo eso ya no es. Pienso que mejor que visitarla ahora es leer Muerte en Venecia (1912) de Thomas Mann. Un relato donde la enfermedad, la decadencia y la melancolía se sumergen en un Adriático de belleza.
El corazón del Mediterráneo está en Malta, país e isla que incluso en su idioma demuestra su mixtura, pues hablan una mezcla del italiano y el árabe. Son cristianos y llaman a Dios Alla. Tal vez aparezca en otro artículo, pero escribir sobre viajes, literatura y Mediterráneo es mencionar a Corto Maltés, el más ilustre personaje literario de la isla. Hijo de gitana de Sevilla y de marinero de Cornualles, viajó por todo el mundo, pero nuestro mar fue su cuna. De sus muchas aventuras, Fábula de Venecia (1977) y La casa dorada de Samarkanda (1980) están bañadas por sus aguas.
El Líbano fue la cuna de los primeros colonizadores marítimos, España se llama así por ellos y, pasados los siglos, han mantenido el espíritu viajero en sus vidas y su literatura. Amin Maalouf escribió León el africano (1986), la historia del viajero granadino Hasan, que en el siglo XVI viajó de España a Turquía, de Fez a Roma, en un periplo que parecería inventado si no lo supiéramos real. El conflicto entre la cristiandad y el islam, tan del autor, aparece en este libro expuesto con la riqueza del que contempla la historia desde el lado que no está acostumbrado.
Otro autor libanés es Elias Khoury, en El espejo roto/Sinalcol (2015) describe una experiencia vivida por miles de libaneses en las últimas décadas. Expatriados por la guerra que vuelven a su país una vez han construido sus vidas en otro país. Viajar no es solo ver, sino también comer y en este libro aparece reflejada la extraordinariamente rica (en los dos sentidos) comida libanesa.
Nos hemos dejado unos cuantos países y muchos más libros que mencionar en el inicio de nuestro viaje, pero muchas veces compensa más conocer bien unos pocos sitios que andar poniendo equis alocadamente. En cualquier caso, el viaje continúa.