Javier Redondo | 09 de agosto de 2021
LaLiga comienza a medio murmullo; ni puro ni bocadillo. A salto de mata, Sanidad acordó con las autonomías las restricciones de agosto: tres jornadas con el 40% de aforo y estadios libres de humo.
Por segunda vez, comienza LaLiga pero no vuelve el fútbol; o no del todo. El fútbol se nos quedó atrás hace tiempo. Lo sustituyó un espectáculo muy similar, un producto en constante desarrollo y exploración de nuevos mercados y vías de negocio; muy atractivo, luminoso y con glamour pero sin el romanticismo de aquellos primeros días, que para cada edad son unos. Para los aficionados al fútbol el pasado siempre está por llegar, porque los recuerdos constituyen el prurito de cada generación, y esta Copa no es igual. Al menos todo este formato requería del atrezo, color y rugidos de la afición. Hace un par de años resultaba imposible pensar en una Liga en silencio. Y la hubo. Y encima la ganó el ‘Aleti’, sin su afición, cayó un mito. LaLiga comienza a medio murmullo; ni puro ni bocadillo. A salto de mata, Sanidad acordó con las autonomías las restricciones de agosto: tres jornadas con el 40% de aforo y estadios libres de humo -por fin-.
El fútbol resultó sospechoso desde el principio. Mueve mucha gente y muy acalorada y agitada. Pero nunca se expusieron con claridad las razones por las que se podía asistir a un torneo de tenis, a conciertos de música y otros espectáculos al aire libre y no a estadios de fútbol, a menos en las dos primeras categorías. La reserva de la corrección también cayó sobre estos motivos.
El virus tiene un comportamiento caprichoso. Lo cual no justifica que el de las autoridades y algunos medios haya sido igual de caprichosos. El Gobierno tiene excedente de contradicciones, de idas y venidas, muchas a gusto del Gobierno vasco, que tampoco ajeno a ellas, aprobaba la supresión de la obligatoriedad de mascarillas al aire libre en las Cortes el día que las imponía en su comunidad. Así que del pasaporte Covid se elucubra para bares y discotecas y no para el fútbol. Si cantaba Raphael en Madrid cumpliendo las medidas porque hubo un empresario que quiso contratar, un artista que quiso trabajar y una Administración autonómica que estableció en el ámbito de sus competencias unas normas que todos cumplieron era una «absoluta» irresponsabilidad.
Si tocaba algún moderno en Barcelona, consistía en un concierto-experimento, una prueba piloto de la que nunca sabíamos los resultados. Los últimos festivales de música en Cataluña -donde sí se bebe, y no sólo refresco o no refresco solo- produjeron 2.279 contagios, que no es cosa tan rara como que el hecho de que se calculase que se preveían ‘únicamente’ 842 y se permitiera la concurrencia. La práctica y el evento no diseminan el virus sino los hábitos asociados a ellos. Por eso el fútbol resultó siempre sospechoso. No hubo festivales mientras no hubo público. Pero hubo competiciones sin asistentes: se impuso la «nueva normalidad» para entretener al personal la primavera pasada, cuando asomaba en el personal el desgaste y el recelo.
El fútbol resultó sospechoso desde el principio. Mueve mucha gente y muy acalorada y agitada. Pero nunca se expusieron con claridad las razones por las que se podía asistir a un torneo de tenis y otros espectáculos al aire libre y no a los estadios
El índice de contagios toca techo este verano. Con la incidencia acumulada disparada, Sanidad, las autonomías -excepto País Vasco, que quiere que la tutele Moncloa sin que se note- y LaLiga se tientan la ropa. Sin embargo, no cuentan con el fútbol, que trasciende la competición y el programa televisado de 90 minutos. No será fácil, salvo con restricciones añadidas, evitar las concentraciones en los aledaños, los abrazos y los cubiletes de plástico compartidos. El fútbol es una de las esencias de la vida anterior al virus sin fin. Los estadios a medio llenar constituirán un fiel indicador de la anodina «nueva normalidad». Si a cada ola como esta, olita venidera o variante desconocida, sin valorar otros efectos, presión hospitalaria y letalidad que provoquen, le sigue un mete y saca de los estadios, es que nos hemos acostumbrado a la excepción, la anomalía y LaLiga sin fútbol.
En algún momento las administraciones tendrán que levantar la empalizada y devolvernos la responsabilidad individual y lo que queda del fútbol. Se entienden los miedos y reparos del Gobierno -sobre todo después de tanto descuido-, pero se extiende el temor a que no se pasen ni cuando alcancemos ese porcentaje óptimo de vacunación que los expertos que persiguen los giros del virus cifran en el 80-90% de la población. Ese momento debe llegar antes de que la pereza nos venza en el sofá y sin mascarilla: total, si es un programa -partido- de televisión; total, si el ‘Aleti’ gana sin mí. No somos nada.
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