El Debate de Hoy | 21 de abril de 2021
La Superliga liderada por Florentino Pérez se puede haber quedado sin recorrido con la salida de varios de los clubes organizadores. Pero ha servido para agitar el negocio del fútbol y exigir a UEFA y FIFA un cambio de modelo. El Debate de Hoy reúne firmas a favor y en contra de este nuevo sistema de competición.
La Superliga nació oficialmente un 19 de abril de 2021. El día 20 de madrugada pudo acabar el sueño de los grandes del fútbol europeo de jugar una competición exclusiva. Los clubes ingleses abandonaron el barco presionados por sus aficiones. Florentino Pérez, presidente del Real Madrid, y Andrea Agnelli, presidente de la Juventus, se han erigido en líderes de un movimiento que ha removido los cimientos del fútbol europeo y que puede cambiar el modelo de negocio. El Debate de Hoy reúne firmas a favor y en contra de la puesta en marcha de la Superliga.
Los futbolistas son propiedad de los clubes, no de la UEFA o de la FIFA, ni siquiera de sus seguidores. Comprometen una parte de su vida con determinados colores a cambio de magros contratos. El manantial del dinero es la televisión, mucho más que la mercadotecnia o la taquilla. Y de la televisión maman todos, excepto los seguidores, más conocidos como paganos. Si hay Superliga, la UEFA pierde dinero, y la FIFA, y las ligas nacionales, y en el caso de España, federaciones que sobreviven a duras penas gracias a la caridad de Tebas, del fútbol. Seguro que entre la voracidad de esos organismos y la ambición de esos clubes hay un término medio. Así la competición será más atractiva y el reparto económico, más equitativo.
Una de las frases de manual en las declaraciones previas a los partidos es esa que dice «ellos tienen más que perder que nosotros». Es un juego verbal futbolístico que encierra una gran verdad. La pronuncia siempre el equipo a priori más débil. Una baza para meter presión al rival. ¿Cómo no vamos a ganar a tal equipo que tiene la mitad de la plantilla como semiprofesional? Es el momento en el que los aficionados recuerdan nombres como el Ofi Creta, la Politécnica de Timisoara, el Alcoyano o el Alcorcón, y les tiemblan las piernas con un hipotético choteo de su cuadrilla.
Y ahora, la Superliga, ese torneo que pareciera que ha confeccionado un adolescente con su PlayStation, viene a rescatar a los equipos grandes de ese peligro, de ese condimento del fútbol, de ese titular tan socorrido: David vence a Goliat.
Ni la UEFA, ni los 12 equipos de la Superliga tienen la razón. No se trata de convencer. Es dinero. Ambas partes discuten por el porcentaje de los beneficios del espectáculo. El fútbol hace tiempo que mutó a programa de televisión, incluso sin público. ¿Cuántas veces se ha acusado a la UEFA de aprovecharse de los equipos e incluso con escándalos de corrupción? El Real Madrid y el Barcelona actúan como sociedades anónimas cotizadas en bolsa, pero sin serlo por miedo a los mismos inversores a los que han vendido el nuevo sistema. No hay libertad de empresa a tiempo parcial. Como en toda negociación, se ha entrado en el nudo tras los preliminares. Hay mucho dinero en juego. Nadie va a perder.
Estoy dispuesto a dar media vida para defender los derechos de admisión, asociación y reunión y la libertad de mercado e industria. Si bien necesito la otra media para combatir oligopolios y desmontar sofismas: se pretexta que la solución a los problemas que se enumeran (el fútbol pierde «interés», todos los clubes están «arruinados» y que ya habrá tiempo de ser «solidarios») es una superliga cerrada. La Champions actual casi lo es. Nada permite corregir que el interés por el fútbol remontará con la Superliga. Antes bien, al contrario, si la pérdida de interés es un hecho cierto, habrá que ponerla en relación con la deriva del fútbol hacia un espectáculo guionizado que tiende a eliminar la competencia real y perpetuar desequilibrios. La Superliga es una huida hacia delante para salvar la industria del entretenimiento, no el deporte. Se pone el ejemplo de la Euroliga de baloncesto. Pregunten en la calle: ¿la Euroqué de…? El boom del baloncesto fue una medalla en Los Ángeles 84 y canchas de minibasket en el asfalto. Lo demás es pan para hoy y hambre para los mismos, que son casi todos. Se me ocurren tres planes de choque para acabar con la «ruina» y despertar el interés perdido, pero me he pasado de líneas.
Esto no es un asunto de fútbol, sino algo que se circunscribe al ámbito de la libertad de empresa y la propiedad privada. Los equipos de fútbol son empresas y, como tal, deben ser dirigidas bajo criterios de rentabilidad y de creación de valor en el largo plazo. Esto no se puede hacer cuando la irracionalidad se apodera de la gestión y, en lugar de analistas, las decisiones las toma una turba enloquecida que actúa contra sus propios intereses. Decía Jorge Valdano que nadie celebra un balance. Valdano no se ha enterado de nada: en realidad es lo único que se celebra. El resto es apenas una consecuencia.
La creación de la Superliga supone el punto de inflexión que necesitaba el fútbol para mantenerse a flote y fomentar un producto que piensa en el divertimento del espectador y que fomenta la alta competición, ofreciendo partidos de primer nivel desde el inicio hasta el final. Una competición que viene a cumplir las fantasías de muchos que jugábamos desde pequeños cuando creábamos las ligas virtuales que ofrecían las videoconsolas. Al igual que Santiago Bernabéu participó en la creación de la Liga de Campeones, Florentino debía ser el padre de una competición así.
La Superliga es el desarrollo natural del fútbol. La demagogia se ha agarrado fuerte a la idea del fútbol romántico para criticar este nuevo torneo. Un mundial en Catar, una Supercopa en Arabia, clubes comprados por fondos de inversión o Beckham bramando desde su liga cerrada quieren dar lecciones de humildad. Si no sale adelante, será por el nefasto proyecto de comunicación de Florentino Pérez para vender la idea. A medianoche en el manicomio del fútbol patrio. Al menos, estos clubes pondrán a trabajar a la UEFA para que genere más dinero y lo reparta. La Superliga se lleva jugando años. Los grandes de Europa tienen 10 partidos interesantes al año, el resto es relleno.
La creación de una Superliga de clubes de fútbol está más que justificada. En primer lugar, porque los clubes pertenecen exclusivamente a sus socios y son muy libres de asociarse para crear una nueva competición. Y, en segundo lugar, porque permitirá generar más audiencia y más ingresos, garantizando así la solvencia de los grandes equipos y la continuación de este espectáculo. La Superliga no es más que traer al fútbol europeo el exitoso modelo de la NBA de Estados Unidos.
Estoy leyendo unos argumentos muy disparatados y sentimentales, como todo en el fútbol, sobre la necesidad de que el Estado y la Unión Europea defiendan el deporte y se posicionen contra la Superliga. Defender un deporte sano y abierto puede (habría que debatirlo) que sea competencia estatal, pero no debería serlo defender intereses de federaciones que son «órganos de naturaleza privada que ejercen funciones públicas». Funciones que llevan ejerciendo de forma abusiva y con buena dosis de corrupción durante décadas. El argumento de que la Superliga, que aglutinaba a los 12 clubes más poderosos de Europa, amenaza a la libre competencia del mercado se podría aplicar igualmente a los 17 equipos que fundaron, bajo el ala discreta de la UEFA, la Copa de Europa en 1955. ¿Acaso toda competición que se cree desde entonces en el fútbol tiene que ser bajo la estricta batuta de unas asociaciones privadas llamadas UEFA y FIFA? ¡Pues vaya libertad de mercado!
Se hace extraño imaginarse un Real Madrid sin Florentino Pérez como presidente. Casi 20 años al frente del club, en los que ha acumulado éxitos, pero también algún fracaso.
La situación financiera del conjunto azulgrana, en el que se evita utilizar la palabra ‘quiebra’, se puede calificar de extremadamente grave, a la vista de los datos de la memoria publicada por el propio club y de la filtración de las impactantes cifras del contrato de su estrella, Leo Messi.