Antonio Olivié | 05 de abril de 2021
La pandemia ha colaborado en la reforma de la economía del Vaticano. Si tuviéramos que ponernos en el peor escenario, una bancarrota del Estado, la separación de la Santa Sede sería beneficiosa.
Roma (Italia) | Desde el pasado 15 de marzo, los Museos Vaticanos, la principal fuente de ingresos de este pequeño Estado, han vuelto a cerrar. Se trata de una medida tomada de acuerdo con las disposiciones de la región en la que se encuentra Roma, el Lazio, donde los contagios por coronavirus han vuelto a subir. Un nuevo contratiempo para las finanzas de la Santa Sede, que este año estima unas pérdidas de 50 millones de euros.
Pocas personas saben que el Estado del Vaticano aún no ha cumplido su primer centenario. Nació en 1929, gracias a los Pactos del Laterano con el Estado italiano. De esta forma se cerraba un periodo en el que la Santa Sede, la organización que gestiona el primado de Pedro, no disponía de un territorio propio. La crisis se había creado en 1870, cuando la Unificación Italiana suprime los Estados Pontificios, donde el Papa mantenía el poder temporal en gran parte del centro de Italia.
El hecho de que la sede central de la Iglesia disponga de un territorio propio no es esencial para la institución. Y, por ello, en la organización de las cuentas y en la gestión diaria hay cuentas separadas para todo lo que no se relaciona directamente con la misión de Pedro. Así, quedan fuera de la Santa Sede los museos, los jardines, los gendarmes o los bomberos del Vaticano, por poner algunos ejemplos. Mientras que sí forman parte de la Santa Sede, porque son esenciales para su misión, el personal de la Curia que trabaja para todas las diócesis o la Secretaría de Estado, desde donde se gestiona la labor diplomática con autoridades de todo el mundo.
A la hora de la contabilidad, toda la actividad de la Santa Sede es deficitaria. Son servicios a la Iglesia universal que no tienen una contrapartida. Se financian con donaciones de todo el mundo, con el llamado Óbolo de San Pedro, que este año estima unos ingresos de 47,3 millones de euros. Pero está claro que no generan ningún beneficio por sí mismos.
Sí, en cambio, consiguen un rendimiento económico los museos o el patrimonio de la Sede Apostólica (gestionado por el APSA, Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica). Son cientos de inmuebles en la ciudad de Roma o en otras localidades que, a lo largo de la historia, fieles particulares han donado a la Santa Sede. Gracias a los alquileres, se perciben unos ingresos que ayudan a cuadrar las cuentas y financiar la ayuda del Vaticano a los países donde los cristianos sufren persecución o están en minoría.
La realidad es que la Santa Sede cuenta con reservas, con inversiones realizadas en otros países, que han permitido amortizar el daño causado por la pandemia. Pero el mismo prefecto para la Economía, el español Juan Antonio Guerrero, asegura que«el recurso a las reservas del Óbolo en el último año ha hecho que la liquidez se vaya agotando y con la crisis actual es muy probable que en el 2022 se deba recurrir, de cualquier forma, al patrimonio del APSA». Esto quiere decir que habrá que vender inmuebles y disminuir el patrimonio de la Santa Sede para poder mantener la actividad.
Una Iglesia sin recursos financieros continuaría, en cualquier caso, desarrollando su misión evangelizadoraJuan Antonio Guerrero, prefecto para la Economía
En cualquier caso, la realidad es que la pandemia ha colaborado en la reforma de la economía del Vaticano. En el último año se han reducido los costes en un ocho por ciento. Además, el propio prefecto para la Economía asegura que «intentamos agilizar nuestros procesos internos para ser más eficientes, evitando la burocracia inútil y la duplicación de sistemas y actividad». Es el reconocimiento de una maquinaria que ha ido engordando en los últimos años, con departamentos que atienden los mismos problemas desde distintos dicasterios y con procesos que no se ajustan en ningún caso a la actualidad. Hay que recordar que, aún hoy, en algunos departamentos se requiere el envío de fax para enviar comunicaciones, por poner un ejemplo. Al margen de que nadie te garantiza la respuesta.
Si tuviéramos que ponernos en el peor escenario, una bancarrota del Estado Vaticano, la separación de la Santa Sede sería beneficiosa. Y es que el propio prefecto para la Economía, Juan Antonio Guerrero, recuerda que «no es la primera vez en la historia que la Iglesia, en países diversos, ha llegado a tener un capital casi nulo, dependiendo de cuestiones políticas. La experiencia demuestra que una Iglesia sin recursos financieros continuaría, en cualquier caso, desarrollando su misión evangelizadora con la creatividad que el Espíritu Santo ha inspirado cuando esto ha sucedido. Esperamos, de cualquier forma, que no vuelva a ocurrir».
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