Ana Samboal | 07 de junio de 2019
La velocidad que las autoridades políticas quieren imprimir al recambio de vehículos ha confundido al sector y al consumidor.
En 2018, se fabricaron en España 2.764.067 vehículos. Pese a que la economía creció un 2’5%, se fabricaron 84.268 unidades menos que un año antes, un 2’96% menos. Se hicieron menos coches porque se vendían menos coches; en la evolución mensual de la curva se advierte claramente una honda caída en los meses de agosto y septiembre que tarda en recuperar. Hasta abril de 2019 no hay crecimiento de ventas en términos interanuales y eso gracias a la venta de vehículos destinados al alquiler. ¿Por qué esa caída de la venta de vehículos? Hay factores internos y externos que la explican, unos y otros se retroalimentan.
Sin duda, una de las causas es el descenso de las exportaciones. En torno a dos tercios de los vehículos fabricados en España se venden en el exterior y la ralentización de la actividad económica en países como Alemania, que ha llegado a experimentar contracciones en su PIB el año pasado, e Italia, que entró en recesión, explican ese descenso. Pero fue la ministra Teresa Ribera la que dio la puntilla al sector, en un momento ya de por sí delicado, con aquella frase que todavía pone los pelos de punta en el sector: “El diésel tiene los días contados”. Por más paños calientes que trataron de poner en el Ministerio de Industria, el susto todavía no ha pasado.
En cualquier caso, la caída de la venta de vehículos no es solo un fenómeno español o alemán, es un problema que amenaza con convertirse en drama en toda Europa. Los fabricantes se llevan las manos a la cabeza con los objetivos de descarbonización fijados en Bruselas. Temen que acaben por llevarse por delante una industria que genera millones de puestos de trabajo, dando una ventaja irrecuperable a las fábricas americanas o a las competitivas plantas asiáticas. Apuntan como responsables a los países del norte, obcecados en lograr una rápida bajada de las emisiones a cualquier precio. Allí no hay industria que pague las consecuencias. Y Alemania calla y otorga, cegada por el sentimiento de culpa generado en el país al destaparse el fraude en las emisiones de Volkswagen.
El sector solo exige un poco de realismo. El vehículo eléctrico está ya en el mercado, pero no goza de la autonomía suficiente y se necesita tiempo para reformar las fábricas. Los europeos son expertos en la tecnología del diésel, han desarrollado ya el motor que no emite dióxido de nitrógeno. ¿A qué tanta alerta -se preguntan- cuando el vehículo es responsable del 17% de las emisiones y las fábricas que producen electricidad generan el 40%? ¿Qué hacemos con las baterías gastadas de los coches eléctricos, es que no contaminan? ¿Y por qué no seguir fabricando vehículos de combustión cuando en otros países como la India o el norte de África los compran? ¡Nos estamos cargando el sector!
En las grandes ciudades, como Madrid, se ha demonizado el coche sin ofrecer alternativa viable de transporte
La confusión que genera la velocidad que las autoridades políticas quieren imprimir al recambio de vehículo no solo ha confundido al sector, también ha trastocado los planes de los consumidores. Sobre todo en las grandes ciudades, como Madrid, en las que se ha demonizado el coche sin ofrecer alternativa viable de transporte. La consecuencia: la caída de la venta de vehículos. Ante la confusión, el cliente prefiere esperar, no compra y mantiene su coche, mucho más contaminante que cualquiera de los nuevos que se ofertan en el mercado.
A estas alturas, nadie cuestiona la necesidad de cuidar el planeta, pero lo menos que se puede exigir a los que nos gobiernan es que actúen con mesura y midiendo las consecuencias de sus decisiones. Hay que reducir las emisiones de CO2, pero a un ritmo asumible para nuestras fábricas, acompañado de una explicación clara a los compradores. De lo contrario, dañaremos sin remedio a una de nuestras industrias más competitivas y generaremos mucho desempleo.
En la última versión del Plan de Descarbonización de la Economía que publicó la ministra Ribera, antes de las elecciones, ya no prohibía fabricar vehículos de combustión. Es de esperar que el Gobierno que tome las riendas del país después del verano, previsiblemente encabezado de nuevo por Pedro Sánchez, añada a ese proyecto, de loables objetivos pero inasumibles medios, mayores dosis aún de sentido común.