Manuel Sánchez Cánovas | 09 de marzo de 2020
La desastrosa gestión del Covid-19 en Italia sería el colofón, con el clima de caos y pánico consiguiente, del reflejo de la desconfianza popular ante la debilidad institucional.
El Covid-19 podría llevar bastantes semanas circulando por el norte de Italia, antes de que fuera detectado, facilitando su difusión por toda Europa y complicando el control de la pandemia, como sostiene el profesor Mario Galli, de la Universidad de Milán.
El virus ya habría llegado a Italia a mediados de enero, lo que cuadra con el escándalo en torno a la Organización Mundial de la Salud (OMS) y al presidente de la República Popular China. Según el Financial Times, el mismo día en que los científicos chinos aislaron el Covid-19, el pasado 7 de enero, Xi Jinping habría dado instrucciones reservadas para parar la epidemia al Politburó del Partido Comunista. Sorprende, pues, que el primer informe público sobre la severidad de los efectos del Covid-19 apareciera en la página web de la OMS bastantes días después, en torno al pasado 21 de enero. Lógicamente, abundan las acusaciones de trato de favor de la OMS a Pekín y de torpeza en la respuesta a la epidemia, responsabilizando al Partido Comunista de retrasar su contención. Sin información actualizada y con el virus ya circulando por Italia, habría pillado a las autoridades italianas por sorpresa, impidiendo una reacción adecuada a tiempo en toda Europa.
A esto habría que oponer la naturaleza de este coronavirus en particular, con tasas de mortalidad más bajas que su antecesor, sobre todo en países desarrollados, y con origen en la ingesta de animales salvajes, prohibidos en China estos últimos días. Además, existen enfermos ya curados que vuelven a dar positivo en una segunda prueba.
Los países más turísticos, como Francia -84 millones-, España -82,7 millones- o Italia -66 millones-, de buen clima mediterráneo y culturas más abiertas que favorecen las interacciones sociales, serían más susceptibles de sufrir la propagación rápida de un virus importado de países con mayores tasas de infección. Italia es el segundo país por número de pernoctaciones de turistas chinos en Europa en 2016, el 18% del total, tras Reino Unido, con el 38%, y por delante de Francia, con el 13%. España se encontraría a gran distancia, en torno al 7%.
Con todo, aunque se imponga mitigar el alarmismo por los impactos desmedidos que está teniendo en la economía y en las bolsas internacionales, a 2 de marzo de 2020 se dio un aumento súbito del 50% del número de infectados italianos: en solo 24 horas, 556 casos de un total de 1.694. Italia, en el sentido económico e institucional, puede ya ser el «país más enfermo de Europa». Un país donde, como bien apunta Elvira Roca Barea, abundan mitos absurdos sobre la leyenda negra española. Sin embargo, España habría superado a Italia en bastantes indicadores de desarrollo económico, como la renta per cápita en paridad de poder adquisitivo.
Se multiplicarían, pues, los signos visibles de una caída del poder duro y blando italiano, de decadencia y descomposición social, más intensos que en España. No solo en aspectos ya tradicionales, como la ausencia de civismo, la conducción temeraria o el antisemitismo, sino de bastante mayor calado, sintomáticos de debilidad institucional. Desde el deterioro visible en infraestructuras e inmuebles –por ejemplo, el colapso estrepitoso del Puente Morandi hace semanas en Génova-, a una economía anémica fuertemente endeudada, con una deuda pública que alcanza el 134% del PIB, y en la cual durante la era Berlusconi se vivieron unas vacaciones fiscales, y donde la mafia ha tenido un rol económico injustificable.
La gestión desastrosa del Covid-19 en Italia solo sería el colofón, con el clima de caos y pánico consiguiente, del reflejo de la desconfianza popular ante la debilidad institucional: descoordinación y conflictos políticos entre las 22 regiones que tienen transferidas las competencias sanitarias y que el mismo presidente amenazó con retirar; mala comunicación y multiplicidad de medidas excepcionales aplicadas por las mismas, cada una por su cuenta, desmedidas, contradictorias. Desde bloqueos inoportunos completos de pueblos, cierres totales de oficinas, universidades o empresas con impactos intensos en la actividad económica -¿sobrerreacciones por pánico?-, derivando en grandes movimientos de población, hasta la misma explosión del racismo contra los chinos, negándoles el acceso a restaurantes o lavabos. Es difícil, pues, creer, a estas alturas, que la OMS clasifique el sistema de salud italiano como el segundo mejor a nivel mundial.
Las consecuencias del coronavirus sobrepasan los aspectos de salud. La economía china puede sufrir un duro golpe que afectaría a gran parte del mundo, incluida España.
Con el coronavirus hay que entender que no estamos ante una catástrofe planetaria de película, pero tampoco ante una simple gripe que se cura con paracetamol.