Manuel Sánchez Cánovas | 11 de febrero de 2020
Las consecuencias del coronavirus sobrepasan los aspectos de salud. La economía china puede sufrir un duro golpe que afectaría a gran parte del mundo, incluida España.
Cada vez son mayores los riesgos de seguridad económica para España de una mayor imbricación con China, como prueban los fuertes impactos a corto plazo en la economía asiática del coronavirus de Wuhan: riesgos transfronterizos, como los medioambientales o las pandemias, pero también lo es asumir la forma de hacer las cosas, el estilo autoritario de gestión y los valores políticos de este inmenso país en desarrollo
China obtuvo, con enorme coste de oportunidad, la mejor tecnología aeroespacial militar, de telecomunicaciones 5G y de ciberguerra económica -a utilizar contra Occidente-, careciendo de una infraestructura hospitalaria y de seguridad animal para controlar bien una epidemia de estas características. Se trata de industrias altamente subvencionadas -como Huawei- en un país altamente proteccionista, que privilegia a sus grandes empresas marginando a las occidentales. Además, China lidera la piratería de la propiedad intelectual occidental, pero también es el país número uno en el registro de decenas de miles de patentes nuevas, que sí son respetadas en Occidente. Estas son contradicciones insostenibles.
No nos extraña, pues -a los que sufrimos la epidemia del coronavirus SARS en 2003 en China, y llevamos años avisando de esta nueva pandemia y de la peste porcina-, que 5 millones de ciudadanos de Wuhan ya hubieran abandonado la provincia antes de que el Gobierno pusiera en marcha controles de carreteras para parar el contagio del virus. Solo en 2019, la peste porcina habría sacrificado 300 millones de animales, eliminándose un cuarto de la cabaña mundial, subieron los precios de exportación del sector porcino español y se disparó la exportación a China, exponiéndole a una sobredimensión coyuntural.
La tristísima situación que atraviesan los heroicos ciudadanos de la prometedora Wuhan permite preguntarse sobre el valor que el Partido Comunista otorga a la vida humana en China, fomentando un crecimiento económico acelerado, único garante de su legitimidad, así como sobre el tipo de sociedades en un mundo dominado por China. Por ejemplo, el fuerte crecimiento del sector de la automoción derivó en 260.000 fallecimientos por accidentes de tráfico en 2020 -según la OMS-.
Llama, pues, la atención la Ruta de la Seda: parte de sus enormes inversiones en el extranjero -puentes, carreteras, telecomunicaciones, energía- podría haberse utilizado en mejorar la condición sanitaria y de servicios sociales en China. Es decir, en lugar de crear una red global de infraestructuras para conquistar rápidamente nuestros mercados, vendiéndonos productos intensivos en dumping social y medioambiental, eliminando nuestras industrias, y tomando el control de sectores estratégicos para China en Occidente, contribuir a otra economía local más humana y sostenible: más del 40% de los suelos cultivables chinos ya habría desaparecido, como consecuencia de la insoportable polución y la mala recalificación de terrenos fértiles. China ya es líder mundial en producción de C20.
En España, donde abundan las tiendas chinas de productos baratos, las inversiones chinas más importantes lo son en logística: China controla los puertos de contenedores de Valencia y de Bilbao, otro eslabón clave de su Ruta de la Seda en Europa, y el déficit comercial de España, impresentable, alcanza los 24.000 millones de euros. Parece que nuestros políticos estuvieran contribuyendo a este déficit: las inversiones chinas en España en sectores de futuro son prácticamente inexistentes, en lo que invierte China es en la deuda pública española, indecente e inasumible, de casi el 100% del PIB: ya atesoraría el 12% de la misma, a pagar por nuestros bisnietos.
Suponiendo que el corona se pudiera controlar rápidamente, sorprende el optimismo en las bolsas los días 5 y 6 de febrero de 2020. ¿Las razones? China, según Reuters, anunció la puesta de 234.000 millones en circulación el día 10, para compensar los efectos económicos del virus, ni nadie sale a la calle en China, ni se va de turismo: eso son muchos buenos hospitales y mataderos, un hospital de mil camas sale por unos 400 millones en España. Los analistas hablan de una vacuna efectiva basada en retrovirales en Tailandia, la mortalidad sería menor que con el SARS y Donald Trump está libre de impeachment. Un futuro “color de rosa”, tras el reciente preacuerdo comercial con China, la firma de cuyos aspectos más espinosos se pospone a noviembre de 2020, después de las elecciones presidenciales americanas. Habría que ser más cautelosos ante esta pandemia altamente contagiosa, o la próxima, hay demasiadas incógnitas.
En España, en principio, solo se preverían impactos directos limitados a corto en el sector turístico del coronavirus Wuhan: solo visitan España varios cientos de miles de turistas chinos de un total de 82,7 millones de entradas en España en 2019, luego las posibilidades de contagio y difusión del virus por esta vía son escasas. A 10 de febrero, se registraron aproximadamente más de 40.000 casos y 900 fallecidos, sin haberse dado, prácticamente, muerte alguna en los países desarrollados que recibieron visitantes chinos. Con todo, esto puede cambiar, los efectos indirectos son impredecibles y, además, el turismo chino estaba en fuerte expansión contracíclica, lo que no nos beneficia.
El gigante asiático guarda las formas y trata de no ofender a la contraparte, lo que no implica que se vaya a firmar un tratado.
Las medidas acordadas por Pekín y Washington solo servirán para recruceder el conflicto si no se retoman las negociaciones.