Manuel Llamas | 19 de enero de 2021
España está bajo la dirección de un comercial vendehumos centrado exclusivamente en cultivar su imagen personal y construir un relato político con el que poder evadir responsabilidades.
Gobernar es tomar decisiones. En los últimos años, España, por desgracia, ha pasado de contar con un Gobierno cuyo presidente, Mariano Rajoy, se vanagloriaba de no hacer nada, bajo la ingenua creencia de que los problemas tienden a arreglarse por sí solos, a otro, Pedro Sánchez, cuya estrategia consiste en enterrar la cabeza, cual avestruz, negando así la existencia misma de dificultades, al tiempo que culpabiliza a un tercero de todos los males existentes.
Esta es, básicamente, la técnica que ha seguido el Gobierno de PSOE y Podemos desde el inicio de la presente legislatura. En uno de los peores momentos de la historia reciente de España, el país está bajo la dirección de un trilero, un comercial vendehumos centrado, única y exclusivamente, en cultivar su imagen personal y construir un relato político con el que poder evadir responsabilidades.
Sucedió con el estallido de la pandemia, cuando, en lugar de alertar a la población y adoptar las precauciones pertinentes, el Gobierno optó por ocultar los riesgos, aun a costa de perder vidas y arruinar a cientos de miles de familias. Tan solo actuó cuando ya no quedaba más remedio y, una vez superada la primera ola, se desentendió raudo y veloz de la gestión de la crisis para derivar el coste de la misma en las comunidades autónomas, pese a que la legislación básica en materia de sanidad y economía está en manos del Estado.
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Pero es que, además de eludir responsabilidades, señala con el dedo para excusar su inacción. Cuando surgió el debate en torno al elevado precio de las mascarillas, el PSOE se escudó en que la UE impedía rebajar el IVA de este producto, a pesar de que otros muchos países europeos ya lo habían hecho. Y cuando, finalmente, accedió, lo hizo de forma temporal -hasta diciembre de 2021- y limitando su aplicación a las mascarillas quirúrgicas, con lo que dejó fuera algunas de las más usadas, como es el caso de las higiénicas y las FFP2.
Asimismo, tras prometer por activa y por pasiva que no recortaría las pensiones públicas, Sánchez ampliará de 25 a 35 años el período de cotización que sirve de base para calcular la prestación, reduciendo la cuantía a percibir cerca de un 6%, bajo el argumento de que es una de las exigencias de Bruselas para poder recibir los ansiados fondos europeos contra la crisis del coronavirus. Poco importa que, de forma absolutamente irresponsable, el Gobierno subiera las pensiones un 1,6% en 2019 y un 0,9% adicional en 2020 y 2021, dejando en suspenso los mecanismos de reequilibrio automáticos aprobados en 2013. Siempre hay un culpable ajeno a la acción del Gobierno.
Balones fuera. Es la misma técnica que ha empleado para dar respuesta a la polémica subida que ha experimentado la luz en el arranque de 2021. Frente a quienes abogan por rebajar el IVA de la electricidad, fijado en el tipo general del 21%, el Ejecutivo responde que la UE también lo vería con malos ojos, cuando, en realidad, cada Estado miembro es soberano en materia fiscal. De hecho, en la actualidad, hay seis países comunitarios que gravan la energía con un tipo reducido de IVA (Italia, Irlanda, Grecia, Croacia, Italia, Luxemburgo y Malta).
Y lo más curioso es que no solo es el IVA. La imposición que soporta la producción eléctrica en España equivale al 25% de la factura que paga el consumidor final, ya que al IVA hay que sumarle, a mayores, el impuesto especial de la electricidad y otro sobre la generación eléctrica, junto con un gravamen municipal y los derechos para emitir CO2, cuyo coste no ha dejado de crecer en los últimos años. El Gobierno podría bajar la factura de la luz mañana mismo si quisiera, pero se encuentra mucho más cómodo en su papel de avestruz, negando los problemas o derivando su responsabilidad a terceros, ya sea la UE, las autonomías, las empresas o la población en general, para no tener que decidir, pues, al menos en teoría, quien no decide no yerra. Una pésima estrategia en tiempos de crisis, donde lo que prima, precisamente, es la toma de decisiones valientes, ágiles y eficaces, bajo un liderazgo firme, para superar con éxito los grandes retos que afronta el país.
Necesitamos que surjan auténticos Centros de Empleo de barrio, competitivos, privados, interesados en casar ofertas y demandas de trabajo.
La estrategia de la nueva vieja izquierda es ya evidente: crear problemas donde no los hay y desaparecer cuando estos son reales.