Javier Morillas | 21 de abril de 2021
He aquí que el exitoso modelo tributario de Madrid es puesto en cuestión por algunos. Y, cuando vienen unas elecciones autonómicas, se ven obligados a combatir en un terreno en el que no querían combatir.
La teoría de la elección pública del Nobel de Economía James Buchanan señala que el Estado no es un ente totalmente desinteresado y benéfico, al estar constituido por un conjunto de políticos o funcionarios movidos por intereses también particulares, sea en términos de rendimiento electoral, mantenimiento de votos, cargos públicos, o pluses, gratificaciones, dirección de negociados, u otras prebendas. Por tanto, la reducción del peso de la Administración y la ampliación y el impulso de la sociedad civil es coherente con la necesidad de minimizar el gasto político. Lo que parece estar siendo relativamente bien entendido en la Comunidad de Madrid, desde el punto de vista impositivo.
Pero he aquí que el exitoso modelo tributario de Madrid es puesto en cuestión por algunos. Y, cuando de repente vienen unas elecciones autonómicas, se ven obligados a combatir en un terreno en el que no querían combatir. Y la posible eliminación de las bonificaciones que los madrileños disfrutan, tanto en los impuestos sobre Sucesiones como en Patrimonio, se dirimen el próximo 4M. Máxime cuando la pretensión de su presidenta, Isabel Díaz Ayuso, es seguir reduciéndolos. Concretamente, en medio punto en todos los tramos de la tarifa del IRPF.
Una rebaja de la tarifa autonómica de 2,5 puntos, lo que vendría a beneficiar a todos los contribuyentes en Madrid de dicho impuesto, que son 3 millones. Y con el consiguiente ahorro para ellos de unos 300 millones de euros, que quedarían para consumo o inversión, incrementando en cualquier caso la demanda agregada de la sociedad madrileña, hoy motor de la economía española. También con mayores bonificaciones para jóvenes y familias, y más facilidades para atraer empresas y capitales, dentro de un market friendly approach. Y que hace que incluso para una renta de 25.000 euros anuales una persona pague menos impuestos en Madrid que en otras regiones, como por ejemplo Cataluña, con su altísimo gasto político. Y Madrid se lo puede permitir por las eficiencias de su sanidad y educación concertada, grado de apertura a la libre iniciativa individual, menores costes en la economía de la lengua, y otros.
Entretanto, Ángel Gabilondo carga con sus 18 enmiendas antiguas registradas en la Asamblea de Madrid, destinadas a todo lo contrario: limitar las deducciones fiscales existentes, con una subida de 1.200 millones de euros en impuestos. No solo aumentando IRPF, sino Sucesiones, Donaciones y Transmisiones Patrimoniales, y cambiar el mínimo exento en el Impuesto de Patrimonio, ese viejo impuesto confiscatorio ya desaparecido en el resto de la Unión Europea.
Respecto a sus únicos posibles compañeros de gobierno (sic), deja sus también añejas propuestas de creación de una banca pública: subir todo impuesto que se precie, además de crear otros, sean turísticos, inmobiliarios o digitaloecológicos. Excepto para los manteros, beneficiarios del efecto llamada único en Europa que supone adquirir derechos de arraigo con solo tres años de residencia en España sin cotización alguna al sistema, accediendo así a la nacionalidad y al voto buscado por Pablo Iglesias. A coro con un Gabilondo, declamando contra la «ultraderecha y el gobierno de Colón», en un discurso manido que no se cree ni él. Tampoco Pedro Sánchez. Pero algo hay que decir.
Una victoria suficiente de Isabel Díaz Ayuso constituiría el fin de la foto de Colón, esa representación cómoda, adulterada y simple de la realidad. Pedro Sánchez arrecia porque teme que caduque esa foto y quedarse sin tapadera.
Sánchez soltó el mando único para que las autonomías asumieran un papel que no les corresponde ante una amenaza externa y global. Ahora ve cómo todo el peso de la culpa cae solo en Madrid, la joya del PP.