Javier Morillas | 22 de septiembre de 2020
España ha sufrido multitud de quiebras a lo largo de su historia. La situación actual de la deuda pública vuelve a colocar al país en niveles de máximo riesgo.
La deuda de las Administraciones públicas sigue incrementándose. Según los últimos datos del Banco de España, el déficit hasta julio alcanza el 6,1%, consecuencia de la caída de recaudación por IRPF, IVA e Impuesto de Sociedades del 24,9%, 16,4%, y 14%, respectivamente, mientras que los gastos del Estado durante ese primer semestre sufrieron un alza del 21,4% interanual. Así, la deuda se ha incrementado durante el primer semestre de este año en 102.345 millones de euros, hasta alcanzar una deuda total de 1,291 billones de euros (1,188 billones al terminar 2019). Es decir, un 103,68% del PIB, que podría llegar al 116% si asumimos la caída del 12% del PIB que calcula FUNCAS. Una cifra sin precedentes en los últimos siglos. Y cuya gravedad no puede quedar cubierta por el hecho de que la prima de riesgo continúe baja por la intervención exógena del Banco Central Europeo. «Los tipos bajos no garantizan una deuda sostenible», dijo Mario Draghi el reciente agosto.
Y es que, como han señalado los profesores Carmen Reinhart y el nobel Kenneth Rogoff en su último estudio de Harvard, «los países llevan quebrando desde que el mundo es mundo». Y, en este sentido, para los profesores Benito Cadenas y Manuel Sánchez Cánovas, «España se encuentra entre los que más veces ha suspendido pagos, junto con Francia… Cierto que también son desde la caída de Roma en el 476, ahogada igualmente por el endeudamiento del ‘pan y circo’ y la porosidad de sus fronteras, de las naciones más antiguas del mundo. Las del Hispania Rex de Eurico y la franca de Clodoveo. Pero dejando al margen la gran quiebra del hasta entonces próspero Reino hispano-godo en el 711 con la invasión musulmana, saldada con tesoros posiblemente todavía escondidos, como estuvo el de Guarrazar», lo cierto es que a lo largo de la historia de España son varias las ocasiones en las que el país ha incurrido en quiebras, junto a algunos impagos parciales.
Durante años y hasta el siglo XV, eran prestamistas hebreos los que, imposibilitados legalmente a tener activos inmuebles, se dedicaron a la nunca bien vista y arriesgada actividad prebancaria, en muchos casos usuraria, al estar normalmente expuestos a un decreto de expulsión; o un «progrom», llevado cabo por la propia población local o los mismos Estados como forma de cancelar sus deudas, lo que ocurrió en toda Europa.
Felipe II declaró la quiebra en 1557, como herencia de su padre y el empeño en seguir manteniendo el Sacro Imperio. Y luego, en 1575 y 1596, arrastrando a los mismísimos Fugger a la ruina. Con Felipe III se quiebra en 1607, y con Felipe IV en 1627 y 1647. Con la excusa de perder Países Bajos y también Portugal, se incurre en los impagos parciales de 1652 y 1662.
Durante el siglo XIX, España tuvo repudios de la deuda en siete ocasiones. Las tres primeras llevaron a las quiebras de 1809, 1820 y 1831 con Fernando VII, donde el problema de la hacienda pública se agravó con la «guerra total» hispano-francesa, 1808-1814, y el cese de las remesas ultramarinas. Los Gobiernos liberales reconocieron la pesada deuda y, a pesar de los arreglos del conde de Toreno en 1834 y las cuestionables desamortizaciones, como la que hizo el ministro de Hacienda Juan Álvarez Mendizábal en 1837, no terminan de solucionar el problema.
Tampoco la reforma de Alejandro Mon y Ramón Santillán (1845) resulta muy efectiva ante la inestabilidad institucional. La crisis internacional de 1866 resalta el fuerte endeudamiento externo, asociado también a la gran expansión del ferrocarril e inviabilidad de muchas de obras de infraestructura, que terminan en quiebras, con la expulsión de Isabel II tras la Revolución de 1868 y luego la Primera República. En total, se dieron 4 quiebras entre 1834 y 1882, la última relacionada con la financiación de las campañas en Cuba y Filipinas.
Al final del siglo XIX y en las tres primeras décadas del siglo XX, la economía española se recupera de los años perdidos y con la reforma de Raimundo Fernández Villaverde, en 1899, conseguimos un lustro completo de superávit. El profesor Cadenas señala que «tras la Guerra Civil Franco no reconoce la deuda republicana, aunque quedaría sobresaldada con las extraordinarias reservas de oro históricamente acumuladas en el Banco de España que el gobierno republicano ordena trasladar a Rusia… (mientras)… la deuda franquista con Alemania quedaría parcialmente saldada con los más de 40.000 jóvenes de la División Azul enviados a ‘contener el comunismo’ en el mismísimo frente soviético bajo aquel ‘Rusia es culpable’ del entonces superministro Serrano Súñer».
Y es que, en todo caso, han tenido que pasar 130 años para encontrar hoy a la deuda española en niveles de riesgo. Por eso son tan importantes las reformas estructurales y la aplicación de medidas reputadas que nos permitan volver pronto a la senda del crecimiento y convencer de nuestro rigor a los mercados, así como a nuestros socios comunitarios.
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