Manuel Llamas | 23 de marzo de 2020
Sin las medidas adecuadas, la crisis sanitaria y el parón se alargarán, provocando la quiebra de empresas y una gran oleada de despidos e impagos.
El mundo avanza hacia una nueva recesión global, similar e incluso peor a la de 2008, como consecuencia del coronavirus, tras convertirse en la peor pandemia desde la gripe española de 1918. La imposición de cuarentenas masivas en buena parte de los países afectados para tratar de frenar los contagios implica parar en seco la actividad económica, con el consiguiente cierre de empresas y el despido de millones de trabajadores.
El mundo entra, pues, en terreno desconocido. Nunca antes en la historia de la humanidad había sucedido algo semejante. Al shock de oferta que entraña este parón, se suma un shock de demanda como resultado del desplome de los ingresos que registrarán las familias. El resultado no es otro que una brutal contracción económica, al menos a corto plazo.
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Basta con observar lo que sucedió en China, epicentro del brote. La confinación estricta de cientos de millones de personas en sus casas durante casi dos meses se materializó en una brusca caída del PIB del 9% en el primer trimestre. La gradual superación de la crisis sanitaria está permitiendo la reactivación gradual de su tejido industrial, iniciando así la recuperación, pero la vuelta a la normalidad será, en todo caso, incierta, a la espera de que no se produzca una segunda oleada de contagios.
La dureza del golpe que padecerán los numerosos países afectados dependerá, básicamente, de dos factores: su capacidad para contener cuanto antes los contagios; y la adopción de las medidas correctas para evitar que el cierre temporal de la actividad se traduzca en una crisis financiera mucho más devastadora. El escenario central para todos aquellos que no hayan logrado controlar la infección desde el inicio será, por tanto, experimentar una crisis en forma de U o en forma de L. En el caso concreto de España, la recesión ya se puede dar por segura.
Aunque todavía es pronto para atisbar la profundidad de la caída, dado que dependerá de la duración de la cuarentena, la consultora Freemarket ya avanza que España se enfrenta a la peor recesión de su historia en tiempos de paz. El primer escenario (en verde), considerado el más favorable, contempla un descenso del PIB del 5,6% en 2020, mientras que el segundo (en rojo) sitúa el desplome en el 10,6%.
Como consecuencia, la destrucción de empleo podría oscilar entre los 972.000 y el 1.850.500 puestos de trabajo. Es decir, España podría llegar a superar de nuevo los 5 millones de parados a corto plazo. Además, todo apunta a que el déficit volverá a registrar cifras de dos dígitos, superando el 10% del PIB, debido al fuerte aumento de las prestaciones y la reducción de los ingresos tributarios. En definitiva, España, hoy por hoy, está condenada a sufrir “una severa recesión de un alcance y una duración difíciles de prever”, según dicho informe. Se trataría de la mayor contracción que registra España desde la Guerra Civil.
Lo más grave, sin embargo, es que dicha recesión histórica corre el riesgo de convertirse en una depresión permanente, a poco que las cosas no se hagan bien. Si no se logra solventar la crisis sanitaria y el cierre decretado se prolonga más de dos o tres meses, el parón se materializará en la quiebra de empresas y una gran oleada de despidos e impagos, con el consiguiente estallido de una crisis financiera, cuya gravedad podría superar fácilmente a la de 2008. En tal escenario, y ante la ausencia de medidas drásticas y valientes para tratar de mantener la actividad económica en pie, España se enfrentaría a la posible quiebra del país y la prolongación en el tiempo de una crisis profunda y duradera, cuyo desenlace final será incierto y tremendamente peligroso tanto a nivel social como político.
En ausencia de vacuna o tratamiento eficaz contra el coronavirus, la única esperanza es que España consiga superar la crisis sanitaria en las próximas semanas. El país se juega, como mínimo, la futura década en los dos o tres próximos meses. Todo dependerá de lo que se haga de aquí a junio.
Con el coronavirus hay que entender que no estamos ante una catástrofe planetaria de película, pero tampoco ante una simple gripe que se cura con paracetamol.
Se trata de un virus aviar que produce síntomas respiratorios parecidos al catarro, que pueden desembocar en neumonía, y que ya ha alcanzado una tasa de mortalidad cercana al 2%.