Albert Guivernau | 26 de julio de 2021
Para que la democracia liberal funcione es necesario que la economía liberal funcione. Y para lograrlo es necesario que las personas tengan capacidad e incentivos para prosperar.
Existe una gran relación entre la historia del pensamiento político y la historia del pensamiento económico. Véase el caso de Karl Marx, Friedrich Hayek, John Stuart Mill o Ludwig von Mises, entre muchos otros.
Si a día de hoy la democracia liberal está en peligro por el avance del nacionalismo y el populismo, también lo está la economía liberal. Y si la democracia liberal ha supuesto el mayor período de paz y prosperidad para tantos países -y tantos millones de personas de forma individual-; la economía liberal también ha jugado un gran papel para estos logros.
A mi juicio, se observan muchos motivos para pensar que la economía liberal está en peligro en nuestro país, un peligro muy ligado al populismo y al nacionalismo, y que puede lastrar el bienestar y progreso de las generaciones futuras. Los expongo a continuación.
Los subsidios de desempleo, proporcionalmente a la renta, son de los más elevados de Europa. Quizá explica una parte del elevado desempleo estructural en nuestro país. Además existen incentivos perversos para establecer modelos de vida basados en la subvención, y evitar que las personas tengan incentivos para prosperar. La elevada tasa de paro estructural y el nulo aumento de salarios lo avalan, a la par que lastran la recuperación económica vía aumento de demanda interna.
Además, las elevadas tasas de paro tienen algunas implicaciones directas en la economía: mantiene salarios bajos (las empresas no tienen incentivos para subirlos), mucha rotación y temporalidad, productividad baja, menor recaudación tributaria por IVA (a mayor desempleo, menor consumo) e IRPF (a mayor desempleo, menores rentas del trabajo), dos de los principales ingresos del Estado. Y por la vertiente de los gastos, se produce un aumento del volumen de prestaciones, endeudando a las administraciones de forma automática y generando mayor déficit (diferencia anual entre ingresos y gastos del sector público), que hace disparar la deuda pública (acumulación de déficits). Este contexto supone un caldo de cultivo para el populismo, culpando al sistema aunque el sistema le mantenga, y para el nacionalismo, culpando a Europa o a la administración central.
El diseño del mercado laboral impide que una parte de la sociedad pueda asegurar su autonomía financiera, que le permita elegir entre consumir y ahorrar. Es difícil para una persona que encadena contratos temporales acceder a contratos laborales indefinidos, creando de facto dos sistemas laborales: el de los temporales y el de los indefinidos. Con una parte importante de la sociedad con empleo precario, lo que se obtiene es una sociedad adormecida, con pocas aspiraciones, preocupada únicamente por mantener un trabajo en el que pueden prescindir de él en cualquier momento. No es baladí que, desde hace unos años, las Jornadas de la Liga de futbol, tradicionalmente los sábados y domingos, ahora se disputen de lunes a domingo. Es difícil que las personas en esta situación -muchas en nuestro país- quieran o puedan participar en la sociedad civil, tan necesaria en la democracia liberal.
Protegen a los que ya tienen trabajo, generalmente para cobrar más o trabajar menos, frenando el acceso para nuevos trabajadores y lastrando la productividad. Un factor que podría ser utilizado para atraer inversión por aumento de competitividad, acaba suponiendo un freno.
El crecimiento del PIB pc. (relación existente entre el nivel de renta de un país y su población) de la economía española hasta los años 80 se explicaba por el aumento de productividad de sus trabajadores, mientras que a partir de los años 80 el crecimiento del PIB pc. se fundamentaba en el aumento de la población activa, es decir, aumentaba el PIB pc. simplemente porque había más personas trabajando, no porque aumentara su productividad. Esta es la síntesis del Plan 2050 presentado por el Gobierno: crecer con inmigración. ¿Ha funcionado los últimos 40 años? No. Se trata de una medida coyuntural, no estructural; y además, a mi juicio, insolidaria con aquellos países de los que pretendes atraer esta inmigración.
Los trabajadores no saben lo que aportan y no se hacen responsables de ello. Sería muy necesario un sistema similar a la mochila austríaca (o similar) para que el trabajador sepa que dispone de unos fondos a su nombre, de qué cantidad se trata, y lo que se les va descontando si necesitan la prestación por desempleo, u otros subsidios.
El subsidio por desempleo no es un «derecho», es una medida de contingencia para encontrar empleo, y se debería luchar contra comportamientos oportunistas que convierten la alternancia entre períodos de trabajo y períodos de desempleo en un modus vivendi. Una manera de evitar este tipo de comportamientos sería establecer algún tipo de servicio social para las personas que reciban el subsidio. Como país no podemos permitirnos pagar un sueldo y no obtener nada a cambio. Y lo que es más grave, no podemos permitirnos pagar un sueldo, teóricamente para buscar trabajo, a alguien que no lo quiera buscar.
Lastra la capacidad de iniciativa de los agentes económicos. No es normal que para poder satisfacer sus obligaciones tributarias prácticamente la totalidad de autónomos deban contratar los servicios de gestores. Algo falla. Al igual sucede con inversiones paradas desde hace muchos años por algún trámite burocrático, y que supondrían la llegada de inversión, pero sobretodo puestos de trabajo.
No sería un problema si el endeudamiento fuera para mejorar la productividad, facilitar la creación de puestos de trabajo o resolver problemas estructurales de la economía española. Pero me temo, por lo que he podido ver del Plan presentado por el Gobierno a la Comisión, no es así.
Para que la democracia liberal funcione es necesario que la economía liberal funcione. Y para lograrlo es necesario que las personas tengan capacidad e incentivos para prosperar; y lo distingo del bienestar material, que también es necesario, pero no suficiente, para defender, desde la economía liberal, una democracia liberal fuerte, que combata al populismo y al nacionalismo.