Gabriel Galdón | 02 de junio de 2020
Entre el empeño de unos y la pasividad de otros, la mayor parte de las materias que se enseñan en la Universidad adolecen de formulación teórica, criterios operativos y metodología docente acordes con el humanismo cristiano.
Querido amigo:
Parece que te piqué en tu orgullo y no solo has leído dos libros en estas dos semanas, pues también, sin que yo te lo recomendara, pero adivinando quizás que antes o temprano lo iba a hacer, y que te podía ser muy útil para encontrar una respuesta a tus inquietudes, has releído el capítulo que dedico a la manipulación mediática y a sus efectos en la sociedad en mi libro Infoética… Y has repasado el último del cardenal Robert Sarah que te leíste hace meses, y cuyo diagnóstico certero sobre la situación moral y espiritual del mundo y de la Iglesia pudimos comentar tomando un café con churros en aquellos tiempos felices anteriores al confinamiento…
Tengo que felicitarte, porque has comprendido muy bien esa frase mía que te escandalizó un poco cuando la leíste por primera vez: que el progresismo ha supuesto, a la postre, el regreso a la barbarie con tecnología punta. Pero, a pesar de lo que has leído, no te explicas del todo por qué hemos llegado a la triste situación en que nos encontramos.
Pues bien, trataré de explicártelo brevemente. Hemos llegado hasta la «dictadura del relativismo», la «cultura de la muerte» y la “blasfemia contra el Espíritu Santo” actual, no solo por el ataque feroz de las ideologías antihumanas y anticristianas de la modernidad contra la «ciudadela cristiana», sino también por la superficialidad, estupidez, comodidad, tibieza y cobardía de una gran parte de los que tenían que defenderla desde sus diversas tareas y funciones, en los ámbitos intelectuales y culturales, filosóficos, jurídicos, educativos, económicos, comunicativos y políticos, aceptando, sin apenas oponer resistencia, que las teorías, sistemas, políticas y estructuras de la modernidad se hayan enseñoreado del mundo. Y también, en lo que respecta a nuestro tema particular, sin haber defendido con uñas y dientes la independencia e idiosincrasia de las Universidades frente a la intromisión controladora, legislativa, normativa y burocrática del poder político.
Me atrevo a aventurar que, cuando los historiadores de siglos futuros enjuicien la labor de los católicos en los tres últimos siglos, se asombrarán de la inmensa, magnífica, gigantesca y milagrosa labor caritativa material y asistencial realizada por todos, desde la jerarquía hasta el último jubilado que se apunta de voluntario en Cáritas. Le darán una nota de sobresaliente e, incluso, de matrícula de honor, no solo a Madre Teresa de Calcuta y a otros santos que, antes y después, han impulsado las obras de misericordia corporales, sino también a los cientos de miles y miles de religiosos, sacerdotes y laicos que las han llevado a cabo. E, incluso, a aquellos padres y madres de familia que, pudiendo o casi sin poder, son generosísimos en sus aportaciones económicas.
Sin embargo, como te enuncié antes de otro modo, en el ámbito cultural, profesional y político, el suspenso (como nota media) será clamoroso. No hemos sabido configurar las realidades temporales según la Luz de la Verdad y la Caridad; no hemos querido esforzarnos en realizar el trabajo intelectual necesario para discernir con claridad lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, de las teorías y prácticas surgidas en la modernidad; no nos hemos empeñado en la preciosa y maravillosa tarea de mantener la Tradición cristiana y, a la vez, en la de iluminar con doctrinas, ideas y propuestas operativas con sentido cristiano las nuevas realidades de un mundo en continua novedad…
In Spe, contra spemSan Pablo
Esos historiadores constatarán cómo los intelectuales católicos de los diversos ámbitos, en vez de obedecer fielmente la voz de alerta y el fortalecimiento renovado del Magisterio, desde san Pío X y León XIII hasta los tres últimos papas; de abrir los ojos de la inteligencia y el corazón a la luz crítica y profética de los grandes pensadores y divulgadores católicos contemporáneos, desde Newman y Chesterton hasta Brague y Messori; de defender la verdad histórica ante las grandes mentiras propagandísticas anticatólicas; de unir sólida y connaturalmente fe, razón y corazón en su labor específica… Han permitido y aceptado, en parte siguiendo a autores mediocres y falaces, los errores y las estructuras del positivismo, el relativismo, el laicismo, el capitalismo, el estatalismo, el igualitarismo, el cientificismo… Con lo que, entre el empeño de unos y la pasividad de otros, la mayor parte de las materias y disciplinas que se enseñan en la Universidad adolecen de una formulación teórica, unos criterios operativos y una metodología docente acordes con el humanismo cristiano.
¿Cómo hacer una Universidad cristiana de verdad con estos condicionamientos y estos mimbres? No pierdas, querido amigo, la Esperanza. Acuérdate de aquello que escribió nuestro san Pablo: «In Spe, contra spem». Hasta dentro de quince días, buen hombre, en que haremos el elenco de tareas apasionantes que debemos realizar con la ayuda de Dios. Que Él te bendiga.
Gabriel.
La enseñanza es, en sí, una tarea humanística, vocacional, para cuya realización es indispensable un haz de virtudes intelectuales y morales.
El filósofo francés Rémi Brague será investido doctor «honoris causa» por la Universidad CEU San Pablo el próximo 28 de enero.