Víctor Arufe | 03 de noviembre de 2020
Los profesores han vuelto a los colegios, abandonados por unas autoridades que han ahorrado en planificación y que cambian casi a diario sus medidas contra el coronavirus.
El otro día leí un titular de un periódico que recogía las palabras de una política, afirmando que la vuelta al cole había sido segura por los planes aplicados. Me llamó la atención porque yo, la verdad, no utilizaría el adjetivo de segura, pensaría más en caótica, atrevida, desafortunada, arriesgada o un sálvese quien pueda. Y cuando leo este tipo de titulares no me puedo creer que un plan de prevención de COVID-19 pueda venderse de esa forma. Por eso, inspirado en ese titular he creado el de este artículo, que me gusta mucho más y se ajusta a la realidad educativa.
En otros artículos, he comentado el lazo tan fuerte y estrecho que tiene la escuela con la política. Por supuesto, esto no es para estar satisfechos y alborozados. A mí personalmente es un tema que me preocupa. No solo por los quebraderos de cabeza que se les regala a los docentes cada vez que hay un cambio político y un cambio legislativo, sino por los niños. Me gusta pensar siempre en el alumno y en qué es lo mejor para él. Y creo que se están haciendo las cosas en contra de los intereses de los niños y adolescentes, salvo aquellos docentes etiquetados de rebeldes por el sistema, que intentan escuchar a los niños como si fuesen sus propios hijos.
Cuando hablo de cuidar a los niños hablo de cuidar la sociedad del futuro, ojo, que esto que estoy comentando es de una relevancia absoluta. Hablo también de viajar a su mundo y entender, y atender, todos sus intereses desde la escuela. ¿Nadie se ha planteado por qué un niño que disfruta tocando un instrumento no puede hacerlo más de una o dos horas semanales en la escuela? o ¿por qué a un niño que quiere disfrutar de la práctica y de la experiencia se le relega y condena a permanecer en un pupitre horas y horas? Como sucede en el mundo adulto, la negociación es importante, y esta debe estar presente en la escuela, cediendo también en favor de los intereses de los niños. Podríamos establecer el juego tradicional de «Oro y plata», escogiendo una vez la escuela una materia, para integrar en su equipo, y la otra los niños. Más de uno se quedaría boquiabierto al ver los contenidos del currículum que saldrían de ahí, pero os aseguro que habría menos fracaso escolar.
Pero, volviendo a la escuela en época de pandemia, hay un sentir generalizado del colectivo docente de que las cosas se han hecho mal. ¿Se podrían hacer bien? Sí, por supuesto, con ganas, tiempo, planificación, ilusión e inversión. Sin embargo, al profesorado, sin quererlo ni estar preparado, se le ha invitado forzosamente a meterse en su aula con el alumnado de siempre, el mobiliario de siempre y los problemas de siempre. Pero esta vez con uno añadido, el maldito «bicho».
Al final se le ha obligado a jugar. El juego es similar al clásico asesino, hay un alumno o profesor que tiene COVID-19 y debe ir infectando a los demás, pero nadie en el centro sabe quién es. Pues, sinceramente, como docente no me gusta este juego y como individuo de una sociedad, tampoco. Además, tiene una característica similar a los juegos que reinan entre los niños de 3-4 años, es un juego de regla arbitraria. Estos juegos son típicos de la infancia y consisten en que los niños van cambiando las reglas según sus intereses. En este caso, parece que hay una voz en off que, no estando en el aula, emite las reglas cada día, ahora con mascarilla de este tipo, ahora aulas burbuja, ahora aumentamos la distancia… Me temo que nadie conoce todas sus reglas en profundidad, así que ya os podéis imaginar… En cada rincón de España se juega de una forma diferente. Si el final de este juego es un éxito, será gracias a los docentes.
Testimonios de profesores universitarios, de Formación Profesional y de colegios que se adaptan para convertir el salón de casa en un aula.
Nos caracterizamos por ser una sociedad excesivamente infantilizada. Las circunstancias actuales podrían servir para que las nuevas generaciones sean más maduras. No las sobreprotejamos ante la adversidad.