Cándida Filgueira Arias | 05 de agosto de 2019
El Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad está asociado a problemas de adaptación personal, escolar, social y profesional.
Muchos de nosotros solemos hablar del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) como si lo conociéramos de toda la vida y fuéramos expertos en la materia. Seguro que en nuestro entorno conocemos un alto número de casos pero, en realidad, sabemos muy poco sobre lo que subyace en esta psicopatología.
Lo que debemos tener claro es que este tipo de trastorno no lleva asociado una discapacidad intelectual, ni se trata de niños perezosos, vagos y desmotivados, sino que puede darse en personas de cualquier nivel intelectual. Es un trastorno complejo y los síntomas se pueden manifestar en diferente grado en función de las características de cada persona. Debemos entender que no existe un único TDAH, sino diferentes sujetos que lo padecen.
Según los estudios publicados desde 1998 hasta la actualidad, este trastorno resulta ser la alteración del neurodesarrollo más frecuente en la población infantil. Se estima que más del 80% de los niños que presentan el trastorno continuarán padeciéndolo en la adolescencia y entre el 30-65% lo presentarán también en la edad adulta.
Pero, ¿Qué quiere decir TDHA? ¿Cuáles son los síntomas? ¿Cuáles son las causas? ¿Cómo podemos intervenir?
El TDAH es un trastorno muy heterogéneo desde el punto de vista clínico. Para establecer y conocer el diagnóstico adecuado y certero, debemos hacer referencia al DSM-5, Manual de Diagnóstico Diferencial (2013), que lo confina a una inmadurez en el desarrollo del cerebro, en concreto en el encéfalo, en donde se registra un desfase que incluso puede ser de un 30-35%, lo que supone que su evolución es un tercio más lenta de lo que denominamos “habitual”.
El diagnóstico temprano y una intervención multidisciplinar adecuada condicionan el pronóstico
Es, por tanto, un trastorno crónico pero que presentará mayor o menor complicación en un futuro en la medida en que reciba los apoyos y ayudas adecuadas a lo largo de su vida, pero sobre todo en la infancia. Así pues, el diagnóstico temprano y la realización de una intervención multidisciplinar adecuada condicionan el pronóstico y, consecuentemente, su evolución.
La dificultad para obedecer y cumplir las normas, elaborar respuestas inadecuadas a los adultos, parecer no escuchar cuando se les da alguna orden, discutir o interrumpir con frecuencia, etc., son conductas muy frecuentes en estos niños y ello se debe a la dificultad para percibir su propia realidad y la de su entorno, lo que provoca situaciones de incomprensión y represión ante cualquier intento de corrección.
Algunas conductas y comportamientos específicos que pueden llevar a sospechar que un niño o niña padece déficit de atención, o que presenta inatención, podrían identificarse con los siguientes patrones de conducta:
– Autoobservaciones orales.
– Cambios de primeras impresiones.
– Con frecuencia se olvidan de situaciones y objetos.
– Dificultades escolares.
– Dificultades sociales.
– Estar «ausentes» y ensimismados, como viviendo su mundo interior.
– Percepción selectiva de detalles poco relevantes.
– Pierden el rumbo de la tarea.
– Poco activos.
– Poseen problemas para nominar y describir.
– Poseen un tiempo cognitivo lento.
– Presentan patrones de pensamiento indefinidos.
– Problemas en la comprensión y el razonamiento lógico.
– Sus dificultades pasan desapercibidas.
– Tienen dificultades para identificar el estímulo relevante.
Es fundamental, por tanto, crear entornos adaptados y motivantes para contribuir a su evolución personal e individual, creciendo en función de sus características personales. Una buena intervención desde el ámbito escolar, para ayudar a mejorar el rendimiento escolar, debe estar orientada a minimizar las distracciones, adaptar las pruebas de evaluación y, fundamentalmente, la comunicación constante entre padres y profesores. De lo contrario, solo encontraremos problemas, conductas desafiantes y sufrimiento.
En el ámbito familiar, conviene que las tareas en general estén programadas para una duración limitada, incluida las escolares. Por otro lado, no hay que sobrecargar al niño con actividades de refuerzo o con deberes interminables que no van a poder realizarse debido a su complejidad en el tiempo de realización. Si se obliga a ello, estaremos fomentando el rechazo a las tareas encomendadas.
Una buena intervención en las primeras etapas de la vida redundará en el adulto con este trastorno e incluso se reflejará en su desempeño y remuneración profesional. Tanto es así que un estudio longitudinal dirigido por la investigadora Silvana Côté establece un precedente importante a la hora de detectar una correlación relevante entre un comportamiento diagnosticado de déficit de atención en niños en la etapa de infantil y primaria, y los bajos ingresos que posteriormente van a percibir en su futura vida profesional.
Hay que llevar a cabo intervenciones tempranas y estrategias terapéuticas y educativas adecuadas con el fin de prevenir
En el estudio, llevado a cabo en una población de aproximadamente 2.850 niños canadienses (Quebec), se analizaron sus conductas en función de los informes que elaboraron sus profesores de Educación Infantil y que sirvieron para establecer, al cabo de 30 años, las bases de un estudio comparativo con los honorarios percibidos por dichos alumnos ya adultos, en el desarrollo de su vida laboral. La investigación concluyó que una de las variables que determinaban las diferencias en las remuneraciones salariales de los sujetos investigados resultó ser la inatención detectada en la primera etapa escolar.
Así pues, hay que identificar de forma temprana y correcta los patrones de conducta que pudieran ser compatibles con un TDAH, y llevar a cabo intervenciones tempranas y estrategias terapéuticas y educativas adecuadas con el fin de prevenir el trastorno asociado a esta condición, como problemas de adaptación personal, escolar, social y, como hemos visto, profesional.