Ángel Gómez Negrete | 07 de abril de 2020
Los alumnos han de aprender a pensar colocando los hechos dentro de ese todo, dentro de la realidad entera que estudian todas las ciencias, conociendo así «las cosas como son”.
Cuando Newman emprende la labor de fundar la Universidad Católica en Dublín, escribe una serie de conferencias que luego darían lugar a su obra Idea de Una Universidad, en la que vuelca su proyecto ideal de lo que debía ser tal institución. Allí hace una defensa apasionada de la necesidad de que la Universidad enseñe el saber universal o, al menos, que enseñe con espíritu de universalidad, lo que conlleva que la Teología deba estar en el círculo de las ciencias, donde unas se apoyan en otras y todas se corrigen mutuamente. Las ciencias hablan de la creación y la Teología del Creador, de esta forma se contempla toda la realidad desde la indivisible unidad de todas las cosas en Dios.
Newman es consciente de que, para “conocer las cosas como son”, es necesaria la colaboración de la razón y la fe, las ciencias y la religión, el modo de pensar explícito, propio de las ciencias que buscan la evidencia, conjugado con el razonamiento implícito, el que se da por naturaleza en todos los hombres y es más adecuado para conseguir la certeza en los asuntos de religión y en las materias de humanidades. Este último consiste, muy básicamente explicado, en la convergencia de indicios cuya acumulación, sin llegar a probar de manera evidente, me inclinan hacia una conclusión y no hacia otra. Pero es cada persona, con su historia y formación, la que decide cuántos y cuáles de esos indicios bastan para mi decisión.
Los alumnos han de aprender a pensar colocando los “hechos” dentro de ese “todo”, dentro de la realidad entera que estudian todas las ciencias (también la Teología), conociendo así “las cosas como son”. Esta capacidad contextualizadora para saber qué lugar ocupa uno y dónde está su saber en el conjunto de las materias es lo que da lugar a lo que Newman denomina “hombre de hábito filosófico”; hombre que ha echado el cimiento intelectual de sus creencias y posee un sistema en el que todo lo que le llega va colocándose en el conjunto con facilidad, por tener relación con algo que ya hay en la mente y con lo que se ponen en relación los nuevos conocimientos.
El hombre de hábito filosófico ha reflexionado sobre la conexión de un hecho con otro, de una verdad con otra, los influjos entre hechos y verdades, los puntos primordiales y los secundarios, de modo que ha adquirido un conocimiento elemental (no superficial) de muchas materias, hasta el punto de que puede opinar con conocimiento de causa sobre ellas. Limitado en sus conocimientos, pero potencialmente capaz de caminar en cualquier dirección. El alumno adquiere así un pensamiento activo capaz de distinguir y discriminar, lo que nuestro autor denomina un “intelecto imperial”.
Este hombre de hábito filosófico, capaz de conocer las cosas como son gracias a ser consciente de la unidad del saber (aunque no abarque todos los conocimientos), es quien posee un saber liberal. Este saber liberal es buscado por sí mismo, no por su utilidad: su valor está en la transformación interior y edificación personal en el proceso de adquirir ese conocimiento, en el acto personal y único de reflexionar y establecer conexiones luminosas. Lo que se adquiere así es algo intransferible (un crecimiento personal) que, como en los asuntos religiosos, no se puede trasmitir (egotismo).
La educación no debe tener un uso utilitarista que la limite a la búsqueda del bien del hombre reducido a la satisfacción material de las necesidades, sino que debe aspirar a la perfección de la naturaleza humana. Este hombre no tiene que ver con el gentleman, alguien que se limita a no causar dolor, educado, pero en el fondo resignado por no poseer un sentido de la vida. Este tipo de existencia sirve para una sociedad educada, pero no para entrar en la presencia de Dios: todo gira en torno al hombre, en lugar de que todo gire en torno a Dios.
La religión y la fe no han de estorbar al ejercicio de la razón, sino que forman parte del ejercicio unitario con el que la persona busca la verdad y se desarrolla
“Conocer las cosas como son” conlleva incorporar las otras facetas del hombre, junto a su capacidad analítica: sus valores, ilusiones, emociones… Aun conscientes de que todas estas facetas pertenecen al hombre caído y están dañadas, no podemos dejar de tenerlas en cuenta. Aquí entra el elemento religioso. Dios es el único que ve las cosas como realmente son, ya que no hay brecha entre Él y la realidad, ni desorden en las facultades cognoscitivas. La persona tiene debilitadas sus facultades de trato con la realidad y su conocimiento de ella, no es capaz de captar la indivisible unidad de todas las cosas en Dios.
La unión de lo intelectual y lo moral-religioso es algo natural en el hombre tal y como Dios lo ha creado. Hemos sido hechos con una serie de leyes naturales de desarrollo personal para crecer en el conocimiento por dos vías: la inferencia y el asentimiento (razonamiento explícito e implícito). Por tanto, no es ‘natural’ prescindir de esta configuración humana tal y como ha sido diseñada por el Creador para nuestro desarrollo, adquiriendo conocimientos a través de las leyes que Él mismo ha puesto.
Para el liberalismo, la fe era un estorbo, ya que usurpaba el lugar de la razón, una razón capaz de un conocimiento infinito siempre que la fe no se entrometiera en su progreso de búsqueda de evidencias. El hombre era la medida de todas las cosas y no necesitaba a Dios. Sin embargo, para nuestro autor, que luchó toda su vida contra esta corriente, la religión y la fe no han de estorbar al ejercicio de la razón, sino que forman parte del ejercicio unitario con el que la persona busca la verdad y se desarrolla. Al liberalismo no le importa el desarrollo de la persona, sino su bienestar material y su utilidad para la sociedad. Por el contrario, nuestro autor defiende el bien que supone para la persona que la Universidad enseñe con espíritu de universalidad, sin perder la perspectiva de que cada materia tiene su lugar en el ‘todo’ del conocimiento universal, incluida la Teología (contextualización).
El portavoz de la Causa de Canonización del cardenal Newman nos habla de un santo que no puede reducirse al terreno de los intelectuales.
La existencia de Dios es inverosímil sin la afirmación robusta de la existencia de la libertad humana, y la universidad debe ser un lugar de defensa de esa libertad en el conjunto de los saberes que cultiva.