Jorge Soley | 14 de mayo de 2020
Manuel Castells parece no haber escarmentado y estar decidido a repetir el fiasco en nuestro país. La universidad, y los universitarios, sufrirán.
Leo en la prensa los cambios propuestos por el ministro de Universidades, Manuel Castells, para el futuro de la educación superior en España. Se trata aún de un texto que está en proceso de consulta pública, por lo que puede haber modificaciones, pero cuyos cambios más señalados serían:
Reducción de la duración de los grados, que pasarían de 4 a 3 años (en un camino que viene de los 5 de las antiguas licenciaturas).
Incremento del número de créditos que se podrán obtener fuera de las titulaciones, que pasarían del 15% al 25%, en lo que se supone que es una mayor apertura al «mundo real».
Dedicar buena parte del reducido tiempo de los nuevos grados a hablar de igualdad de género, objetivos del milenio, derechos humanos, ecología y cosas buenas y políticamente correctas. En el texto presentado por Castells se específica que «entre los principios generales que deberán inspirar el diseño de los nuevos títulos, los planes de estudios deberán tener en cuenta los Objetivos de Desarrollo Sostenible y, en particular, que cualquier actividad profesional debe realizarse desde el respeto a los derechos fundamentales y de igualdad entre hombres y mujeres, debiendo incluirse, en los planes de estudios, enseñanzas relacionadas con dichos derechos, conforme a las competencias inherentes al título».
Estos planes también deberán tener en cuenta enseñanzas relacionadas con «el respeto y promoción de los Derechos Humanos y los principios de accesibilidad universal y diseño para todas las personas» con discapacidad, así como con «los valores propios de una cultura de paz y de valores democráticos».
Da la casualidad de que estos días he estado leyendo el muy recomendable libro de Simon Leys Sombras chinescas, un agudo retrato de la China aún maoísta pero que acaba de superar la Revolución Cultural. Leys, reputado sinólogo y agregado cultural de la embajada belga en China, recorre el país en 1972 y nos deja una serie de descripciones, comentarios y reflexiones que han superado la prueba del tiempo y nos dicen mucho, no ya solo de la China de Mao, sino de la naturaleza de la política.
¿Y qué tiene que ver todo esto con las propuestas de Manuel Castells para la universidad española? Pronto lo entenderán. Resulta que Leys dedica un capítulo de su libro al estado de las universidades chinas a principios de la década de los 70. Allí nos explica lo que constituyeron las prioridades en esta materia de los guardias rojos durante la Revolución Cultural. En sus propias palabras:
– Reducción de la duración de los estudios.
– Establecimiento de estrechos lazos entre escuelas y fábricas.
– Simplificación y politización del contenido de las enseñanzas.
¿Entienden ahora mi sorpresa? ¡Si lo que propone el ministro Castells parece calcado de lo que proponían los guardias rojos en la China de Mao!
Con el barniz del siglo XXI, claro está. Ahora en vez de estrechar los lazos con las fábricas, que ya casi hemos conseguido erradicar de España, se estrecharán los lazos con la creciente Administración, con oenegés, con empresas públicas o semipúblicas…
Y, en vez del Libro Rojo, tendremos los Objetivos del Milenio. Pero el enfoque es sospechosamente similar.
¿Casualidad? Picado por la curiosidad, busqué en internet si existía algún vínculo entre Manuel Castells y el comunismo maoísta y me encontré con un libro, Bandera Roja: 1968-1974. Del maig del 68 a l’inici de la transició, escrito por el antiguo militante maoísta Jordi Borja.
Allí se explica que la organización maoísta «Bandera Roja llegó a ser, dejando de lado el PSUC, la organización política clandestina con más militantes, unos quinientos, y un entorno muy numeroso. Con los años, ha sido el primer espacio de socialización política de una larga lista de nombres ilustres que luego han tenido cierta influencia: Jordi Solé Tura, Alfons Carles Comín, Antoni Castells, Manuel Castells, Pere Vilanova, Ferran Mascarell, Joan Subirats, Marina Subirats, Borja de Riquer, Eulàlia Vintró, los hermanos Tusón y un larguísimo etcétera».
¡Bingo! Así que el joven Manuel Castells bebió de las fuentes del maoísmo… y parece que algunos esquemas le quedaron bien grabados.
En el texto de presentación del libro de Jordi Borja, aparecido en 2018, se puede leer lo siguiente: «La necesidad de resolver las cuestiones que planteó Bandera Roja parece hoy más necesaria que nunca, si queremos descubrir nuevas vías hacia un orden social y ecológico más igualitario y sostenible. Lo que vendría a ser la revolución del deseo».
Una apreciación que Castells compartiría, a la luz de su apuesta por las recetas maoístas de Bandera Roja, para «descubrir nuevas vías hacia un orden social y ecológico más igualitario y sostenible».
Todo lo contrario de quienes ya sufrieron el maoísmo en sus carnes (nada que ver con nuestros maoístas de salón). Recoge Simon Leys este testimonio de un «testigo chino altamente cualificado»: «Los comunistas chinos trataron de extender la educación al rápido ritmo que decidió el Partido, obligando a los profesores a producir graduados en tres años en vez de en cuatro, pero el presidente comunista de la universidad de Tsinghua manifestó: “Fue una buena demostración de cómo desperdiciar tiempo y dinero”».
Manuel Castells parece no haber escarmentado y estar decidido a repetir el fiasco en nuestro país. La universidad, y los universitarios, sufrirán, pero ¿y las palmaditas en la espalda cuando me junte con los antiguos camaradas en las cenas de veteranos de Bandera Roja?
La existencia de Dios es inverosímil sin la afirmación robusta de la existencia de la libertad humana, y la universidad debe ser un lugar de defensa de esa libertad en el conjunto de los saberes que cultiva.
El mayor peligro que corre esta materia es que se perciba como una mera información erudita acerca de las opiniones de los autores.