Ignasi Grau | 20 de septiembre de 2021
La realidad educativa responde a un entorno plástico. Por lo que, partiendo de esta realidad, podemos echar a perder una buena escuela sin mejorar el resto, y reverdecer un mal colegio a la par que mejora el resto.
En el mundo de la economía, se contraponen distintas visiones políticas: unas conciben la economía como una realidad plástica, mientras que otras, por el contrario la entienden como una realidad estática. Efectivamente, si la economía es una masa uniforme incapaz de crecer o contraerse, el único debate posible es cómo distribuimos el pastel. No obstante, si aceptamos la realidad plástica de esta dimensión el debate público debe oscilar entre estrategias que consideren no solo la distribución de la riqueza, sino también el crecimiento de la economía.
En el diseño de políticas educativas conviven igualmente estas dos posturas en relación al conjunto del contenido aprendido por la población estudiantil. Por un lado, en el diseño de políticas públicas, existe una perspectiva que considera que el conjunto de formación académica – o educación- que puede asumir el conjunto de la población estudiantil de un territorio es una masa homogénea y estática. Por otro lado, existe un enfoque que asume una visión más plástica del contenido de aprendizaje de la comunidad educativa, pensando que este puede crecer o decrecer en función de diversas circunstancias.
La UNESCO apuesta desde 2015 por un enfoque del derecho a la educación entendido como un «bien común», y no público o privado. Esta concepción implica tanto que el proceso educativo es una realidad que afecta al conjunto de actores de la sociedad, como que todos los miembros de la sociedad se benefician de él. Por lo tanto, también un mal proceso educativo tiene un impacto en el conjunto de la sociedad.
Una visión estática de la educación asume que cuando una escuela tiene buen rendimiento educativo es en detrimento de otra, por lo que, en vez de intentar aprender qué es lo que está haciendo bien la escuela que prospera, entiende que se genera una situación de injusticia que debe remediarse retirando fondos de la escuela exitosa y situarlos en la escuela menos exitosa. Otra consecuencia de una perspectiva estática de la educación es una propensión más temeraria a las reformas educativas. Otra consecuencia de una perspectiva estática de la educación es la temeridad en las reformas educativas. Si la educación es una realidad estática, no importa cuán mala sea una reforma o la repartición de recursos educativos, puesto que en conjunto es imposible que los alumnos aprendan menos.
Tanto en la economía como en la educación, nos damos cuenta de que una visión estática no se corresponde con la realidad de estas disciplinas. Hemos observado cómo economías florecientes se derrumban, y cómo economías raquíticas florecen. Igualmente, un vistazo rápido a los informes PISA nos muestra cómo hay sistemas educativos que mejoran su rendimiento, y viceversa. Corea del Sur sería un buen ejemplo de una plasticidad floreciente en ambos casos. Una visión plástica nos permite ser más optimistas ante el futuro, pero también más prudentes ante la intervención estatal.
Con lo cual, la realidad educativa responde a un entorno plástico. Por lo que, partiendo de esta realidad, podemos echar a perder una buena escuela sin mejorar el resto, y reverdecer un mal colegio a la par que mejora el resto. Llegados a este punto, conviene recordar varios principios a tener en cuenta de cara a cuando la prensa empiece a reflexionar sobre cómo mejorar el sistema educativo. Ninguna escuela, ni ninguna red educativa son, en principio, responsables del mal rendimiento de otras escuelas. Antes de retirar recursos de entidades que funcionan hay que analizar si podemos mejorar otras escuelas mediante el aprendizaje de métodos de las escuelas similares con rendimientos superiores. Finalmente, sin un ambiente de confianza y de empresa común en el conjunto del ecosistema educativo es difícil que podamos generar un clima positivo para ampliar la plasticidad de los sistemas educativos.
Propondría una antigua cultura del esfuerzo, aquella que predominaba hace algunas décadas y que nuestros mayores practicaban con asiduidad. Partía del hecho de que el hombre es un ser libre, pero que su libertad no estaba garantizada.
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