Víctor Arufe | 22 de junio de 2020
Los niños no son más que un juguete con el que juegan unos cuantos adultos vinculados a la política. Urge un nuevo modelo educativo en el que los pequeños no pertenezcan al Gobierno.
Cuando era niño, jugaba libremente en mi barrio. Aquel juego en la calle actuaba como una auténtica escuela, había experiencias de ensayo-error, los mayores enseñaban a los pequeños, se aprendían cosas nuevas cada día, se adquirían habilidades sociales y comunicativas, había llamadas de atención y «rincones de pensar». Desarrollabas diferentes competencias, especialmente la motriz, tan ausente en las escuelas actuales, y todo esto al final te ayudaba a construir tu propia identidad, tu sello de autenticidad.
Existían unos horarios flexibles de entrada y salida a la calle, quienes podían bajar a las 4 de la tarde no esperaban a las 5 y los privilegiados que finalizaban su jornada a las 10 de la noche siempre fueron envidiados por quienes tenían que cerrar forzosamente a las 9. No había sirenas ni malas caras asociadas a estas, solo voces desde las ventanas que anunciaban el cierre de la escuela de cada uno.
Por aquel entonces, todos pertenecíamos a alguien, Suso era el hijo de Puri, Toni vivía con su abuela… Tardé años en darme cuenta de que estaba equivocado y que realmente todos pertenecíamos a un mismo «dueño». La libertad de la niñez no es una libertad plena. Es una libertad condicionada a la escuela y esta, a su vez, es el juguete preferido del Gobierno. Y así es como el tiempo de ocio de los niños depende completamente del Gobierno.
Los niños no son más que un juguete con el que juegan unos cuantos adultos vinculados a la política. Unos adultos que no saben jugar, son iguales a esos niños no educados que nada más sacar el juguete de su caja original lo golpean contra el suelo, lo rompen o pierden algunas de sus piezas. Y, además, se pelean por tenerlo en sus manos, cuando está jugando uno viene otro y se lo quita. O incluso llegan a imponer su propia forma de jugar cada vez que alcanzan un puesto de poder, sin tener en cuenta las necesidades de ese juguete.
Ahora estos adultos tienen un problema, porque la COVID-19 ha puesto a prueba la habitación donde siempre jugaban. Se han dado cuenta de que tienen muchos juguetes en poco espacio, que los tienen en unas pésimas condiciones y que no tienen recursos suficientes para garantizar la salud de estos.
Que no intenten jugar online, porque nunca nadie ha disfrutado de un juguete teniéndolo a distancia. Al igual que un niño necesita ver el juguete, tocarlo, manejarlo, crear historias con él… los adultos vinculados a la política, si quieren aprender a jugar, deben tenerlos cerca y no a distancia. Y, en el caso de que quieran compartirlos con las familias algunos días a la semana, entonces deben crear las condiciones necesarias para que las familias puedan jugar también con ellos.
Quizá estos juguetes necesiten otro modelo de escuela. Una escuela que permita jugar a los docentes, no a los políticos, con pocos juguetes a la vez, que disfruten de ellos, que no trasladen las clases a otros espacios, sino que otros espacios se conviertan en verdaderas aulas. Las ciudades y los pueblos gozan de grandes oportunidades para generar nuevos aprendizajes, parques donde potenciar la inteligencia naturalista y kinésico-corporal, calles y edificios interesantes donde potenciar la cultura, aprender historia… Posibilidades infinitas de visitar cientos de sitios que aporten valor al capital humano de los niños, adquirir habilidades domésticas, musicales…
Quizá sea hora de airear a los niños, de sacar 30 juguetes de una pequeña habitación de apenas 90 metros cuadrados, de dar la posibilidad a cada uno de brillar por sí mismo, por sus cualidades, por sus virtudes y fortalezas, por su talento o, simplemente, por su forma de ser.
Ojalá que la COVID-19 nos haga repensar en un nuevo modelo educativo. Un modelo donde los niños no pertenezcan al Gobierno. Tenemos a muchos profesores preparados para el cambio, hagámoslo.
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El pin parental es un buen invento que no debe ser rechazado, sino acogido en interés de todos.