Hilda García | 22 de diciembre de 2020
La profesora del CEU Loli Botía ha desarrollado un proyecto para combatir el bullying en el patio escolar. Insiste en que «la sensibilización debe ser constante, porque por desgracia de lo que no se habla no existe», al tiempo que destaca el decisivo papel de la comunidad educativa y la familia.
«El acoso escolar tiene un efecto negativo significativo en la salud mental, la calidad de vida y el rendimiento académico de los niños». Así lo manifiesta la UNESCO en su informe «Behind the numbers: Ending school violence and bullying», hecho público en Londres en el Foro Mundial de Educación 2019.
Con el fin de combatir este problema creciente, Loli Botía, profesora asociada de los Grados en Educación Infantil y en Educación Primaria de la Universidad CEU Cardenal Herrera, ha llevado a cabo una novedosa iniciativa. Junto a sus compañeros del colegio salesianos San Rafael de Elche, donde ejerce como coordinadora del Gabinete Psicopedagógico, ha creado el programa VALENTS. El nombre del proyecto, que se desarrolla tanto en el aula como en el patio, es el acrónimo de los valores que pretende inculcar a los alumnos (Valentía, Asertividad, Lealtad, Empatía, Nobleza, Tolerancia y Salesianidad).
Hablamos con la orientadora sobre las causas, las consecuencias y las claves para combatir el acoso (bullying), una conducta que podría aliviarse e incluso evitarse con la estrategia adecuada.
El Diccionario de Oxford define el verbo inglés to bully como «usar la fuerza o la influencia para intimidar a alguien, especialmente para obligarlo a hacer algo».
Loli Botía explica que «un alumno sufre bullying cuando se encuentra expuesto de forma reiterada y prolongada en el tiempo a acciones negativas violentas por parte de uno o varios compañeros».
Los niños percibidos como diferentes tienen mayor propensión a ser víctimas de violencia e intimidación. El acoso físico es más común entre los varones, mientras que el psicológico lo es entre las alumnas. «Hablamos de cualquier manifestación de violencia, no solo física, sino también psicológica, como la humillación o el aislamiento», explica la profesora. Además, añade que en los últimos tiempos se está incrementando también el bullying online y a través del teléfono móvil.
Botía expone que «el origen de estos comportamientos hay que buscarlo en una relación asimétrica, en la que el alumno que sufre tales acciones difícilmente puede defenderse por sí mismo. En estos casos, suele haber un desequilibrio de poder, de fuerzas, entre los niños, aunque sean de la misma edad».
A este respecto, recuerda el libro Las semillas de la violencia, de Luis Rojas Marcos, que pone de relieve que en el ser humano existen tres fuentes principales de poder: conocimiento, dinero y violencia. Esta última es la más primitiva, porque solo se emplea para castigar o hacer daño.
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La víctima de acoso se siente atrapada: por mucho que intente agradar al compañero o al grupo de compañeros a los que no gusta, no lo consigue. Esta incapacidad es susceptible de generar trastornos como depresión o ansiedad.
La orientadora detalla que «las consecuencias psicológicas que se producen en el niño víctima de bullying pueden ir desde una bajada de autoestima hasta un sentimiento de indefensión o aislamiento. En los casos más graves, los que suelen aparecer en las noticias, puede llegar hasta el suicidio o la muerte violenta por una paliza».
«Sumisión a cambio de aceptación». La víctima aprende a relacionarse de esta manera, de modo que se sumerge en una dinámica difícil de superar, a menos que se someta a terapia. «Hay estudios que correlacionan el hecho de haber sufrido bullying en el colegio y el ser objeto, ya de adulto, de mobbing en el entorno laboral», asegura la docente.
En la otra cara de la moneda encontramos al alumno que ejerce el bullying. «No va a ser necesariamente un adulto violento y agresivo, pero en su forma de relacionarse necesita ostentar el poder. Se puede reconvertir en líder, pero habrá que ver qué tipo de liderazgo ejerce y cómo entiende las relaciones en el entorno familiar y social».
A juicio de Loli Botía, la prevención debe ser un objetivo permanente en los centros, no solo cuando nos lleguen noticias tristes sobre el tema. Para ello, da las siguientes claves:
– Formar a los futuros maestros en la universidad y darles herramientas, porque es muy fácil que este tema pase inadvertido.
– Lograr la implicación de todos los adultos que forman parte de la comunidad educativa y que tienen este deber para con los alumnos: familia, profesores, personal de administración y servicios y monitores de comedor.
– Enseñar a los niños -que son aprendices- a relacionarse de una forma adecuada y sana. Igual que en la escuela los formamos en competencias lingüísticas o matemáticas, es necesario potenciar este tipo de habilidades, en la medida en que somos seres sociales.
La profesora del CEU explica que cada comunidad autónoma tiene establecidos protocolos. «En la Comunidad Valenciana, hace 15 años fuimos pioneros en la plataforma PREVI. Los centros deben registrar en ella que tenemos un supuesto caso de bullying. Vamos recabando información sobre ello en ese protocolo. Cuando se confirma que la situación se da, empezamos a trabajar con las familias, las víctimas y los acosadores».
Según su experiencia, Botía constata que la familia desempeña un rol fundamental: «Tiene que transmitir a sus hijos valores como la tolerancia y la condena de la violencia».
Sin embargo, sus reacciones ante el acoso son distintas, en función de la posición en que se encuentran:
«Cuando llamamos a las familias para decirles que su hijo está sufriendo una dinámica de bullying como víctima, la respuesta siempre es receptiva y en general demandan ayuda.
Por el contrario, cuando informamos a las familias de que sus hijos son los protagonistas como agresores, se ponen a la defensiva. En ocasiones, argumentan que a su hijo se lo hicieron en el pasado y que ahora le toca defenderse».
No podemos olvidar que, en el exterior, los niños están expuestos a mil agentes educativos, formales y no formales. «Nos cuesta entender que nuestros hijos no son perfectos y a veces no es porque la familia les esté enseñando a relacionarse de esta manera, sino que lo aprenden fuera de casa».
La sensibilización sobre los peligros de esta conducta se consigue mediante formación e información. «De entrada, con acciones como la que estáis promoviendo desde El Debate de Hoy. Debe ser un tema casi constante, porque por desgracia de lo que no se habla no existe», reconoce la orientadora.
Esta concienciación se debe extender a la familia, a los docentes, a los profesores de actividades extraescolares, al personal de administración y servicios…
Durante los quince años que Loli Botía lleva siguiendo este tema, se ha visto inmersa en todo tipo de situaciones, pero asegura que en la actualidad hay mayor implicación: «Al principio, los profesores decían que esto ha pasado siempre, nos hemos buscado la vida en los patios y no hay que darle tanta importancia… Pero, en la actualidad, tienen asumido que hay que estar pendientes y registrar estos comportamientos, porque a veces son tan subliminales, tan finos, que no son fáciles de ver».
La Ley Celaá propone la supresión de los centros de educación especial, con el peligro de que los niños con necesidades especiales compartan aula con los de enseñanza regular.
Ante esto, la profesora alerta: «Si en infantil, de 3 a 5 años, entra un niño con diferencias sustanciales, los propios pequeños se dan cuenta y lo identifican enseguida. Si trabajásemos todos muy bien el tema de la inclusión, seguramente los riesgos serían menores. Eso exige entender que cada uno aportamos cosas diferentes al grupo y no solo inteligencia, sino también ser buen amigo, ser paciente…».
Y, aunque afirma que todavía no estamos formados en inclusión como para dar ese paso, Botía quiere lanzar un mensaje: «A veces me quedo con la utopía de pensar que ojalá socialmente llegásemos a ese punto de tolerancia».
La iniciativa surge de una preocupación constante que tenemos en el centro educativo donde trabajo, el colegio Salesianos San Rafael de Elche: que los niños establezcan relaciones sanas entre ellos para que exista un mejor clima de convivencia.
Llevamos quince años elaborando sociogramas con datos sobre si en cada aula hay líderes positivos, líderes negativos, alumnos que sufren aislamiento o que no son nunca elegidos para invitarlos a cumpleaños, hacer deporte, trabajar en equipo…
Con la inquietud de dar un paso más, nos juntamos un grupo de profesionales, todas mujeres: psicólogas, psicopedagogas, pedagogas… La idea surge porque en esos sociogramas preguntábamos a los niños dónde suelen tener lugar las agresiones, los insultos, las humillaciones… y ellos nos comentaban que en el patio del comedor, no en las aulas.
Decidimos usar el programa en su escenario de aula para sensibilizar al alumnado y explicar qué es una dinámica de bullying y, luego, en el escenario de patio para trabajar y hacer la intervención más directa. Eso ha requerido la formación del profesorado y de los monitores de comedor.
En el aula llevamos cuatro años trabajando el tema de la sensibilización y la formación al alumnado. Hemos creado los premios Yo soy valiente, que reconocen a aquellos que muestran una mayor conducta de ayuda hacia los demás.
En el escenario del comedor estamos terminando la formación de monitores. El programa tiene ocho bloques. Trabajamos uno por mes, desde octubre hasta mayo, que es el periodo en el que más alumnos tenemos. Casi un 80% se queda a comer. Trabajamos desde los 4 años hasta 6º de primaria, con el eslogan de cada mes una causa. Nos centramos en educación emocional, autonomía emocional, habilidades socioemocionales, resolución de conflictos… Fomentamos la coeducación, la diversidad y la cohesión de grupo.
Para ello, hemos adaptado juegos tradicionales o nos hemos inventado otros. Si tenemos una buena inteligencia emocional, vamos a poder desarrollar competencias sociales que hagan entender a los niños que ejercer un poder sobre otros va a tener consecuencias. Y a aquellos que tienen menos competencias les enseñamos a ser asertivos y a tener un estilo de comunicación positivo para defenderse en situaciones que consideran que no son socialmente aceptadas por todos.
La ley de educación es más un instrumento político que social, que vuelve a dejar de lado a los más vulnerables y que no corrige la tendencia de polarización social y territorial, sino que la agrava.
A la «Ley Celaá» lo que le molesta es que haya colegios concertados, porque la izquierda lo que dice es que el concertado es un colegio privado subvencionado, así como crítica. Lo que ocurre es que un concertado es un privado pero sin socialistas, y eso no se puede consentir.