Raquel Uriol | 23 de abril de 2019
El objetivo del sistema educativo es que cada alumno se desarrolle según el máximo de sus capacidades.
El concepto de excelencia académica está ligado a los de calidad de la enseñanza y excepcionales resultados académicos. Sí, excelencia es una cualidad que se identifica con algo extraordinariamente positivo y situado muy por encima de la media respecto al parámetro que se esté analizando. Los alumnos excelentes son los que destacan sobre el resto de sus compañeros por sus calificaciones y por su trayectoria académica. Son los alumnos que se han esforzado y cuyos resultados reflejan ese esfuerzo, esa superación personal para estar entre los mejores y obtener los premios, merecidos premios.
Pero cabría preguntarse si todos nuestros escolares tienen las mismas oportunidades para acceder a esa excelencia académica; si nuestro sistema educativo protege a los alumnos excepcionales en entornos económicos desfavorecidos; si se premia a los que han conseguido un progreso espectacular partiendo de situaciones menos halagüeñas; y, por último, si siempre se debe primar la búsqueda de la excelencia académica en la escuela.
La escuela, como actor fundamental en la educación de los alumnos, debe incentivar ante todo el desarrollo integral de los escolares. Si educar es hallar el equilibrio entre el cariño, la disciplina y el aprendizaje, bien sea de los progenitores o de los profesores, la escuela debe encontrar este término medio. Debe promover el esfuerzo y la superación personal como métodos para conseguir unos resultados curriculares y alcanzar los objetivos propuestos, pero también debe servir de referente en la transmisión de valores y experiencias en su camino hacia la vida adulta y hacia su independencia personal.
Buscando esa excelencia, surge el debate en torno a la conveniencia de hacer adaptaciones curriculares dependiendo de las características de los alumnos; si resulta eficaz explicar los mismos conceptos a todos los estudiantes de la clase o sería más apropiado particularizar según sus capacidades y conocimientos; si se corre el riesgo de bajar el nivel de la clase, en el supuesto de que muchos de ellos no lleguen a los estándares de aprendizaje; o si por el contrario, si es pertinente subir el nivel sabiendo que se van a quedar rezagados unos cuantos.
Hay que trasmitirles confianza en sí mismos y apertura de mente mediante una valoración personalizada de sus logros
Evidentemente, no todos los estudiantes pueden aprender al mismo ritmo, pero todos ellos pueden realizar un progreso considerable en cada una de las materias. Hay que trasmitirles confianza en sí mismos y apertura de mente mediante una valoración personalizada de sus logros. Hay que enfatizar aquello que van consiguiendo e insistir en que siempre se puede mejorar. Todos pueden mejorar: los que ya alcanzan esos resultados sobresalientes desde el punto de vista académico y aquellos que por diversas circunstancias no han llegado. Todos pueden ser alumnos excelentes.
Hay que buscar la personalización en el aprendizaje. Los profesores deben ser exigentes con todos, pero a todos no se les puede exigir lo mismo. No se puede hacer una escuela que corte a todos con la misma rasante, pero sí se debe buscar un modelo que sea equitativo y que dé a todos las mismas oportunidades de mejorar. Cuanto más equitativo sea el acceso a la enseñanza de calidad, más equitativa será la sociedad en la que se desarrollan esos escolares.
Sin embargo, muy a menudo se confunden en el ámbito escolar esos dos conceptos: igualdad de oportunidades e igualdad en el grado de exigencia. Y lo que resulta más llamativo, el modelo educativo está diseñado para exigir a todos lo mismo: el mismo examen para toda la clase o para todo el curso, la misma forma de calificar, los mismos parámetros y los mismos exámenes externos para todos los centros.
Llegado este punto, resulta inmediato sugerir que se podría introducir una mayor flexibilidad en el nivel de exigencia de los contenidos académicos y en los métodos de evaluación para adecuarlos a una gran diversidad de estudiantes. Quizás dotando a los docentes y a los centros de un mayor margen de maniobra a la hora de evaluar a los alumnos, se podría personalizar más según las capacidades y habilidades de los estudiantes y se reduciría la tasa de suspensos. De esta forma, cada uno estaría siendo calificado al máximo de sus posibilidades, estén por encima, por debajo o en la media, y no según valores calculados para la media de la población.
Cada alumno es único e irrepetible y como tal debe ser tratado. La búsqueda de la equidad educativa y conseguir que cada alumno se desarrolle según el máximo de sus capacidades debe ser el objetivo prioritario del sistema educativo y, por tanto, de la escuela. Solo así tendremos la seguridad de que todos nuestros alumnos pueden ser alumnos excelentes.
Análisis de las propuestas en materia de política educativa de los cinco principales partidos nacionales.