Jesús Montiel | 23 de mayo de 2021
A los alumnos no se les propone la búsqueda: se les dice de antemano que no hay sentido, cada uno debe aprender a construir su propia balsa para no perecer ahogado en el mar relativista.
Lo que importa no es en qué trabajaré o si tendré más o menos dinero en el futuro, sino qué tipo de persona voy a ser.
Lo ha dicho una alumna durante su exposición, esta mañana. Se trata de una actividad en la que pronuncian los sueños que desean que se cumplan en su futuro, a la vez que señalan los hitos más importantes de su pasado. Y esta alumna ha dado en el clavo. Hasta el momento, sus compañeros habían hablado acerca de los viajes que desean realizar, el dinero que les gustaría acopiar, la cantidad exacta de hijos (como frutas al peso), o la profesión que de todas las disponibles les gustaría ejercer cuando finalicen los estudios. Solo ella se ha referido a otro asunto, algo que hasta el momento no se había nombrado: un camino que no se ve, el del espíritu.
Lo ha dicho precisamente el día en que cumplo los treinta y siete. ¿Soy ahora el que pretendía ser a los veinte, con la edad de mis alumnos?, me pregunto. Sin duda soy distinto, pero mejor de lo que esperaba. Hay momentos en los que me comporto como un estúpido y soy una persona mala; pero no me he convertido en una mala persona, no de momento. Si algo deseo de cara a mi futuro más o menos largo es no convertirme en una mala persona; porque sé que puedo serlo, como todo el mundo. Deseo ser más misericordia, opinar mucho menos y escuchar de verdad, ayunar de mí todo lo que pueda, morir mi muerte.
En la universidad se les enseña a los alumnos a ser competentes. El objetivo es fabricar individuos capaces de desenvolverse en el contexto mercadotécnico. Fabricar, he dicho. Se ha desechado eso que señalaba mi alumna, esta mañana: el desarrollo interior. Todos los días, en mi trabajo, acuso su ausencia en las guías docentes. A los alumnos no se les propone la búsqueda: se les dice de antemano que no hay sentido, cada uno debe aprender a construir su propia balsa para no perecer ahogado en el mar relativista. Por eso no caminan, sino que vagan. No hay oriente y por lo tanto se conforman con reír durante su vagabundeo. Lo primordial es divertirse.
Hay que devolver al aula la búsqueda de sentido. Decir sin miedo que precisamente eso los salvará, lo demás es secundario. El verdadero futuro es interior. Las competencias servirán transitoriamente, así como el nivel de inglés o los másteres cursados. Todo eso que forma parte del bazar en que se ha convertido la educación, colonizada por el dinero. Pero el espíritu dura siempre. Sin duda son importantes la casa, la nómina y los viajes; pero más importante todavía es la cantidad de muerte que uno tiene dentro. Esa alumna que otorga más importancia al tipo de persona que quiere ser que a lo demás me ha recordado no solo cuál debe ser mi prioridad como profesor universitario, cueste lo que cueste. También ha sido un toque de atención. El mejor regalo que puedo recibir el día en que cumplo los treinta y siete.
Aunque el futuro venga siempre al mismo ritmo, lo vamos percibiendo de forma distinta según el momento y, sobre todo, según la edad.
Fernando Bonete & Hilda García
Entrevista con Ricardo Franco, director de Nuevo Inicio. Esta editorial es un instrumento privilegiado para profundizar en lo que la Iglesia tiene que decir sobre las cuestiones más candentes.