Cristina Noriega | 26 de septiembre de 2019
La distancia física y emocional y el anonimato que concede el actuar tras la pantalla disminuyen la percepción de que al otro lado hay una persona real con sus emociones y sentimientos.
La tecnología digital ha evolucionado exponencialmente a lo largo de los últimos años. Si bien su desarrollo ha supuesto un avance asombroso en el mundo moderno, también ha incrementado la exposición de los jóvenes a situaciones de riesgo por su uso inadecuado.
Uno de los retos que se está viralizando es el Happy Slapping, caracterizado por agresiones (tortazos, empujones, etc) que se graban con el objetivo de ser subidas en distintas redes sociales o plataformas. Se trata, por tanto, de una forma de violencia que combina agresión presencial y cibernética.
No te pases de listo con los nuevos compañeros. Las agresiones, vejaciones o humillaciones te pueden llevar a comisaría. #NOvatadas pic.twitter.com/y6CEPF24aA
— Policía Nacional (@policia) September 3, 2017
Estas agresiones suelen iniciarse alrededor de los 14 años, siendo en más de dos tercios producidas por amigos o compañeros. Aquí el daño no se limita a la agresión presencial. También se produce por las humillaciones públicas asociadas a las miles de visualizaciones del vídeo, junto con el ataque a la intimidad de la víctima. Esta visibilidad, además, puede dar lugar a que la víctima sea reconocida y sufra futuras agresiones.
Como el vídeo subido a la red se puede ver, compartir y añadir comentarios de manera ilimitada y sin control, abarca un número de espectadores potencialmente grande. La tecnología digital es omnipresente, de tal manera que la agresión puede ser recibida en cualquier momento y de manera continuada, al no poder borrar los contenidos, incrementando el impacto en la víctima.
Estas agresiones suelen iniciarse alrededor de los 14 años, siendo en más de dos tercios producidas por amigos o compañeros
En este fenómeno hay varias personas involucradas. Primero, tenemos al agresor directo y la persona que graba, los cuales habitualmente premeditan la grabación pero no suelen ser conscientes del daño que pueden estar generando. Su objetivo suele ser subir a las redes contenido que consideran “divertido” y aumentar la popularidad a través del número de seguidores o likes. Algo que no les exime de su responsabilidad.
Hay, además, otras personas que forman parte de este fenómeno desempeñando un papel fundamental: los espectadores. El rol de estos últimos puede ser tanto activo (animar durante la agresión, compartiendo el vídeo, posteando comentarios desagradables, etc.) como pasivo (omisión de ayuda).
Es clave tener en cuenta el papel que desempeñan los espectadores, sean estos actores o sujetos pasivos, ya que en ellos suele producirse un fenómeno denominado difusión de la responsabilidad, donde se disminuye la percepción de que se podría hacer algo para cambiar la situación. Ello produce una especie de contagio social donde se inhibe la ayuda a la víctima, lo que a su vez fomenta el problema al otorgar más poder al agresor.
Esto explicaría por qué este tipo de agresiones suele estar bajo el conocimiento de un número considerable de compañeros sin que ninguno denuncie. Así, investigaciones recientes muestran que las agresiones disminuyen cuando los espectadores asumen el papel que juegan en este fenómeno, mostrando su rechazo al agresor y apoyando a la víctima.
La agresión puede ser recibida en cualquier momento y de manera continuada, al no poder borrar los contenidos, incrementando el impacto en la víctima
En el Happy Slapping tiene lugar otro fenómeno grupal común con otros tipos de ciberacoso: la desindividuación. Cuando se agrede físicamente a una persona se puede observar la herida, pero al hacerlo por internet no. La distancia física y emocional y el anonimato que concede el actuar tras la pantalla disminuyen la percepción de que al otro lado hay una persona real con sus emociones y sentimientos. Ello estrecha la conciencia moral y la sensación de responsabilidad individual sobre las acciones que se realizan.
El Happy Slapping tiene consecuencias para todos los actores. Aunque la peor parte se la lleve la víctima (con efectos a nivel físico, emocional, psicosocial y/o académico), tanto el agresor como los espectadores también experimentan una serie de consecuencias. Entre ellos, la disminución de sus niveles de empatía y la normalización de modelos de comportamiento agresivos.
En estos casos, la prevención es fundamental. Algunas pautas a tener en cuenta son las siguientes:
– Alfabetización digital en el uso responsable de internet: mostrando las oportunidades y riesgos de las nuevas tecnologías.
– Concienciar sobre la importancia de proteger la intimidad propia y de otras personas en la red: no difundiendo, no dando a “me gusta” y denunciando este tipo de casos.
– Desarrollo de actitudes favorables al respeto, empatía, conducta prosocial, tolerancia, fomentando las habilidades sociales y el comportamiento asertivo.
– Hacerles responsables de sus actos, reflexionando sobre acciones aparentemente inocuas que realmente no lo son.
– Favorecer que los espectadores pueden ser parte de la solución, mostrando rechazo al acoso y animando a apoyar a la víctima.
– Fomentar la comunicación familiar y la confianza para que sientan que pueden acudir a los adultos en caso de problemas.