Jesús Montiel | 06 de junio de 2021
Dom Dysmass de Lassus explica en Los riesgos y derivas de la vida religiosa cómo un celo excesivo puede terminar quebrando a la persona espiritual.
Al término de su vida, san Bruno escribe una carta a su antiguo amigo Raúl le Verd. En ella le describe el desierto de Calabria, un lugar templado con praderas verdes y pastos, donde no faltan huertas ni árboles frutales. Las bondades del enclave, escribe el santo, son un auxilio para los eremitas. «Sirven de solaz y respiro», pues a veces el corazón decae, fatigado por la «dura disciplina y la continua aplicación a las cosas espirituales». «El arco siempre tenso -concluye-, o flojo o quebrado».
Habla de lo mismo el actual prior general de la orden cartujana, Dom Dysmass de Lassus, en el libro Los riesgos y derivas de la vida religiosa (Les Éditions du Cerf, 2020), donde argumenta cómo un celo excesivo puede terminar quebrando a la persona espiritual:
«Cuando caminamos por un bosque tranquilo, sin pendiente, el salirse del camino no presente riesgo ninguno. En un camino de montaña bordeado de un precipicio, no se permite el error. La vida religiosa, si es fervorosa, se asemeja a un sendero de montaña».
Por eso no es de extrañar que alguien devoto, muy espiritual, acabe en el extremo opuesto de la noche a la mañana. De seguro que esa persona vivía la fe en una tensión trágica, como el arco del que hablaba san Bruno. Había convertido la vida del espíritu en un rígido voluntarismo. Don Dysmass pone también este ejemplo del arco, citando el famoso apotegma de san Antonio:
Un hombre que estaba cazando animales en el desierto, vio a abba Antonio que se recreaba con los hermanos y se escandalizó. Deseando mostrarle al anciano que es necesario a veces condescender con los hermanos, le dijo: «Pon una flecha en tu arco y estíralo». Y así lo hizo. Le dijo: «Estíralo más». Y lo estiró. Le dijo nuevamente: «Estíralo». Le respondió el cazador: «Si estiro más de la medida, se romperá el arco». Le dijo el anciano: «Pues así es también en la obra de Dios: si exigimos de los hermanos más de la medida, se romperán pronto. Es preciso, de vez en cuando, condescender con las necesidades de los hermanos».
Dice otro apotegma: «Hay una ascesis intensa que viene del enemigo». Uno puede muy bien sentarse a meditar todos los días y practicar la oración del corazón, pero a la vez que persevera ha de tener paciencia consigo mismo, concederse descansos y no vivir imponiéndose una talla para la que todavía no está preparado. De otro modo quebrará, como el arco. Querer acelerar el camino de la humildad es arriesgado, dice también Dom Dysmass. Y lo ejemplifica con las palabras de un amigo suyo de Monserrat, quien decía: «No vale la pena buscar las cruces, el Señor las trae a domicilio».
La verdadera ascesis está en las cosas banales, no hay que realizar con la voluntad grandes espectáculos. El camino correcto es la sustitución y no la imposición. El amor no se impone ni se lleva a rastras. Dom Dysmass, de nuevo: «Es el sol el que hace desaparecer las estrellas, pero no podemos eliminar las estrellas para ver el sol». La exigencia con uno mismo, mantenida en el tiempo, conduce a la desilusión, la frustración y el abandono. Y a muchos otros desórdenes de orden psíquico. ¿Cómo saber si nuestro camino espiritual es saludable? Si hay gozo, paz y alegría. Disfrutar es parte del recorrido. Destensemos el arco, recostémonos sobre la hierba y bebamos un trago de agua fresca.
La oración es un acto político más eficaz que la quema de contenedores, que una huelga o que una nueva ley.
Es necesario reconocer que existe el derecho a morir dignamente, igual que uno tiene derecho a vivir del mismo modo. Pero no se puede decir, sin más, que uno tiene derecho a morir.