Jesús Montiel | 14 de febrero de 2021
Me gustaría vivir con todo bien encarrilado siempre. Es un afán de línea recta que, puesto que la realidad viene con curvas, acaba siempre malográndose.
Es increíble con qué facilidad se estropean las cosas. El inodoro, las manillas de las puertas, la pintura de una habitación. Hoy ha sido una de las baldas del armario empotrado: los tornillos de sujeción han cedido bajo el peso de los contenedores de ropa. ¿Será posible?, me he dicho furioso. Cada vez que arreglo algo y digo ya está, ahora está todo bajo control, una nueva cosa se rompe, como por arte de magia.
Digo que estoy furioso, aunque desde el principio sé que el auténtico problema no es que el armario se haya roto sino yo, mi resistencia ante los desperfectos. Porque me gustaría vivir con todo bien encarrilado siempre. Es un afán de línea recta que, puesto que la realidad viene con curvas, acaba siempre malográndose. Nada dura nuevo para siempre, todo cuanto me rodea está sujeto al deterioro. El verdadero descanso, entonces, no está en la falta de problemas, sino en la convivencia pacífica con esas pequeñas muertes que se me presentan a diario. La tolerancia con lo que escapa de mi control: el armario, la pintura, una lavadora. Si uno no está dispuesto a aceptar estas contrariedades, la existencia de lo roto, estará condenándose a vivir inquieto.
Muchas saludes quiebran por el empeño de amaestrar la realidad y someterla. Quiebran porque la realidad, ya digo, es desobediente, le gusta contradecirnos. Los que la obedecen, por el contrario, suelen ser personas más saludables. Menos neuróticas. Nadie interiormente sin la contrariedad. Quien no sufre se infantiliza. Queriendo no sufrir se sufre más, a la postre, porque se vive a la defensiva, como quien va a ser atacado. Sin calamidad no hay progreso. Nos estancamos. Y como el agua, terminamos oliendo a podrido.
Una balda rota, un inodoro atascado, el hijo que se cae y te obliga a ir a urgencias durante el rato sagrado de la cena. Si uno no está dispuesto a convivir con estos accidentes acabará consumido, porque estará luchando contra la realidad, alguien que siempre será más fuerte. Uno tendría que decir, para vivir de verdad: bienvenido seas, armario roto, te escucho. Te doy las gracias porque de otro modo no hubiera descubierto el dios que vive en mí desde hace tiempo, ese hombrecillo malhumorado que desea que todo vaya según sus planes.
Escribir es el intento de poseer y de retener un poco de ese trocito de belleza revelada en el instante, casi divino, en el que el asombro vence por fin a la distracción.
La montaña no se mueve, no se derrumba ni cambia de postura. Acepta el cielo del invierno y calla bajo la nieve, helándose cada noche.