Pablo Velasco | 15 de diciembre de 2020
El rabino Jonathan Sacks era uno los últimos representantes de una rara estirpe: el sabio ortodoxo con voz relevante en el escenario mundial.
El pasado 7 de noviembre, el 20 del mes Jeshván del 5781, Shabbath, el rabino Jonathan Sacks marchaba a la Casa del Padre. En 2013 visitaba España para impartir una conferencia organizada por el Instituto John Henry Newman titulada Ciencia y Religión: ¿encuentros o desencuentros?, que felizmente está disponible en Youtube.
Nació en Londres en 1948, el mismo año de constitución del Estado de Israel. Educado en St. Mary’s Primary School y en Christ’s College, Finchley, después se graduó en Filosofía en Cambridge, donde coincidió con Roger Scruton. Viajó a Estados Unidos, donde conoció a los últimos gigantes rabínicos: Menachen Mendel Schneersohn y Joseph Baer Soloveitchik. Estos encuentros hicieron surgir en Sacks el propósito de un camino rabínico, en vez de la carrera académica. Volvió a Inglaterra, donde recibió la ordenación rabínica en el Jew’s College y se doctoró en Filosofía en el King’s College de Oxford. Desde 1991 era rabino principal de Gran Bretaña y de la Commonwealth. Y desde 2009 era miembro de la Cámara de los Lores (un título que en su caso era vitalicio).
Como ha dicho el rabino Mark Gottlieb en un reciente artículo publicado en First Things, se trataba de uno los últimos representantes de una rara estirpe: el sabio ortodoxo con voz relevante en el escenario mundial: «A él acudieron en busca de consejo reyes, reinas, presidentes y primeros ministros. Guía para hombres y mujeres sedientos de sabiduría para acometer las cuestiones candentes cotidianas. Desde luego no es una pérdida exclusiva de la comunidad judía, lo es para occidente, en el fin de una era, en el fin de la importancia de una figura religiosa, que la gente necesita desesperadamente, incluso sin ser conscientes de ello».
La fe apunta a necesidades que no pueden ser satisfechas por el mercado, en particular a la más fundamental de las necesidades humanas, la de encontrar significadosRabino Jonathan Sacks
Desde ese 2013, gracias a la editorial Nagrela, en España hemos podido acceder a algunas de sus obras. En una de ellas, Celebrar la vida. Encontrar la felicidad donde no se espera, que recoge algunas de sus columnas en la sección Credo del diario The Times, leíamos: «La felicidad consiste en lo que tenemos; el mercado se concentra en lo que no tenemos. La felicidad reside en el bien que hacemos; el Gobierno se ocupa del bien que pagamos para que otros hagan. Un mundo en el que solo hubiera Estados y mercados sería eficiente. Pero sería también un mundo sin felicidad».
Esta idea resume muy bien los planteamientos de Sacks: una gran libertad de opinión, una lucidez clarividente que escapaba de lo políticamente correcto y de ser presa de lealtades partidistas. Por cierto, que el pasado noviembre publicábamos en El Debate de Hoy dos artículos que mostraban una lúcida coincidencia con esta idea de Sacks. Por un lado, Higinio Marín, en La estatalización del deseo, apuntaba que «la forma actual del Estado y el mercado necesitan establecer y difundir entre los ciudadanos la morfología del sujeto caprichoso cuyos deseos toman la forma imperativa e irresistible de las necesidades, al tiempo que su frustración le resulta intolerable»; y por otro, Carlos Marín-Blázquez constataba, en Hombres a la intemperie, «el tono crepuscular de un cierto periodo de la historia no por la disminución de la intensidad de los deseos, sino por la reducción de todo afán de perfeccionamiento a un anhelo de naturaleza material, a un limitado horizonte de bienestar y abundancia».
Apunta también Gottlieb que el rabino Sacks era un crossbencher. Convencido, como subrayaron sus mentores espirituales, los rabinos Schneersohn y Soloveitchik, de que la experiencia humana es dialéctica y la ortodoxia siempre debe trascender y absorber a la derecha y a la izquierda, conservadores y liberales, o incluso progresistas. Estaba muy empeñado en la cuestión de la naturaleza política de las minorías culturales. Sin optar por la secesión cultural ni por la asimilación, evitando «las identidades silo», quiso articular una tercera vía (llegó a referirse a ella como «La opción Jermías»), en la que mantenía coincidencias con la propuesta de Benedicto XVI de las minorías creativas: «Una minoría en un país cuya religión, cultura y sistema legal no son los suyos y, sin embargo, llamada a mantener su identidad, vivir su fe y contribuir al bien común, exactamente como dijo Jeremías. No es para pusilánimes». La importancia por tanto de la fe en la vida pública, una fe, como Sacks describió en una sus columnas del Times, que «es una forma de atención, una forma de no dar las cosas por sentadas, una forma de dar las gracias. La fe como la valentía de establecer y mantener compromisos de los que nacen las relaciones de confianza». Además, continúa en otra columna posterior, «la fe apunta a necesidades que no pueden ser satisfechas por el mercado, en particular a la más fundamental de las necesidades humanas, la de encontrar significados».
En otro artículo en homenaje a su figura, el obispo anglicano Rowan Williams recordaba cómo Sacks habló, en la Conferencia Anglicana de obispos, sobre la idea de pacto y alianza «y transformó la palabra para nosotros. Desde el punto de vista judío, dijo, un pacto podría ser un ‘pacto del destino’, una solidaridad basada en el trauma y el dolor compartidos, o un ‘pacto de fe’, la decisión libre de arriesgar, del compromiso mutuo y la implicación en los actos y sufrimientos de los demás. La experiencia común no elegida de la esclavitud en Egipto fue la base de una profunda línea de identidad judía; pero sólo en el Sinaí, cuando Israel dice que sí a la invitación de Dios de sellar el lado humano de la alianza, se establece la naturaleza plena de la identidad del pacto, y el pueblo hace su promesa al otro como lo hace con Dios». En otro de sus libros, disponible también en España, La dignidad de la diferencia, afirma: «Nos encontramos con Dios en el rostro del extraño».
Una alianza que es mucho más que un contrato social, quizá porque se habla de fidelidad y lealtad, y no de coherencia.
Como dijo su hija en el funeral, para Sacks no había problemas sin solución. Era un hombre de profunda esperanza, de gozo confiado y contundente. «Quizás incluso el antisemitismo global podría resolverse mientras la tetera estaba hirviendo».
«La opción benedictina» ofrece, como indica su subtítulo, una estrategia para los cristianos en una sociedad poscristiana. Jorge Soley y Armando Zerolo dialogan sobre esta original propuesta.