Estrella Fernández-Martos | 19 de junio de 2021
La mayoría de las veces, al hablar de la belleza del entorno se piensa en palacios o viviendas de determinadas características que no todo el mundo puede adquirir. Esta falsa creencia de que la belleza solo es patrimonio del que se la puede permitir holgadamente me entristece.
Los sábados por la mañana le gusta levantarse con las claras del día, prepararse un café con leche y tostadas, servidos en platos y taza alegres, e ir despertando sin prisa, al ritmo que vaya marcando el sol que entra en la cocina. Le gusta mirar las luces y sombras que, a modo de mantel, se proyectan sobre la mesa a esa hora a través de la ventana de palillería del office. Se recrea en esos juegos de luz que forman reflejos en la mesa y en los cristales, reflejos distintos cada jornada, en función de la vajilla escogida, pero siempre presentes. En ocasiones se entretiene componiendo bodegones como si los preparase para ser pintados en un cuadro.
De fuera llega el piar de los pájaros que también se desperezan y sobrevuelan los árboles de la plaza. Tiene que regar las macetas de la ventana. Sonríe al recordar el día en que por fin se decidió a poner flores en la jardinera, a pesar de los cuidados que necesitarían. Ahora se da cuenta de cómo ese pequeño y único acto ha cambiado toda su casa y a sí mismo; cómo ese pequeño canto de belleza se ha ido expandiendo a todo el apartamento y conquistando rincón a rincón, hasta hacer de su hogar un entorno agradable, cómodo, a su medida y, aún a sus ojos, sorprendentemente bello.
Pocas cosas más gratificantes en esta vida que habitar un hogar hermoso. La mayoría de las veces, al hablar de la belleza del entorno se piensa en palacios, grandes salones o viviendas de determinadas características que no todo el mundo puede adquirir. Esta falsa creencia de que la belleza solo es patrimonio del que se la puede permitir holgadamente me entristece, pues, si bien es cierto que muchos elementos hermosos precisan de un desembolso grande, un ambiente con encanto puede procurarse en entornos cualesquiera.
Para que esto pueda darse, es imprescindible una condición primera: querer proveerse de hermosura. Una de las cualidades más importantes de esta hebra de la Belleza es que nos exige tomar partido por ella, ser elegida y trabajada. A cambio, nos nutre, nos regala, evoluciona con nosotros, se adapta a nuestros ritmos vitales y nos engrandece. Nos forma la manera de mirar y nos ayuda a ver nuestro propio encanto y el de otros en sus entornos. Llamo cualidad a esta exigencia, porque el ser humano ha demostrado que aquello que no le cuesta parece no importarle; que lo que le ha sido dado no merece ser custodiado con diligencia. Por eso entiendo que este requisito previo es un atributo de la Belleza para darse al Hombre en aquello de lo que de él depende.
Un entorno cuidado nos completa a nosotros mismos y nuestra manera de estar en él. El hecho de rodearse de cosas bonitas excede, con mucho, a la apariencia de frivolidad que algunos le otorgan a este afán. Este compromiso íntimo con lo bello, este elegirlo en nuestra vida diaria, supone un paso cualitativo en nuestra aspiración a la Belleza: de su mero reconocimiento desde la observación, pasamos a desarrollar nuestra capacidad de producirla, de componerla. Empezamos a tomar un papel activo en relación a lo hermoso. Los primeros pasos de íntima belleza. Un regalo para cuidarnos a nosotros mismos y a aquellos con los que compartimos espacio, que empezará por la necesidad de ver algo bello y armónico en nuestra propia casa.
Esta toma de conciencia tiene grandes componentes de restauración de la propia alma. Habitamos espacios, en ocasiones, caóticos; en otras, bonitos, pero vacíos de vida porque no se adaptan a nosotros; algunos, quizá, tan abandonados como quien los habita. Tomar conciencia supone no solo embellecer un hogar, sino facilitarnos un encuentro más concreto con la manera de vivir que queremos, nuestra manera de tratarnos y de hacer las cosas. Una mesa bien puesta, una estantería con breves toques de adorno, un cuadro que nos gusta, un ramo de flor cortada, la cálida iluminación de un rincón de lectura, música de fondo.
Procurarnos esta conquista desde la intimidad es el verdadero acto revolucionario de hoy, el primero y más necesario; procurarnos la belleza, no para que la vean otros, sino, precisamente, donde nadie nos ve. No por fines egoístas o mentalidad pequeña, sino porque solo desde la intimidad puede empezar este compromiso con efectos a largo plazo, como los pequeños brotes de una planta, protegidos en interior hasta que son lo bastante fuertes como para trasplantarlos al aire libre, donde crecerán y darán sus frutos.
Después de los meses de confinamiento, uno de los motivos que más me encargaron pintar fue el de paisajes que aportaran calma a las casas, que transmitieran serenidad y esperanza. Imágenes que iluminasen la vida diaria. Esa necesidad de adornar la cueva por parte del que la habita, junto a la necesidad del artista de plasmar lo que ve y lo que siente, es, desde el principio de la Humanidad, el nacimiento del Arte. En nuestra esencia está, además de la utilidad de las herramientas, el adorno. No debería sorprendernos, pues, mirar a nuestro alrededor, centrarnos en un espacio, quizá pequeño, y pensar cómo embellecerlo. Una balda de una estantería, una cómoda, una mesa auxiliar, cualquier pequeño rincón. Escoger uno y mejorarlo y volver a empezar desde ahí.
A lo largo de la Historia, planteamientos filosóficos, religiosos y vitales se relacionan con la Belleza. Nuestra percepción ha evolucionado, pero no nuestra necesidad de ella.
La búsqueda del matemático comparte afán con la del poeta, ambos se nutren de anhelos, de pasión, de abismo. Ambos se asoman a la inmensidad del infinito amor explicando la perfección tangible de una rosa. Y como puente entre ambos lenguajes, el compositor.