Ricardo Franco | 20 de mayo de 2021
Qué belleza, por encima de todo, es vivir: vivir ahora. Vivir en este tiempo. Vivir en el tiempo. Que exista el mismo Tiempo…
No sé si es demasiado cursi empezar hablando del trance que supone escribir estas cosas para El Debate de Hoy, y que los lectores se asomen en mí y entren, y me lean, dejándome después vacío algunas semanas. Pero así me siento cada vez que resuena en mí la hora de entregar-te, amado Pablo- mis inservibles palabras.
La mayoría de las veces querría hablar de algo previamente pensado; te lo prometo. Pero enseguida me aburro, y me dejo llevar por las imágenes que pululan como caricias del aire en mi cabello, y me traen y me llevan por aquí o por allá, sin dejarme quieto en ningún sitio. Insisto en querer centrar el discurso, y en ser un fiel narrador de esta, cada vez más, disoluta disolución del orden de las líquidas cosas que, inevitablemente, nos están salpicando; porque, ciertamente, los acontecimientos indican una situación cada vez más preocupante… Pero, justo ahora -ahora mismo-, mientras todo parece seguir el curso de una confusión bien orquestada, estoy viendo -veo y vivo- un cielo tan bonito…; un cielo tan cielo, que no puedo evitar mirarlo como se mira un rostro joven y resplandeciente de primavera, levemente achispado por el vino.
Las ventanas de las casas enmarcan mil tiestos llenos de flores rojas, moradas, violetas, como estrellas terrenas del día, y las mariposas que jamás nombramos en ningún artículo -porque nunca vienen al caso- se distraen entre las briznas verdes encharcadas de rocío y el silencio que irrumpe en todo, desde la entraña de los aljibes que una vez reverberaron ecos morunos de agua, y ahora son morada para miles de pájaros.
La tarde se está columpiando bajo una inmensa nube que azulea la floresta, y devora con su boca cada matiz, cada detalle, cada deseo; y los engulle en sus entrañas como una gran ballena celeste, que emerge de un mar eterno, hambrienta de profetas huidizos como nosotros; hambrienta de afecto como la panza de ese Dios tímido que nos arropará y acariciará cuando, al fin, la noche nos derrote con su sueño.
Después, cuando quiero volver a la seriedad circunspecta de estos días y empezar a escribir sobre algo que merezca la pena, ya no es posible… Porque un vertiginoso agradecimiento me invade como un torrente impetuoso que se lleva por delante todas las distraídas y cegadoras evasiones.
Y, entonces, tras la lanzada victoriosa de la Belleza, pienso en lo bueno que es vivir; vivir conscientemente; despertar a la conciencia de la vida en esta morada de carne y con este corazón herido por el que entran y salen todos los vientos. Y qué bueno es posar los ojos sobre el horizonte inabarcable que nos abraza. Y qué bueno es ver el cielo cambiar de color al ritmo del fatigado atardecer, y querer guardarlo en la memoria como se guarda, a hurtadillas, un tesoro frágil y único. Y qué bueno es ver nuestro rostro cincelado en el gesto de los hijos, y haber servido como puente para ellos, entre lo eterno que aún brilla en sus ojos y este día que decae, como el de ayer, y como el de mañana.
Tras la lanzada victoriosa de la Belleza, pienso en lo bueno que es vivir; vivir conscientemente; despertar a la conciencia de la vida en esta morada de carne y con este corazón herido por el que entran y salen todos los vientos
Qué bueno es el paso del tiempo; su inexorable y bendita pedagogía para acompasar la reacción inevitable a los contratiempos, o el llanto liberador de quien no sabe todavía rezar, pero mira -todavía mira- esperando la salvación de sus amores. Y qué bueno es sentir cómo el cuerpo también se acompasa lentamente a la paciente espera que no tuvimos de niños, y comprender mejor que nada de lo que vemos y pretendemos retener en la escritura nos pertenece. Qué hermoso es todo ahora, incluso el dolor inesperado, o el quebranto del sueño que no termina de germinar en la tierra del deseo, y lo olvidamos, o lo perdemos. O lo desdeñamos por su infertilidad…
Pero qué hermoso; qué hermosura. Qué belleza, por encima de todo, es vivir: vivir ahora. Vivir en este tiempo. Vivir en el tiempo. Que exista el mismo Tiempo… Vivir en la alegría o en el llanto, navegando en este río de oro y sombras, e intentar decírselo a todos, buscando, escogiendo siempre mal nuestras amadas y sedientas palabras que, quizá, a nadie sirven más que para tergiversarlas a su antojo. Y, después, preguntarse un poco entristecido; preguntarse, no excesivamente preocupado, por qué cambiamos esta dicha de ser; de existir siendo, por las podridas sentencias que a diario nos invitan a embrutecernos y a abandonarnos a la advocación asesina de Caín.
El mundo tendría peor ventilación sin alguien lanzando los ojos al techo de la oficina o dibujando monigotes en los márgenes de un libro de texto.
La Belleza nos asalta en cualquier momento y circunstancia, no pregunta, se regala alegremente cuando quiere, igual que se esconde cuando le interesa.