Guillermo Garabito | 30 de septiembre de 2021
Quizá el éxito de estas páginas haya sido que todas los artículos eran correspondencia entre nosotros mismos.
Que se muera un periódico, o lo maten, siempre es motivo de pena, de llenarle cada una de sus páginas de obituarios y ponerle crespones negros a las entretelas del alma. En El Debate de Hoy he escrito páginas felices, metáforas lúcidas, pedradas que han resonado como en una puerta de chapa. En El Debate de Hoy he escrito a pecho descubierto que es la única forma de ser sincero con uno mismo y con los demás: jugarse el tipo y dejárselo todo en cada columna sin red de seguridad. Enseñarle al lector que a este oficio uno viene a poner la vida sobre el folio cada mañana porque si no nada tendría sentido. A escribir ferozmente como si nos fuese la honra en ello. Confieso que he escrito los más días espoleado por el talento que me rodeaba, por poner un artículo a la altura en la portada del periódico para no desentonar.
En esta casa he leído con envidia a tipos que ni siquiera conocía y ahora parece que siempre hubiesen estado ahí. He leído con fruición a los que ya no dejaré de leer nunca aunque no escribamos más juntos. Pero sobre todo, en El Debate de Hoy, he hecho amigos. Este era un paraguas para el siglo XXI que cae de punta, para las voces más lúcidas y raras y sobre todo para los pocos humanistas que le quedan al mundo. Y entre ellos destaca Richi Franco, señor del Sacromonte y de La Alhambra.
Quizá el éxito de estas páginas haya sido que todas los artículos eran correspondencia entre nosotros mismos. Intimidades veladas para dejar noticia a los demás cada semana de que seguíamos vivos, de que sobremoríamos lo justo cortándonos en pedacitos con los que tener artículo un día más.
Si hubo una generación perdida, hoy hay una generación encontrada. El Debate de Hoy fue el germen y Pablo Velasco nuestra Gertrudis Stein de por aquí. Un tipo bueno y con ojo –como no puede ser de otra manera si te has casado con una mujer que escribe su tesis doctoral sobre la obra de José Jiménez Lozano–. ¡Ave, Pablo! Estos papeles han sido una fiesta y nosotros hemos estado toda la noche en ella. Créanme. Aunque a una necrológica se venga a decir lo desconsolada que quedaba la viuda y lo triste que estaban los hijos, en verdad los de estas páginas seguimos con la juerga en otra parte. Porque no estábamos en París como Fitzgerald, Hemingway o T.S Eliot. Esta fiesta no se acaba porque no estábamos ni siquiera en Madrid. Y aquí continuamos: en La Mudarra, en Molpeceres, en la calle Panaderos, en Donosti, en Málaga… Porque en España se escribe desde las esquinas del mapa y a cada rincón hemos llevado El Debate de Hoy a pulso sobre nuestros hombros, le hemos puesto columnas –que son cimientos efímeros para la eternidad–, y le hemos puesto todo el empeño del que hemos sido capaces. Ahora, si hay que enterrarlo, dejaremos su cuerpo ya yerto sobre un altar.
En este medio hemos escrito de actualidad y hemos escrito de nuestras cosas, que es la única actualidad que interesa de verdad. He leído artículos a los imanes de la nevera, cartas de amor que darían para renovar la fe mejor que un concilio y artículos valientes contra nosotros mismos.
Yo he escrito desde que me llamó Pablo Velasco hace más de un año con puntualidad benedictina y se me hace raro que este vaya a ser el último artículo de la lista y tal vez por eso lo he demorado evitando el punto y final. Me siento honrado porque la mía sea la última faena que ven estas páginas que quedan mudas para las hemerotecas. ¡Aquí muere El Debate de Hoy! ¡Larga vida a todos los amigos que me deja!
Después de dos años solo puedo decir que he rodado por el río turbulento de la opinión, que la piedra se ha hecho canto, y el canto, oración.
Sirvan estas palabras para concluir el camino de El Debate de Hoy, fundado en 2016 con la idea de mostrar un periodismo interpretativo, de reflexión pausada y análisis certero.