Fernando Bonete | 01 de abril de 2019
Entrevistamos al filósofo y profesor Gregorio Luri con motivo de la publicación de su último libro, «La imaginación conservadora».
“¿Por qué no mantener abierta la posibilidad de que quizás algún gran hombre del pasado por su perspicacia sobre la naturaleza humana nos haya conocido mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos?” El que escribe algo así tiene que amar profundamente el pasado. Reconocer que el ayer más lejano puede enseñarnos algo a nosotros, con todos nuestros avances y progresos, requiere de una humildad nada habitual en el discurso supremacista del presente imperante en nuestros días.
Del amor por las décadas y siglos que nos precedieron, y de la prudencia intelectual que requiere dicho aprecio, hace gala, en efecto, el autor de esas líneas, el filósofo y profesor Gregorio Luri, como también el conservadurismo para el siglo XXI que representa y nos presenta en su último libro, La imaginación conservadora. Una puesta a punto, desde el sentido común y la historia de España, de los fundamentos que impulsan el ser y el sentir conservador. Una propuesta alejada de los modelos mentales socialmente aceptados sobre el término y todas sus connotaciones negativas.
Fernando Bonete: ¿Por qué La imaginación conservadora y no La teoría conservadora?
Gregorio Luri: En este momento me parecía que era más urgente, más necesario proporcionar algunos estímulos. No he querido situarme en la posición del teórico que contempla objetivamente las cosas y las describe. Los griegos tenían una palabra muy bella… protrepsis. Es un libro que quiere ser una protréptica, un impulso. Tomo partido de manera clara, e intento, más que dar argumentos, que también, dar un impulso al diálogo con los que ya se fueron y los que aún no han llegado que es el conservadurismo.
F.B.: Pero el diálogo de hoy va sobre lo nuevo. En todos los ámbitos se nos pide innovar. ¿De qué vale ser conservador?
G.L.: Una actitud conservadora honesta consigo misma debe entender la diferencia entre los discursos que se elaboran en el presente y lo que se hace en el presente. Es verdad que parece que si no te dedicas a correr detrás del viento de lo nuevo eres un retrógrado. Pero cuando miras a la realidad, te das cuenta de que no hay pueblo en España que no quiera tener su museo de antropología, que nos gustan las croquetas de la abuela, los buenos vinos con historia, los mejores paisajes… La realidad tiene mecanismos muy curiosos de compensar los excesos. Todos esos excesos innovadores, la realidad te los compensa con una actitud conservadora que, por otra parte, no es más que sentido común.
F.B.: Su libro es, de hecho, un elogio y defensa del sentido común, del hombre corriente.
G.L.: Es algo esencial y hoy firmemente atacado. Todo el mundo le dice al hombre corriente lo que tiene que pensar, cómo tiene que hacer las cosas… es un adoctrinamiento que, además, afecta de lleno a las familias. Dedico mucho esfuerzo y entusiasmo a hablar a las familias, a decirles que no pongan su responsabilidad en manos de expertos, excepto en casos críticos, claro. Insisto en que se enfrenten a los problemas. Algunas veces acertarán, y otras no. Pero que no cedan, que no arrienden su responsabilidad, porque la familia no es precisamente un invento reciente. Hay que poner en valor al hombre del sentido común.
Situarte en contra de tu tiempo por creer que todo lo que llega como anuncio del futuro simboliza el apocalipsis, eso es situarse fuera del sentido comúnGregorio Luri
F.B.: ¿Poner en valor al hombre corriente, y poner en su sitio a los intelectuales?
G.L.: Ninguna sociedad que se precie puede prescindir de los intelectuales que la ayuden a llevar la experiencia común hasta la idea. Ahora bien, ningún intelectual que se precie puede despreciar a ese pueblo que no está dispuesto a dejar de ver determinados programas de televisión para leer El ser y el tiempo de Heidegger. Esa actitud, que es nueva en la historia europea, esa actitud del intelectual que no considera que su papel sea contemplar, sino adoctrinar, situarse de maestro de escuela de la sociedad… bueno, habría que decirles: “oye, a mí no me pongas deberes”.
F.B.: Hablando de intelectuales… en su libro toma una famosa expresión de Ortega y Gasset para pedir al conservador de hoy que sea “nada moderno y muy siglo XXI”. ¿Qué quiere decir?
G.L.: Le cedo la palabra a Unamuno para que lo explique él: “Nada de vivir al día, hay que vivir a los siglos”. Conviene bajarle un poco los humos al presente si se quiere comprender bien y atreverse, incluso, a contemplar, “antihegelianamente”, el presente desde el pasado.
F.B.: Sería idóneo encontrar ese equilibrio, aunque me temo que eso de mirar el pasado se entiende como algo antiguo, pasado de moda.
G.L.: En España sí, y esa es una anomalía de la cultura española, una reticencia o rechazo que hay que evidenciar. No ocurre nada semejante en otro país del mundo. Hay cosas que forman parte de una tradición que es criticada, básicamente, por ignorantes que desconocen nuestra historia. Los conservadores tenemos buena parte de la culpa, porque no hemos sabido estar a la altura de la herencia que se nos ha legado.
El conservadurismo se justifica por su capacidad de utilizar el pasado para mirar al futuroGregorio Luri
F.B.: Y luego está Europa, que también es protagonista de su libro.
G.L.: Podemos frivolizar con muchas cosas, menos con Europa. Estamos en un momento absolutamente decisivo. Hemos erosionado las identidades nacionales sin construir una identidad alternativa.
F.B.: Sobre la identidad europea nos habla Balmes, al que nombra en su libro en no pocas ocasiones. De hecho, antepone su vigencia a la de filósofos actuales como Byung-Chul Han.
G.L.: Balmes me interesa por muchos motivos, pero me interesa especialmente el Balmes más ignorado, que es el periodista, porque contempla el presente desde más allá del presente. Creo que ahí está el Balmes más actual, el que piensa sobre los problemas del día a día desde la claridad moral.
F.B.: Términos como ‘politeia’, ‘teatrocracia’ o ‘novolatría’ son también recurrentes en el libro.
G.L.: Los tres me interesan para demostrar que es posible obtener del pasado conceptos que nos explican bien a nosotros. Si eso es posible, entonces el pasado no está muerto. Si por ejemplo, el término politeia sigue siendo útil para explicar algo del presente, conviene rebajar la humildad del presente, porque Platón, en este caso, nos ha entendido mejor de lo que nos entendemos a nosotros mismos.
Todos estos conceptos, que son del pasado pero se mantienen vivos, nos demuestran que el pasado también sigue vivo o, si quieres, lo podemos revitalizar. El situarte ante el pasado con la actitud de creer que puedes obtener, como mínimo, ideas nuevas para pensar el presente, esa actitud desmiente el historicismo y justifica el conservadurismo. El conservadurismo se justifica por su capacidad de dialogar con la tradición, utilizar el pasado para mirar al futuro.
F.B.: Y por su capacidad de romper esquemas, como aquello de que el ecologismo es para progresistas. Usted asegura que no hay nada más conservador que ser ecologista.
G.L.: Si piensas que no hay nada que transmitir, que no hay nada que conservar, no seas conservador. Si no amas tus paisajes, que es lo primero que ves cuando abres los ojos, si no sientes que ese paisaje no es algo ajeno, sino que te expresa, si ese paisaje no es en cierta manera una prolongación de tu personalidad, entonces no te llames conservador. Las primeras reflexiones sobre la ecología nacen de las filas conservadoras. Todo aquello pasado que se mantiene vivo me parece digno de ser conservado.
F.B.: Y el conservadurismo, ¿será conservado?, ¿tendrá vigencia?
G.L.: El conservadurismo tendrá vigencia, aunque solo sea como actitud existencial. Que en España tenga vigencia como posición política está por ver. Lo que me preocupa más en este libro es la posición existencial, el conservadurismo como actitud, es decir, como compromiso de darle profundidad al presente.
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