Vidal Arranz | 04 de enero de 2021
El que fuera jefe de Contrainteligencia en el Ejército Europeo publica El dominio mental, libro en el que analiza las nuevas formas de control de la población y advierte de que «hoy la vigilancia es total».
Coronel del Ejército de Tierra en situación de reserva, el leonés Pedro Baños es hoy un personaje extraordinariamente mediático. Su experiencia como jefe de Contrainteligencia y Seguridad del Cuerpo del Ejército Europeo en Estrasburgo lo convirtió en un reclamado experto en geopolítica, materia a la que dedicó sus dos primeros libros, Así se domina el mundo y El dominio mundial. Con El dominio mental, publicado también en Ariel, como los anteriores, da un paso más allá y se adentra en un nuevo e inquietante campo de batalla de la geoestrategia: el cerebro y el control de la mente y de los comportamientos de los individuos.
El dominio mental
Pedro Baños
Ariel
544 págs.
21,90€
De ahí que en este nuevo trabajo se den cita todo tipo de informaciones referidas, por un lado, a la manipulación, las nuevas tecnologías, el hipercontrol a que nos somete el big data (el constante proceso de acumulación y procesamiento de nuestra información digital) o las nuevas investigaciones sobre el cerebro y las cada vez mayores posibilidades de incrementar nuestras capacidades intelectuales mediante implantes digitales, lo que puede abrir una puerta de entrada al control de nuestro cerebro.
Baños habla con pedagógica claridad, pero también con cautela. Nunca olvida que su condición de militar le impide hacer comentarios explícitos sobre la situación política nacional, de modo que muchas de sus afirmaciones remiten a realidades que cualquiera puede identificar pero que él, premeditadamente, no hace explícitas. Eso sí, hay que reconocer que resulta más convincente en la exposición de la realidad amenazante en la que nos encontramos que en la formulación de soluciones.
Pregunta: El panorama que dibuja en El dominio mental es terrorífico. Después de leer su libro dan ganas de salir corriendo, buscarse una cueva profunda, hacer acopio de víveres y esconderse…
Respuesta: Entiendo que esa sería la primera reacción, pero es lo contrario de lo que pretendo. Lo que me gustaría más bien es alertar a la sociedad de todos los riesgos que presentan estas tecnologías de hiperconectividad en las que estamos inmersos, que permiten una hipervigilancia de nuestras vidas como nunca jamás había existido, al tiempo que brindan una gran facilidad para controlar a las poblaciones. Mi objetivo es animar a sacar la cabeza debajo del ala y que nos organicemos para exigir a nuestros líderes que nos protejan también de estas nuevas amenazas. Especialmente de desafíos emergentes, como la posible intromisión que puede producirse en el cerebro de las personas, y en su privacidad mental, por la inserción de las nuevas prótesis digitales que se están desarrollando, en principio, con fines médicos que todos celebramos como positivos, pero que pueden llegar a ser usadas en el futuro para otros propósitos. Debemos reclamar a nuestros políticos una estrategia que garantice la seguridad humana en estos nuevos ámbitos que están surgiendo.
Pregunta: Su libro desvela que estamos sometidos a un bombardeo de estímulos y condicionantes tal que puede ser tentador pensar que no queda margen real para la propia libertad.
Respuesta: No queda mucho margen, porque saben muy bien cómo jugar con nuestras emociones, que es la gran vulnerabilidad que tenemos todos los seres humanos: somos esclavos de nuestras emociones y quien sabe jugar con ellas condiciona a personas y sociedades enteras. Como primera advertencia, cada vez que nos encontremos con una noticia o información que tenga una gran carga emocional puede ser bueno desconfiar de su veracidad o de la intencionalidad que pueda acarrear. Porque es cierto que quien controla las emociones controla las decisiones de las personas a través del condicionamiento de sus pensamientos.
Los implantes cerebrales podrán usarse en el futuro para controlar nuestra mente
P.: En este contexto resulta inquietante que el principal asesor del presidente del Gobierno, Iván Redondo, sea un profesional que basa su estrategia justamente en este ámbito emocional.
R.: Con las emociones, se juega tanto con las negativas como con las positivas. Por ejemplo, el modo como las promesas electorales recogen nuestros anhelos, incluso aunque lo hagan de un modo muy difícil, o incluso imposible, de cumplir. También se juega con lo que nos provoca un sentimiento de ternura o nos conmueve. Y es así como se manejan las sociedades. Esto no es nuevo, pero sí lo es el gran poder que permite esta interconexión universal en la que estamos todos inmersos -a través de los teléfonos inteligentes y las redes sociales- de la que no podemos escapar. Esto permite removernos de manera más fácil y rápida.
P.: ¿Qué emociones diría que imperan ahora en España?
R.: De la situación política española no puedo hablar por mi condición militar, pero sí puedo decir que, en todo Occidente, y relacionado con la expansión de la pandemia, estamos viendo cómo se juega con el miedo y cómo por miedo somos capaces de ceder en nuestras libertades, en nuestros derechos, de un modo que nunca hubiéramos podido imaginar.
P.: Usted es muy crítico con esta deriva. Habla incluso de sociedades instaladas en la atonía y que lo aceptan todo.
R.: Esta situación nos ofrece muchas lecturas. Como yo me he dedicado a la estrategia y a la geopolítica, tengo una visión a más largo plazo. Al final, lo que estamos viendo en estas sociedades liberales democráticas occidentales es que la gestión de la pandemia ha sido deficiente. Ha pasado un año desde que comenzó este desastre sanitario y económico y aún seguimos viendo las pugnas entre los distintos grupos políticos, e incluso dentro de los mismos partidos. Y esto no beneficia ni a las sociedades ni a la propia imagen de la democracia. Por no hablar de todo lo que ha sucedido en las elecciones estadounidenses.
Hoy la vigilancia es total porque todo lo que hacemos deja huella
P.: ¿Ve peligro de que las democracias se derrumben?
R.: Creo que la democracia todavía tiene recorrido, pero hace falta darle una vuelta y reflexionar sobre lo que está pasando. Este desprestigio y descrédito de la democracia puede conducir a que alguien tenga la veleidad de tratar de ofrecernos otro sistema que aparentemente pueda ser más beneficioso para el conjunto de la ciudadanía, pero que a la larga nos perjudique más. Frente a esto debe surgir un movimiento social que reclame líderes políticos muy solventes, personas con el suficiente prestigio como para llevar las riendas de la sociedad.
P.: Su referencia constante a las élites puede llevar a pensar que tan solo hay dos bandos. Pero la realidad es más compleja. Eso que usted llama dominio mental es un campo de batalla donde hay mucho fuego cruzado.
R.: Por supuesto. Hay muchos intereses y muchos luchando en ese campo de batalla. Las personas, cuando alcanzan un elevado grado de poder y riqueza, siempre a lo largo de la historia han aspirado a moldear a las sociedades a su imagen y semejanza, o a su capricho. Pero hay muchas personas, grupos, Estados, y grupos de Estados, que están en esta pelea. La pelea por transformar las sociedades de una forma u otra siempre ha sido muy dura. No solo hay un bando, sino muchos bandos.
P.: Existen foros donde se planifica el destino del mundo y no se niega. Usted reproduce una cita de David Rockefeller, durante una reunión de la trilateral de 1991, en la que habla expresamente de «nuestro plan para el mundo». ¿Existe un plan o varios?
R.: Existen varios planes. Pensemos en el que está intentando llevar a cabo China, que no coincide para nada con el que puedan tener Estados Unidos o Rusia. Y, además, hay grupos de personas que tienen tanto poder que intentan modelar a las sociedades. Incluso quizás con buena intención, porque piensan que si se actúa de una determinada manera se la va a beneficiar. Es una pelea en la que hay muchos inmersos.
Hemos sido convertidos en yonkis digitales, porque es la manera de tenernos distraídos con asuntos banales
P.: Cuando hablamos de Davos o del Club Bilderberg, ¿de qué hablamos? ¿Del Nuevo Orden Mundial?
R.: De lo que hablamos es de grupos de personas poderosas. Este mes de enero se reúne el Foro de Davos y probablemente nos depare sorpresas; yo suelo estar muy pendiente para contar tanto lo que nos digan abiertamente como lo que nos digan implícitamente, entre líneas. Porque son grupos de personas que se reúnen para ver por dónde va el mundo y por dónde les gustaría que fuera. Pero, probablemente, los que manejan verdaderamente los hilos seguramente lo hagan desde la sombra. Aquellos que conozcamos a través de los medios probablemente sean poderosos dirigidos a su vez por otros.
P.: ¿Es Soros el problema, o es solo uno de los que están en el foco?
R.: Él lo dice abiertamente y tenemos los datos de las cantidades ingentes de dinero que emplea para transformar las sociedades conforme a un modelo ultraliberal que considera beneficioso para las personas. Pero es uno más de los que están en el juego.
P.: Los medios de comunicación, que deberíamos ser un contrapeso, a veces estamos siendo parte del problema.
R.: Esta aceleración del mundo en que vivimos lleva a los periodistas a intentar ser los primeros y eso significa que no hay análisis a largo plazo, ni una reflexión profunda, lo que se agrava, además, por el exceso de información. Por no hablar del maremágnum de medios digitales que están surgiendo, y que tienden a dar las noticias de forma escabrosa para llamar la atención. Estamos en un momento muy delicado, en el que, por supuesto, no hay que acusar ni a todos los medios ni a todos los periodistas. Aunque algunos, en esta situación de declive económico, entran en el juego de las subvenciones, las suscripciones encubiertas, etc.
P.: Ha mencionado el caso de Estados Unidos, donde se da un desacoplamiento manifiesto entre la sociedad real, dividida en un 50%, y los medios informativos, que son contrarios a Donald Trump en un 80%. Y aún más en países como España.
R.: Esto ocurre, entre otras razones, porque los medios en general viven de las noticias que les proporcionan las grandes agencias de la comunicación, o los grandes medios informativos, sean estos audiovisuales o escritos. La mayoría de estos medios se posicionaron desde el principio en contra de Trump, entre otros motivos porque para ellos era un importante negocio, como muestra el que las suscripciones a The New York Times crecieran enormemente a base de atacarlo. Pero esa información de punto de vista único es la que se transmite a los países y aquí hemos visto cómo no ha habido un debate serio sobre lo que estaba pasando en Estados Unidos. Al contrario, la mayoría de las televisiones ofrecían tertulias monoperfil en las que todos los opinadores comentaban lo mismo en una única línea de pensamiento. Y esta no es la labor del periodismo, que debe ofrecer todas las caras y las perspectivas, incluso aquellas que no son mayoritarias.
La pelea por transformar las sociedades siempre ha sido muy dura y no hay un único bando, sino muchos
P.: El problema es que, si el refugio son unas redes sociales usadas acríticamente, es como intentar protegerse escondiéndose en un bosque plagado de alimañas.
R.: Es que incluso en esas redes que nacieron como la posibilidad de tener una opinión alternativa, y como un espacio de libertad, se va imponiendo cada vez más una determinada línea de pensamiento, incluso censura, algo que afecta también a plataformas digitales como YouTube. Y vemos que ese espacio de libertad cada vez está más constreñido y limitado. Además, hay que tener en cuenta que en las redes también juegan los Gobiernos y los servicios de inteligencia para condicionarnos.
P.: Y luego están las cámaras de eco. ¿Por qué tienen las redes sociales tanto interés en darnos el gusto con aquello que parece que nos interesa?
R.: Porque el objetivo de las redes es tenernos enganchados a ellas el mayor tiempo posible. Cuanto más tiempo, más información sobre nosotros facilitamos. Y saben muy bien las noticias que nos tienen que dar para que la experiencia nos resulte agradable. De modo que muy a menudo no salimos de ese bucle sin contraste en el que solo recibimos información que nos va a satisfacer, para que pasemos más tiempo en la red.
P.: Usted menciona la historia de la rata hervida, que últimamente es muy citada por muchos que coinciden en detectar un proceso lento de retorcimiento de patrones culturales que hasta no hace mucho parecían sólidos.
R.: Es un proceso de degradación que se puede explicar también con otro ejemplo, para no repetirnos: los amortiguadores de un vehículo. Se van desgastando de manera tan paulatina que el conductor no se da cuenta, hasta que un día descubre que el coche ya no frena. Esa degradación paulatina lleva a que la sociedad tampoco nos demos cuenta de hacia dónde estamos yendo, adónde nos están llevando. La proliferación de escándalos, algunos de ellos francamente graves, y de actuaciones de incompetencia flagrante que se suceden, ha provocado una sensación de acomodamiento y ya no nos impresiona nada. Nos han ido acostumbrando a esta degradación tanto del sistema social como político.
Uno de los riesgos mayores del transhumanismo es la creación de un nuevo tipo de soldados menos empáticos, con lo que la guerra puede llegar a ser más inhumana que hasta ahora
P.: En varias ocasiones cita El mundo feliz de Aldous Huxley. Parece que, en el duelo distópico con 1984, la obra de Huxley nos sirve mejor para entender los riesgos de nuestro presente.
R.: Hay tres libros distópicos muy célebres en su momento, pero que ya han sido muy superados por la realidad. Por un lado, tendríamos Un mundo feliz, de Huxley, del que lo más llamativo sería esa droga, ese soma, ese entretenimiento que se usa para tener distraídos a los súbditos, y que en nuestro caso estaría representado por esa hiperconectividad. Por otro lado, 1984, de George Orwell, del que podríamos destacar el poder de las telepantallas, las cámaras de vigilancia que las personas tenían en su propia casa, y que ahora también las tenemos, por nuestra propia voluntad, y a través de las cuales también somos espiados. Pero también está vigente el otro, Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, que planteaba un mundo sin libros para que los ciudadanos no tuvieran capacidad crítica para revolverse contra el sistema. Ese fenómeno, de otro modo, también se está dando: sobre todo los más jóvenes, cada vez leen menos. Y a la postre no va a hacer falta quemar los libros, porque cada vez los rechaza más la sociedad. Pensamos que estamos muy informados, pero como la información que recibimos está tan condicionada, nos mantiene en un estado de inopia, o de clara atonía.
P.: Esta pérdida de interés por la lectura de textos complejos está relacionada con nuestra creciente dificultad para concentrarnos y fijar la atención. Lo que es también un efecto de los hábitos que promueven las nuevas tecnologías y las redes.
R.: Lo que hacen es generarnos un entretenimiento absolutamente estéril, que no nos perfecciona ni enriquece como seres humanos, pero que, además, es adictivo y nos lleva a pasar cada vez más tiempo dentro de él. A veces dedicamos más tiempo a este entretenimiento baldío que al sueño o al trabajo. Y esto no es positivo, porque es espuma y no nos proporciona sustancia.
Soros dedica cantidades ingentes de dinero para cambiar la sociedad, pero es uno más de los que están en este juego
P.: Pedagogos como Gregorio Luri advierten de que educar la atención y la capacidad de concentración debería ser el propósito principal de la escuela, y en vez de eso estamos metiendo dentro el huevo de la serpiente en forma de tabletas.
R.: Esta falta de atención hace que tengan tanto éxito plataformas como TikTok, con unos vídeos de una duración máxima de 15 segundos -aunque se pueden llegar a concatenar cuatro-, porque han entendido esa realidad. Si una página web no se carga con la suficiente rapidez, ya estamos acudiendo a otra. Estamos en un mundo caracterizado por la inmediatez y por esa aceleración de acontecimientos, además de por la hiperconexión que antes hemos comentado. En el caso concreto de la educación, por supuesto habrá medios electrónicos que sean necesarios, el problema surge si llega a darse una excesiva dependencia de ellos y, sobre todo, si alimentan esa gran distracción en la que estamos y que no es positiva. Sobre todo, si tenemos en cuenta que, en paralelo, sí que existe otra educación de altísimo nivel, muy elitista y muy cara, en la que estos medios no solo están limitados, sino incluso postergados, porque a esos alumnos los forman para ser los líderes que dirijan el sistema y para que sean, por tanto, capaces de pensar por sí mismos.
P.: Usted advierte de que uno de los principales instrumentos de influencia social es el entretenimiento, sobre todo las series.
R.: En general, el entretenimiento no es inocente. No solo en el caso de las series, sino también de las películas que se emiten en las plataformas digitales, los dibujos animados, videojuegos… El objetivo es presentarnos un modelo de sociedad y convencernos de que eso es la sociedad moderna y de que, por lo tanto, estamos obligados a imitar esos parámetros. Porque, al final, los seres humanos somos monos de repetición, sobre todo si parece que los modelos que se nos muestran son los únicos posibles.
P.: El entretenimiento, las redes sociales y la conectividad total son, en su opinión, las nuevas adicciones.
R.: Es que hemos sido convertidos en yonkis digitales, porque es la manera de tenernos distraídos, entretenidos con asuntos banales. Evidentemente, si nos dejaran de suministrar esa droga digital lo pasaríamos mal una temporada, pero reaccionaríamos de alguna manera. Porque todo esto también genera dopamina, pequeñas satisfacciones efímeras como que te den un like en las redes sociales, o que te retuiteen. Son pequeños placeres que las personas necesitan y que las llevan a pasar muchas horas dentro.
También en las redes sociales el espacio de libertad está cada vez más constreñido y limitado
P.: Pero cuando se depende tanto de lo virtual, ¿no se produce una pérdida de densidad de la experiencia personal? Hoy casi toda la información relevante nos llega por vías tecnológicas.
R.: Pues sí. Todos vivimos ya en estos dos planos, el físico y el virtual, pero debemos ser conscientes de que en el virtual hay más falsedad todavía que en el mundo real. Estamos viendo cómo hay programas específicos para manipular fotos y hacernos parecer más altos, más ricos, más guapos, más fuertes… Y, además, muchas veces nunca sabemos a ciencia cierta quién es el interlocutor al otro lado. Y eso genera problemas como el engaño a niños con fines sexuales, o la extorsión sexual. Hay muchos elementos que deben hacernos desconfiar y llevarnos a ser muy prudentes, incluso más que en la vida física, a la hora de interactuar a través de estos medios.
P.: Aunque también es verdad que usted revela un fenómeno que no sabíamos que estuviera tan extendido, el astroturfing, que permite crear realidades falsas en el mundo real.
R.: Pero el objetivo suele ser transmitir luego esa vida real falseada a través de los medios de comunicación y las redes sociales para que esas noticias se viralicen. Cuando hablamos de astroturfing, hablamos de crear acontecimientos, por ejemplo, manifestantes y manifestaciones, de manera complemente artificial, y previo pago. Esta es una práctica que va a ir a más.
P.: Estamos enganchados a la hiperconectividad pese a que en ella está la base de la hipervigilancia que padecemos. Facilitamos demasiada información sobre nosotros mismos.
R.: Excesiva, en todo momento y en toda circunstancia. Incluso el mero hecho de tocar un dispositivo electrónico aporta información, que pueden ser datos, metadatos (lo que se puede averiguar a partir del contexto) o incluso no datos, que también son información. Simplemente viendo a las personas a las que seguimos se puede saber mucho sobre nosotros. Porque, para manipularnos, lo primero es conocernos y para ello necesitan vigilarnos. Y hoy en día la vigilancia es total y absoluta y todo lo que hacemos va dejando una huella que permite establecer perfiles muy afinados sobre nosotros en todos los campos.
Los más jóvenes cada vez leen menos. No va a ser necesario quemar los libros, porque terminarán rechazándolos
P.: El experto Richard Stallman advierte de que es posible entrar en los teléfonos y capturar lo que la cámara puede ver y lo que el teléfono puede oír. Incluso estando apagados.
R.: Es correcto y cierto. Yo también lo cuento en mi libro. Hay programas tremendamente sofisticados, muy caros, que solamente con conocer el número de teléfono de una persona pueden acceder a su teléfono. Y, por supuesto, existen aplicaciones maliciosas, malwares, que permiten usar nuestras cámaras de vídeo y nuestro micrófono para grabar, incluso aunque aparentemente esté apagado el teléfono.
P.: ¿Existen reglamentaciones efectivas para limitar esto?
R.: En esto pasa como con cualquier otra regulación. Las pequeñas y medianas potencias intentan que se cumpla la legalidad internacional; los poderosos, en cambio, aunque firmen o ratifiquen convenios o tratados, tratan siempre de vulnerarlos porque eso les beneficia.
P.: No menos inquietante es la parte del libro dedicada a informar de los progresos de la neurobiología, y de la tendencia a la interconexión entre nuestros cuerpos y tecnologías digitales. ¿Cuánto más avanza la tecnología, mayor es el peligro?
R.: Una vez más, el peligro es que esa tecnología se emplee para el mal, y la historia nos demuestra que los avances tecnológicos han sido utilizados más para dominar a los demás que para el bien. Si hablamos de los implantes cerebrales, que ya hay muchas personas que los tienen, son importantes para mitigar el impacto de enfermedades tan terribles como el Parkinson o el Alzheimer, la esquizofrenia, u otras. Pero el problema es que todo eso puede emplearse para entrar en nuestra mente, no solo en la parte más etérea de nuestros pensamientos, sino en nuestro cerebro, para condicionarnos de una manera o de otra.
Nos hemos acostumbrado a la proliferación de escándalos y de incompetencias y ya no nos impresiona nada
P.: A día de hoy los expertos no ven fácil que ningún mecanismo, o chip, pueda modificar nuestros recuerdos o nuestra forma de pensar, pero sí es factible penetrar en la intimidad.
R.: Que no lo sea a día de hoy no significa que no pueda ser factible dentro de un mes, a la vista de la velocidad a la que se van produciendo avances. Pensemos en todo lo que significa ese Proyecto Brain que impulsó el presidente Obama, o la iniciativa Neuralink, de Elon Musk, en la que, al final, con los pensamientos vamos a poder manejar aparatos electrónicos. Y quién nos dice que, una vez establecido el vínculo, esos aparatos no puedan llegar a vigilar nuestros pensamientos e incluso a modificarlos.
P.: Necesitaríamos también leyes para protegernos de esa intrusión.
R.: En este caso, es cierto que algunos de los creadores de dispositivos neurológicos más avanzados, como Rafael Yuste, impulsor del Proyecto Brain, están trabajando en la creación de neuroderechos que, de momento, ya han sido aprobados por Chile y recientemente por España. Pero hay que ver en qué se concretan y, sobre todo, si los van a respetar las grandes potencias, los grandes servicios de inteligencia, o las grandes empresas tecnológicas que, probablemente, no estén interesadas.
P.: Los nuevos avances parece que apuntan hacia la idea del hombre mejorado, el transhumanismo. ¿La promesa de ser mejores puede esconder la realidad de dejar de ser libres?
R.: Sobre todo la posibilidad de dejar de ser personas tal y como lo entendemos actualmente. No se puede ocultar que también tiene ventajas: pensemos en personas que han perdido una pierna o un brazo y que van a poder vivir con un miembro biónico, o personas que gracias a un chip implantado en el cerebro van a poder relacionarse con el ordenador, abrir puertas… Pero el problema de todo eso es saber hasta dónde se puede llegar en estos procesos de potenciación de las personas, tanto en sus aspectos físicos como intelectuales.
El objetivo de las redes es que estemos dentro de ellas el mayor tiempo posible y por ello nos ofrecen noticias que nos agradan
P.: Usted alerta del peligro de los supersoldados.
R.: El mayor peligro, en efecto, es que el transhumanismo está llegando a los ejércitos; no olvidemos que ellos son los que más invierten en tecnologías disruptivas para superar al adversario en el campo de batalla. Hablamos de soldados transhumanos, sometidos a psicofármacos para no necesitar dormir, y que puedan dejar de tener la más mínima empatía, con lo cual la guerra puede llegar a ser mucho más inhumana de lo que ya de por sí ha sido hasta ahora.
P.: La posibilidad de hombres mejorados puede provocar nuevas divisiones sociales: ciudadanos de primera, segunda… quinta.
R.: Evidentemente, porque no todo el mundo tendrá la capacidad económica para acceder a esa condición transhumana y, por tanto, esto todavía va a dividir mucho más a las sociedades, que lamentablemente es la tendencia que ahora mismo estamos viviendo. La clase media está desapareciendo y cada vez hay más personas que van a ser clase baja o claramente pobres.
P.: ¿Es posible, y realista, pensar en controles y límites para un mundo tan complejo y sofisticado como este, o a largo plazo la única salida será renunciar a las prótesis y asumir el riesgo a convertirse en un ciudadano de segunda?
R.: Esto es lo que tenemos que exigir como sociedad a nuestros dirigentes. Y sin perder ni un solo segundo. Exigirles que toda esta tecnología y avances se pongan al servicio de la seguridad humana y de la calidad de la vida humana. Pero sin olvidar que son instrumentos de dominio importantes y que alguien puede tener la veleidad de utilizarlos para subyugar a las personas.
Hay programas muy sofisticados que permiten acceder al contenido de un móvil solo con conocer el número de teléfono
P.: ¿Desconectarnos un poco de lo virtual puede ayudarnos como estrategia de autodefensa?
R.: Por supuesto. Es un ejercicio cada vez más sano desconectar durante unas horas al día para demostrarnos que no hemos caído en esa dependencia, que no somos yonquis digitales. Entiendo que cada vez es más difícil, porque nos lo han impuesto tanto que muchas veces no es posible. Pero debemos intentarlo. Que el móvil no sea lo último que veamos al acostarnos y lo primero que veamos al levantarnos, sino que seamos conscientes de que existe un mundo más allá.
Iván Vélez escribe Torquemada. El gran inquisidor aprovechando el 600º aniversario de su nacimiento. El autor afirma que «la Inquisición ha sido convertida en el emblema de una España intolerante y fanática, y la figura de Torquemada es la que le pone rostro».
María Calvo, experta en educación diferenciada, afirma que «los chicos tienen un fracaso escolar salvaje y problemas de déficit de atención e hiperactividad. Pero la Ley Celaá solo contempla medidas especiales para las alumnas. Parece que los varones se las tienen que apañar solos».