Mariona Gúmpert | 05 de febrero de 2021
El intelectual Agustín Laje afirma que «el problema no son ni las fake news ni los supuestos ‘discursos de odio’, sino que la derecha ha estado ganando la batalla cultural en Internet, y ahora quieren ponerle un freno a esta suerte de ‘guerra de guerrillas digital’ que se ha emprendido».
Está muy de moda ahora el concepto ‘batalla cultural’ y, si tuviéramos que ponerle cara, nombre y apellidos, estos serían los de Agustín Laje (Córdoba, Argentina, 1989). Este argentino de 32 años lleva más de una década rebelándose contra el pensamiento dominante a través de redes sociales, libros, congresos, conferencias y apariciones en debates en radio y televisión. Es un fenómeno de masas en todo el mundo hispanohablante, incluyendo nuestro país. Hay quien diría que es un influencer más, pero estamos ante un intelectual brillante que, al mismo tiempo, es un excelente comunicador y pedagogo, justo lo que más necesitamos en estos momentos difíciles.
Pregunta: Casi toda persona menor de 40 años sabe quién es Agustín Laje, especialmente en Hispanoamérica. ¿Qué le respondería a un español de más de 45 años que le preguntara quién es usted y a qué se dedica?
Respuesta: Respondería que soy una persona interesada en política en un mundo que se quería despolitizado; un joven de derecha en un mundo que vinculaba juventud con progresismo; un escritor de algunos libros políticos de éxito en un mundo que lee cada vez menos. Formalmente, soy licenciado en Ciencia Política y Magister en Filosofía. Pero mi actividad es la del escritor independiente: investigo, escribo, publico, y si el libro publicado tiene éxito, entonces vienen meses, e incluso años, de interminables giras de conferencias, debates y polémicas varias. Todo esto lo complemento con una presencia activa en redes sociales, donde doy batalla cultural con vídeos, posteos, transmisiones en vivo, tuits, etcétera. Se trata de un activismo un poco inefable.
P.: Nos conocimos en la universidad mientras cursaba un máster de Filosofía. Todas las veces que hemos quedado ha venido siempre con un par de libros de filosofía y ensayo bajo el brazo. Tiene una conversación muy interesante, una formación más que sobresaliente y gran agudeza intelectual. ¿Por qué mucha gente dice que solo es un youtuber?
R.: Me veías con algún libro bajo el brazo porque me gusta leer mientras camino. Muchos miran raro, pero hay demasiadas cosas para leer y muy poco tiempo disponible. Respecto a lo de YouTube, es una realidad que muchísima gente solo me conoce a través de los vídeos y no a través de mis libros. No voy a decir que me resulta indiferente, porque lo que a mí me gusta es escribir. Pero, tal como ya se quejaba hace dos décadas Giovanni Sartori, la nuestra es la era del «homo videns». El formato audiovisual encanta y, quizás, invirtiendo a Weber, reencanta el mundo. Son las reglas del juego de un mundo colonizado por pantallas ubicuas de todo tipo: quisiera ser conocido ante todo por ser politólogo y escritor, pero muchos me conocen como «youtuber». Eso sí: siempre procuro que mis vídeos en YouTube mantengan cierto nivel de contenido y temáticas importantes, que sirvan para formar a mis seguidores.
El problema no es la sobreinformación, sino los criterios que usamos para filtrar lo útil de lo que es basuraAgustín Laje
P.: Estrenamos este segundo milenio con mucha esperanza puesta en el fenómeno de Internet. Uno de los aspectos que más ilusión generaban era acabar con el monopolio informativo de los grandes medios de comunicación de masas. Sin embargo, el resultado –por el momento- es bien distinto: hay mucha sobreinformación, y no por ello menos sesgada. ¿Qué criterios le daría al ciudadano medio que quisiera formarse una opinión más o menos razonable de las cosas que ocurren a su alrededor?
R.: El problema no es la sobreinformación, sino los criterios que usamos para filtrar lo útil de lo que es basura. La mayoría de las personas que desea filtrar la basura asocia la basura con todo lo que no lleve la marca de los medios hegemónicos. Así, se pierden la posibilidad de contrastar la información, no solo en tanto que dato duro (que nunca existe como tal), sino en tanto que framing (enmarcado) y priming (primado), y les resulta imposible escapar a otros efectos de la comunicación de masas, como el poder de agenda-setting (establecimiento de agenda).
De ahí que el consejo resulte ser bastante simple: en Internet se encuentran sitios de información alternativa, de opinión disidente, muy serios, que ponen en escena agendas distintas, ideas diferentes, ópticas contrahegemónicas. Además de los medios hegemónicos, entonces, sugiero ver qué tienen para decir estos otros medios. Algunos ejemplos: gaceta.es, elamerican.com, panampost.com, altmedia.com, breitbart.com, elliberal.com, entre otros.
P.: En línea con lo anterior, ¿qué opinión le merece el fenómeno de las llamadas fake news y la censura creciente que hay en Internet bajo la excusa de evitar que contaminen la mente de las personas?
R.: Internet tiene una dimensión democrática, que fue la que se nos vendió las últimas tres décadas, en virtud de la cual se dio un salto de la comunicación de masas a lo que Manuel Castells llama «autocomunicación de masas». Pero esa época ya ha concluido. El acontecimiento definitivo acaba de tener lugar, y queda fijado en la supresión total de Donald Trump de toda plataforma 2.0. La censura, no obstante, ya era una práctica sistemática desde hacía mucho tiempo, y siempre dirigida contra la derecha, tal como reconoció el dueño de Facebook frente al Senado norteamericano.
De Internet como punto de llegada de la democracia, llegamos a Internet como origen de la dictadura perfecta. Ello es así porque Internet ha privatizado el espacio público y publicitado el espacio privado. Ya no hay ciudadanos, sino usuarios. La diferencia es elemental: aquel tiene derechos y libertades políticas, este no. El usuario ingresa, pues, a un espacio público privatizado que es determinante para el proceso político: un espacio público en el que, empero, no opera ningún Estado de derecho, sino «normas comunitarias» inefables, elásticas, flexibles al infinito, sobre las que fallan los dueños de las redes sociales y sus sistemas inteligentes. Un espacio público que, además, está controlado por un puñado de empresas oligopólicas que fueron beneficiadas por el Estado, y contra las cuales es imposible competir.
El problema no son ni las fake news (que existen desde mucho antes de Internet; el problema, en todo caso, es que el periodismo ha perdido el monopolio sobre ellas) ni los supuestos «discursos de odio» (jamás se censura la violencia de la izquierda o los ataques al cristianismo, por ejemplo). El problema es que la derecha ha estado ganando la batalla cultural en Internet, y ahora quieren ponerle un freno a esta suerte de «guerra de guerrillas digital» que se ha emprendido hace varios años con resultados desastrosos para la progresía globalista.
De Internet como punto de llegada de la democracia, llegamos a Internet como origen de la dictadura perfecta. Es así porque Internet ha privatizado el espacio público y publicitado el espacio privado. Ya no hay ciudadanos sino usuariosAgustín Laje
P.: Ha hablado y escrito mucho sobre feminismo, desde sus orígenes hasta su deriva actual. Al margen de explicaciones históricas y filosóficas, ¿cómo se explica esa rabia monotemática en mujeres del primer mundo, especialmente en aquellas que han tenido todas las oportunidades que han querido debido a nuestro sistema educativo?
R.: Hay muchos factores en juego. Para muchos, el feminismo es el negocio más rentable de la política del siglo XXI. El financiamiento disponible para grupos feministas, militantes feministas, estudiantes feministas, libros feministas, talleres feministas, performances feministas, cine feminista, teatro feminista, congresos feministas, arte feminista, etc., etc., etc., es realmente incalculable. La fundación de Soros, por ejemplo, ofrece 40 mil dólares anuales a feministas jóvenes de Hispanoamérica a cambio de «un proyecto feminista de su autoría»: así de indeterminado el asunto. A ello hay que sumar el negocio público: ministerios, secretarías, departamentos, oficinas, programas… En fin, chiringuitos que no sirven para nada pero que mantienen una gigantesca burocracia con presupuestos enormes.
Pero más allá del factor económico, hay razones políticas más profundas. El feminismo es parte de la agenda globalista que inunda en este momento los programas de todas las organizaciones internacionales. Hay que pensar, por ejemplo, en el «Plan 2030» de ONU, basado en los principales postulados feministas. Esto, por supuesto, no es nuevo: viene al menos desde 1995, de la Conferencia de Pekín de la ONU.
En un nivel de base, hay todavía un factor más, y es de tipo psicológico. Todo el discurso público ha venido resintiendo a muchas mujeres en todas partes, con objetivos políticos. La izquierda es la religión laica de los resentidos sociales. La izquierda supo muy bien trasladar la matriz del resentimiento de clase al resentimiento de «género». Así, han venido socializando a nuevas generaciones de mujeres con un discurso de odio contra el hombre y de permanente victimización. Aquello de «lo personal es político» ha triunfado: no hay resquicio de la vida de las mujeres que hoy no sea interpretado en clave amigo/enemigo y, por tanto, diría Schmitt, en clave política.
P.: ¿A qué se debe que la familia tradicional genere tanto desprecio?
R.: A que es un estorbo para el poder. La familia mantiene funciones esenciales que taponan al poder. Por ejemplo: la familia es la primera institución socializadora. Allí, quienes llegan a este mundo aprenden por primera vez a vivir con otros, aprenden normas sociales y culturales, heredan tradiciones, costumbres, creencias, valores. Además, la familia tiene funciones psicológicas: allí se estructura nuestra psique, se da forma a nuestra personalidad, nuestro «yo». Las primeras lealtades no las genera la autoridad estatal, sino la autoridad parental. Esto notaban, por ejemplo, los filósofos de la Escuela de Fráncfort en sus Estudios sobre la autoridad y la familia, donde adjudicaban a la institución familiar una función clave en la configuración de la «personalidad autoritaria» por su estructura jerárquica. ¿Pero qué tipo de personalidad podría configurarse bajo, digamos, el imperio de lo estatal sobre los niños? Este es un tema clave de nuestros tiempos, pues el pin parental va de eso.
La familia tradicional genera desprecio porque, además de tener funciones socializadoras, psicológicas y económicas, es principio de reproducción de lo humano y lo social. Nuestras sociedades progres detestan la continuidad, desprecian la permanencia, odian lo que se transmite, lo que se recibe amorosamente, lo que se hereda y sobrevive al cambio social. Nuestras sociedades progres odian lo sólido y aman lo líquido, parafraseando a Bauman.
La izquierda supo muy bien trasladar la matriz del resentimiento de clase al resentimiento de género. Así, han venido socializando a nuevas generaciones de mujeres con un discurso de odio contra el hombre y de permanente victimizaciónAgustín Laje
P.: ¿Cómo se explica que las posturas de la muerte (aborto y eutanasia) sean defendidas mayoritariamente por gente de izquierdas, cuando tradicionalmente ha sido la izquierda la que se ha arrogado el papel del defensor del más débil?
R.: Pero también fueron los primeros en legalizar el aborto, en la URSS. En el caso de América, el primer país que lo legaliza es Cuba. No es cierto que la izquierda defienda al más débil; la izquierda siempre ha instrumentalizado políticamente al más débil, que es cosa bien distinta. Cuando el débil no sirve para la revolución, es descartable. Y un feto humano, ¿hace la revolución? Un anciano convaleciente, ¿hace la revolución? Ni siquiera votan. Por otro lado, ¿alguna vez se ha visto a los más débiles ir a pedir ayuda a los partidos de izquierdas? Yo los veo hacer filas en las iglesias, mas no en la sede del Partido Socialista.
Ahora bien, sí es cierto que en los 70 la izquierda hispanoamericana tuvo un rapto de lucidez y denunció los planes eugenésicos detrás del aborto. Piénsese en el best seller Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, una suerte de biblia del «perfecto idiota latinoamericano», como lo llamó Carlos Alberto Montaner. En las primeras páginas nomás, Galeano denuncia a Lyndon Johnson, a la sazón presidente de Estados Unidos, de impulsar el aborto en los países del tercer mundo con fines económicos y eugenésicos. Estaba en lo cierto: en 1965, Johnson ya había indicado en el vigésimo aniversario de ONU que debía procederse conforme a la asunción de que «5 dólares invertidos en control demográfico equivalen a más de 100 dólares invertidos en crecimiento económico».
Es una lástima que los lectores de Galeano omitan estos datos. Ocurre que el poder globalista entendió que un buen camino para imponer sus agendas era el de financiar a los grupos de izquierdas. Por eso, cuando uno revisa la base de datos de donaciones de grandes ONG, como Open Society Foundations, Rockefeller Foundation, Ford Foundation, Bill & Melinda Gates Foundation, etc., se encontrará siempre con grupos de izquierdas recibiendo millones de dólares. Son sus «idiotas útiles» favoritos, podríamos decir.
P.: ¿Cómo se ve desde fuera el panorama político español?
R.: Se ve muy mal, pero no tan mal como ustedes mismos lo ven. He escuchado decir que España va directa al chavismo. Visto desde Argentina, parece una desmesura. Les falta un largo camino por recorrer. Lo que muchos envidiamos de España en estos momentos es que cuentan con un partido verdaderamente de derechas, algo que, exceptuando Brasil, no tiene prácticamente ningún país hispanoamericano.
La familia mantiene funciones esenciales que taponan al poderAgustín Laje
P.: ¿Qué opina del estado actual de la institución universitaria?
R.: Lo ilustro con un dato personal: los lugares a donde mayormente debo concurrir con guardaespaldas y seguridad privada son precisamente las universidades. Y es que no hay, en estos momentos, sitio donde más desprecio exista a la libertad de expresión y al debate de ideas que la universidad. Toda una paradoja, ¿verdad? Popper enseñaba que el conocimiento avanza con el contraste de hipótesis. Pues bien, hoy, por ejemplo, en muchísimas universidades de primer nivel no se puede contrastar la hipótesis del «patriarcado» (hipótesis anticientífica por su infalsabilidad). Hay que aceptar el feminismo como dogma. O, por ejemplo, no se puede refutar la ideología de género: hay que aceptar los dogmas LGBT como verdades reveladas. En universidades de Estados Unidos ni siquiera se puede decir «All Lives Matter», porque sería insultante para la comunidad negra y su «Black Lives Matter».
Si la universidad es el templo del saber, la verdad es que el saber hoy es rehén de los parámetros opresivos de la corrección política. Así, la universidad, salvo excepciones puntuales, está traicionando su misión.
P.: Su agenda está apretadísima, y tu teléfono arde con tanta llamada y notificación. ¿Qué le gustaría poder hacer –a nivel profesional- si se dedicara a otra cosa?
R.: Me gusta lo que hago y, a pesar de que es una vida dura, que complica inclusive el estado de salud, no me imagino con una vida distinta. Realmente, no puedo imaginarme haciendo algo distinto.
Allan Bloom, en El cierre de la mente moderna.
George Orwell, en 1984.
Aldous Huxley, en Un mundo feliz.
Me explico: Bloom hizo un diagnóstico brillante sobre cómo el poder cultural universitario iba a terminar de socavar culturalmente nuestras sociedades, mientras Orwell y Huxley plantearon dos distopías muy distintas (la del control total a través de la represión, y la del control total a través del entretenimiento y el embotamiento colectivo) que hoy convergen en los dispositivos de poder que atraviesan nuestra existencia cotidiana.
El envejecimiento de la población, la radicalización del feminismo y los lobbies de género, y el coraje de la derecha que resiste.
El chuletón de buey acompañado con sidra; la tortilla de patatas; el jamón ibérico (¡nuestro jamón no tiene nada que hacer al lado del de ustedes!).
Lo que está completamente fuera de lugar es que se asuma que solo hay un pensamiento correcto y que, además, sea impuesto desde la política. He aquí el motivo por el cual es necesario plantear la «batalla cultural».
Defenderse siempre ha sido una manera natural de ser, de apostar por permanecer cuando se inicia una espiral de destrucción.