Fernando Bonete & Hilda García | 06 de marzo de 2021
Camino de su séptimo año de vida, La Huerta Grande afronta su futuro con optimismo y la vista puesta en el fomento del pensamiento libre. Conversamos con su editora, Philippine González-Camino, quien se muestra partidaria del diálogo para «pensar de una manera mucho menos drástica y polarizada».
Con una curiosa génesis, La Huerta Grande es una editorial de fondo que se esmera en el cuidado de la calidad literaria de sus publicaciones. Tras seis años de trabajo, el sello ha comenzado a recoger los frutos de tanto esfuerzo. Así lo explica su editora, Philippine González-Camino, que nos habla del presente y el futuro de esta empresa.
«La zanahoria al asno es como la edición para los que nos gusta la literatura y escribir, vamos detrás sin remedio», asegura la periodista, quien también afirma que en la actualidad están vendiendo la misma cantidad de libros o más que antes de la pandemia.
La Huerta Grande destaca por su variado catálogo, que abarca casi todos los géneros, y por su impronta artesanal.
Pregunta: El nombre La Huerta Grande debe su origen a una serie de encuentros literarios en un huerto de manzanos. ¿Qué nos puede ampliar sobre la génesis de su sello?
Respuesta: Desde hace trece años, organizamos estos encuentros culturales en mi pueblo, en Cantabria, y desde el principio nos lamentábamos de que lo que se decía allí no quedaba escrito. Al tercer o cuarto año, comenzamos a publicar unos libritos recogiendo el contenido de las conferencias. Ahí fue cuando me introduje en el mundo de la edición con Fernando Gomarín, escritor y editor cántabro de poesía. Y de ahí vino también La Huerta Grande. Desde entonces no he podido parar. La zanahoria al asno es como la edición para los que nos gusta la literatura y escribir, vamos detrás sin remedio.
Pregunta: Desde entonces, van camino del séptimo año de vida. ¿Cuál es su balance?
Respuesta: A mí siempre me dijeron que a los cuatro años un editor equilibraba las cuentas. Pasado el tiempo, tengo que decir que es una falacia, que no es real, y no creo que sea una falacia solo para mí. Los cuatro primeros años fueron de mero aprendizaje, es decir, de muchos errores. Después de esos primeros cuatro años, no se salvan las cuentas, insisto, no es así en mi caso, pero sí logramos dotar de algo más de seriedad al proyecto pensando en el futuro, y noto que, por fin, después de seis años de trabajo, comenzamos a recoger los frutos de tanto trabajo, con la suerte, eso sí, de haberlo podido mantener.
P.: ¿Y en el momento actual y de cara al futuro?
R.: Creo que a partir de ahora empieza una etapa muy bonita en la que, poco a poco, ganaremos en reconocimiento, no solo para la editorial, sino para nuestros autores, que son el valor de la editorial. El valor de toda editorial es su catálogo. Nuestro trabajo de edición puede ser mejor o peor, producir libros más o menos bonitos, pero de nada sirve un libro bonito que está hueco y no tiene nada dentro. El mérito está en demostrar que hemos apostado por autores sólidos y los hemos acompañado.
Nuestros autores son el valor de la editorial. El valor de toda editorial es su catálogo
P.: Sin embargo, la pandemia les habrá afectado…
R.: Evidentemente, hemos tenido que rehacer el calendario editorial, hemos reprogramado la parte correspondiente de los diez, doce títulos que publicamos al año. También nos replanteamos las presentaciones de libros, si son tan necesarias, y cuántas son en verdad necesarias, porque estamos vendiendo la misma cantidad de libros o más ahora que antes de la pandemia. Es decir, al principio no sabíamos qué iba a pasar, pasamos un par de meses con mucho miedo a no saber cómo íbamos a levantar cabeza, pero también fue un tiempo muy valioso para pensar. Nos dimos cuenta de que teníamos el tamaño perfecto para no salir perjudicados y aprovecharlo en nuestro beneficio.
P.: De hecho, durante este último año, uno de sus autores, el estadounidense Tim Gautreaux, ha obtenido gran resonancia en medios.
R.: Siempre he defendido ante nuestro distribuidor que somos una editorial de fondo, y que tenemos que seguir moviendo el fondo después de la primera novedad. Publicamos El paso siguiente en el baile de Tim Gautreaux en octubre de 2019. La pandemia llegó en febrero, y el libro apenas se había movido. En marzo y abril, todos esos periodistas y libreros que tenían tantos libros pendientes de leer se pararon, leyeron a Gautreaux porque tuvieron tiempo, y a la vuelta del confinamiento, lo recomendaron. En quince días agotamos la primera edición del libro, vamos por la segunda a punto de agotarla y, por cierto, hemos comprado los derechos de toda su obra.
P.: ¿Quiénes integran el equipo de La Huerta Grande?
R.: Somos dos socias, Patricia Romero y yo. A partir de ahí, todo es subcontratado. Evidentemente, tenemos un equipo de personas, amigos que nos han apoyado desde el principio. Fernando Gomarín, a quien ya he nombrado, siempre estuvo ahí. Todo lo demás es muy artesanal. Las cubiertas de ensayo nos las diseñó Tresbien Comunicación, pero el resto las hacemos nosotras, buscando un cambio de imagen que nos abra, en esta segunda etapa que comentaba tras los cinco primeros años, a encontrar nuevos públicos.
Un libro bonito no sirve de nada si dentro está hueco
P.: Pasando a una pregunta obligada en esta serie, ¿qué es un editor?
R.: Un editor es un tipo algo loco y errático, o en mi caso, una tipa algo loca y errática… [risas] No, bromas aparte, el editor es un intermediario, que trabaja desde el convencimiento de que hay algo, un trabajo, un pensamiento, que merece la pena ser empaquetado y trasladado a las personas con el deseo de que crezca exponencialmente la voz de su autor. Un editor es alguien que, como los escritores, tiene muchísima paciencia. Es alguien que no puede tener prisa, sobre todo cuando apuesta por autores noveles, porque no podemos caer en el pecado de pensar que, porque a nosotros nos ha fascinado un texto, a los lectores les va a parecer igual. El editor es un malabarista, tiene que pensar en las sensibilidades de los autores y las demandas de los lectores.
P.: ¿Reconoce la sociedad su figura y su papel?
R.: Creo que sí, pero, claro, ¿qué es la sociedad?, ¿a qué llamamos sociedad? Yo cuando trabajo trato de pensar en la mayor cantidad de gente, sin caer en la trampa de pensar que a todo el mundo le interesa lo que hacemos, porque no lee o porque tiene otras inquietudes. Creo que es mejor no pretender llegar a esa parte de la sociedad y centrarse. Si pienso en ese entorno social, yo diría que mi labor sí se respeta. ¿Se podría reconocer más? Sí, yo soy medio francesa, sé que en Francia se reconoce mucho más esta labor, pero también es verdad que en España ha ido ganando peso, gracias a todas las pequeñas editoriales que se han creado y han ido creciendo en los últimos años, y al trabajo de tantos grandes editores de nuestro país. Queda mucho por hacer, pero no soy nada pesimista. Se reconoce y se reconocerá más.
P.: Publican ficción, ensayo, narrativa ilustrada… ¿Qué criterio editorial da unidad a la selección de un catálogo de género tan diverso?
R.: Creo que no tiene por qué haber una unidad en el catálogo, de la misma manera que no le puedes pedir a una productora o una distribuidora de cine que tengan un criterio para todo lo que hacen. Al final la coherencia y el público que buscas se acaban expresando en la manera en que presentas el trabajo. Igual que en una familia. No hay una unidad de criterio, todos los individuos son distintos, pero aparece por encima un aura que hace que se note que es una familia.
Si me dejara llevar por la idea de que tengo que trabajar con un criterio editorial, marcado o no marcado, a lo mejor no habría hecho cosas que al final he descubierto que soy capaz de sacar al mercado. Como ofrecer al lector un libro como, por ejemplo, Las gafas negras de Amparito Conejo, que es una chifladura absoluta y total que yo nunca hubiera pensado que sacaríamos adelante, pero lo hemos hecho. O el libro maravilloso de El sueño de Malinche, con Pablo Auladell y Gonzalo Suárez. Cuando tienes esas ganas de hacer llegar al lector algo que consideras bueno, se lo vas a hacer llegar.
El editor es un malabarista, tiene que pensar en las sensibilidades de los autores y las demandas de los lectores
P.: Pero sí tienen ciertas preferencias…
R.: En narrativa, hasta la fecha, apostamos por autores vivos y noveles. Lo último es lo más difícil, con diferencia. Presentar a un distribuidor y a un librero a un autor que hasta ayer nadie conocía es complicado. Y eso requiere mucha energía, mucho tiempo y mucha confianza. A veces piensas que puedes estar equivocándote y con el tiempo puede que veas que un autor no era tan bueno, o no ha sabido crecer como esperabas. Es parte de este trabajo, y hay que tener la humildad de reconocerlo.
El ensayo tiene un criterio mucho más marcado. En teoría es breve, pero a veces la extensión se va de madre, lo que se justifica si va en beneficio de la obra. La obra es la que manda. El ensayo se reconoce porque todas las cubiertas son iguales, simplemente varía el color. Son autores en lengua española, no traducimos nada, queremos el pensamiento en lengua española, que no tiene por qué venir de España, puede ser de México, de África, de Oceanía, de todas partes.
P.: ¿Y en cuanto a colecciones?
R.: La colección «Narrativa Ilustrada» surgió realmente de autores que decían que al escribir el texto imaginaban el dibujo de una manera muy gráfica. Yo jamás pensé que podría publicar algo ilustrado, porque requiere una maquetación distinta, es muchísimo trabajo. Se ocupa Patricia, mi socia. Encontramos una manera de trabajar con artistas, con dibujantes y es un proyecto muy bonito. También muy caro de confeccionar. Es un lujo que nos podemos permitir muy de cuando en cuando. En esto no tenemos calendario, queda en función de la cuenta de resultados y de que el proyecto realmente tenga mucha solidez y también sentido.
Luego, «La + Pequeña». El primer título surgió de la ilustrada, pero dándole la vuelta. Los lectores nos decían que el libro ilustrado resultaba muy caro, 25€. Entonces, nos dijimos: saquemos el texto y por 8€ lo tenemos en versión «caramelitos de mostrador». Con ella podemos lanzar pequeñas joyitas a buen precio. Son tres los que hemos publicado hasta el momento.
P.: En su web afirman «nos importa cuidar la sociedad en la que vivimos». ¿Cómo se despliega este cuidado desde La Huerta Grande?
R.: Eso viene también del origen de nuestros encuentros, que siempre he dicho que tienen algo de romántico. Se celebran en un pueblo muy pequeñito en medio de la montaña en Santander. Involucramos al pueblo, que se beneficia de que la gente vaya allí. Durante unos días nos alojamos en hoteles, invertimos en gastronomía, y hay grandes conversaciones en el bar hasta las tantas de la mañana a las que todo el mundo está invitado a participar. Pueden ir por ahí autores como Jon Juaristi, Juan Manuel de Prada, Jorge Eduardo Benavides, o grandes músicos, actores, historiadores o filólogos. Hay que generar un tejido de riqueza cultural en toda la sociedad, de manera que eso vaya empapando y generando un respeto hacia la cultura.
Hay cierta tendencia a considerar que, en el ensayo, Francia y el mundo anglosajón tienen un peso enorme, y lo tienen, es verdad. Pero en España y por el mundo también tenemos a gente pensando en nuestra lengua y vamos a intentar llevarlos de una manera sencilla y divulgativa al mayor número de personas posible. Siempre digo a los escritores de ensayo que «aquí se viene a escribir bien». Un ensayo con una sintaxis farragosa, muy académica y que no es capaz de leer el lector medio, no me interesa, porque no va a llegar a un público amplio. Trabajamos mucho los textos junto con los autores para que así sea. Me importa mucho la calidad literaria de lo que se publica, así sean ensayos.
La labor de buenos periodistas que sepan trasladarnos de una manera objetiva cuál es el estado de situación de las cosas es fundamental
P.: La Huerta Grande publica obras literarias que fomentan el pensamiento libre. ¿Qué es ser libre de pensamiento y en qué reside su importancia?
R.: Es tener criterio. Tú no puedes guiar a nadie en su manera de pensar ni en su toma de posición con respecto a las cosas que ocurren en la vida o en las decisiones que tomamos. Pero soy periodista y defiendo mucho la buena prensa. La labor de buenos periodistas que sepan trasladarnos de una manera objetiva cuál es el estado de situación de las cosas es fundamental. Luego, tiene que haber buenos interpretadores de esa realidad para ayudarnos a discernir mejor lo que está pasando, para que lo contrapongamos a las ideas que tenemos.
Cuando los escritores están escribiendo el ensayo, siempre les digo, «pensad en una conversación, un diálogo». Creo mucho en el diálogo personal, filosófico, familiar. Pensad que estáis sentados con vuestro lector a lo Montaigne, que para mí es el gran ensayista, que se sienta a explicar al mundo lo que le ha pasado. Y que todo eso nos ayude a pensar de una manera mucho menos drástica y polarizada.
Ahora mismo tenemos un ensayo escrito hace cuatro o cinco años por Argemino Barro, que es corresponsal de El Confidencial y que está en Nueva York, que se titula El candidato y la furia. Barro fue siguiendo a Clinton y a Trump toda la campaña, y la gente que lo está leyendo ahora se da cuenta de que vio con claridad ciertas cosas, sin generar opinión, cosas que siguen siendo totalmente actuales; diría que es de lectura obligada más ahora que cuando lo publicó en su momento. Lo que nos gusta es generar reflexión.
Fernando Bonete & Hilda García
Lucas Villavecchia rompe con la idea del editor snob, limitado a la lectura y la selección. Su imagen es la del editor «arremangado», que debe dedicarse a «todo tipo de cosas, desde paquetes hasta newsletter» para mantener y seguir haciendo crecer su proyecto, Gatopardo.
Fernando Bonete & Hilda García
Editor y director general de Rialp, Santiago Herraiz es un descubridor de tesoros que define su profesión como una tarea vocacional y bastante adictiva. El también escritor afirma que quiere para su sello «un pensamiento positivo, no relativista ni pesimista, y nunca desesperanzado».