José María Sánchez Galera | 06 de abril de 2020
José Torres Guerra, uno de los principales helenistas españoles, charla sobre literatura griega antigua: cómo era, cómo la recibimos nosotros, cómo forma parte de nuestra identidad, por qué llora Aquiles en la «Ilíada»… y ¿existió Homero?
En un mundo universitario repleto de Bolonias, semestres, formularios, jornadas internacionales, decretos ministeriales, adaptaciones digitales, empleabilidades, papers y demás burocracia, existen profesores centrados en dar clase de lengua y literatura antiguas. Sin que el virus moderno de la apariencia formular los haya afectado. Uno de ellos es el gallego José Torres Guerra (1965), que estudió Filología Clásica en la Universidad Autónoma de Madrid, donde se doctoró, y que desde 1992 —poco antes de defender su tesis doctoral— es profesor en la Universidad de Navarra, cuya cátedra de Griego ocupa desde 2011. Obtuvo Premio Extraordinario de fin de carrera, y Premio Extraordinario de doctorado, además del premio de la Fundación Pastor a la mejor tesis doctoral (1993), por su investigación sobre la Tebaida griega y Homero. Entre 2001 y 2002 disfrutó de una beca Humboldt, para investigar el género hímnico —sobre todo, los himnos de Calímaco y los atribuidos al autor de la Odisea— en la Universidad de Múnich.
Aparte de un nutrido número de publicaciones, artículos, congresos, etc., ha traducido para Cátedra los Himnos Homéricos (2005), y ha publicado el Manual de mitología de Lucio Anneo Cornuto (2018), obra que llevaba sin contar con una edición crítica rigurosa desde 1881. Se trata de un trabajo para la excelsa y veterana colección de Teubner, en la cual solo media docena de españoles, como Torres Guerra o Alberto Bernabé, han publicado, tras dos siglos de existencia. Por otra parte, ha colaborado en la colación de papiros de la principal edición crítica española de la Ilíada (Alma Mater), y tiene en preparación la Poética de Aristóteles (también edición crítica en Alma Mater, y en colaboración con Luis Galván). El año pasado publicó un manual completo y conciso, divulgativo y a la vez útil para especialistas: Introducción a la literatura griega antigua (Síntesis). Un libro muy aconsejable, en gran medida quizá fruto de su larga experiencia docente y de los dos centenares de artículos —habitualmente, para todos los públicos— disponibles en su blog El Festín de Homero.
Si a lo anterior se añade que dos de sus especialidades son la diglosia —en general, el mutuo intercambio cultural entre lo latino y lo griego, el Mediterráneo occidental y el oriental, durante la época imperial romana— y conocer cuáles eran los gustos antiguos en literatura —que no tienen por qué coincidir con el canon “sublime” que nosotros preferimos—, cualquiera puede llevarse una impresión abrumadora. Este denso currículo académico llevará a más de uno a creer que estamos ante un hombre grave, de luenga barba canosa, con manchas de tiza en la corbata, y que cita en griego a Sófocles y a Platón y ni se molesta en traducirlos. Todo lo contrario. Es un hombre extremadamente tranquilo, de un reposo y una sonrisa que incluso inquietan; escucharlo en clase o en una reunión de investigación es escuchar a una persona que habla con calma, sin borbotones de erudición, a veces con más preguntas que respuestas. En vez de sabio inabarcable con palabras de mármol o granito, se antoja más un maestro zen que, de hecho, enseña humildad. Más cerca de un señor Miyaghi que recita a Tirteo de Esparta, que de un oxoniense estirado con birrete y toga refulgente.
Pregunta: Hace unos meses, usted ha editado Introducción a la literatura griega antigua (Síntesis). ¿Por qué “antigua” y no “clásica”?
Respuesta: “Clásico” es un adjetivo ambiguo en varios sentidos. Si pensamos en autores clásicos como Cervantes o Shakespeare, podemos entender que los clásicos de Grecia son solo Homero, Sófocles o Eurípides. Por otra parte, en la periodización de Grecia se emplea el término clásico específicamente para referirse a acontecimientos históricos y culturales de los siglos V-IV a. C.
Preguntas: Solemos asociar “clásico” con la idea de un canon selecto, elitista.
Respuesta: Habría que diferenciar entre clásico y canónico. No son sinónimos en el caso de la literatura. Todos los clásicos son canónicos, pero no a la inversa. Es cierto que la idea de clásico implica una selección, como también la de canónico. Pero eso no es sinónimo de elitismo, al contrario: seleccionar y escoger los autores clásicos y canónicos implica definir quiénes son aquellos escritores sobre los que se ha de basar el sistema educativo. Fuera cual fuese la situación en origen, Homero era patrimonio de todos los griegos, no solo de una elite.
Desde el punto de vista cultural, Occidente no se sostiene sin la literatura griegaJosé Torres, filólogo
P: En la literatura griega, y en la clásica, la que se estudia en las facultades de Filología, no solo hay poesía sublime, sino versos chocarreros, humor negro, violencia, pederastia…
R: Dependerá de qué queremos hacer: ¿leer solo a aquellos escritores que alcanzan la sublimidad?; entonces seguimos un concepto que hunde sus raíces en la Antigüedad, en el tratado de retórica del Pseudo-Longino. O a lo mejor queremos, como he hecho yo en este libro, presentar un panorama que me oriente por la producción literaria de la antigua Grecia, por sus autores más representativos, los que tienen la categoría de canónicos y son, en la medida de lo posible, también clásicos.
P: ¿Esa idea de canon literario aparece en la propia Antigüedad?
R: En la Antigüedad hay, ante todo, la idea de que ciertos autores son cánones, ‘varas de medir’ que dan la pauta de lo que se debe leer. Después, los tratadistas de retórica agrupan a esos autores en listas canónicas que estarán en la base de los programas educativos de la Antigüedad y épocas posteriores; por ejemplo, los autores que componen la lista canónica de trágicos son solo tres: Esquilo, Sófocles y Eurípides.
P: ¿Hasta qué punto la pérdida de gran parte de la producción literaria antigua se debe, precisamente, a esa tarea de selección de la propia Antigüedad, de fijación del canon?
R: Esa es la otra cara del canon. El canon de los trágicos garantiza que se conserve la obra de esos tres autores. A cambio, los autores que no entran en el canon se leen mucho menos, se dejan de copiar y se pierden. Por obras como la Poética de Aristóteles se sabe que hay otros autores de tragedia notables que querríamos conocer de manera directa.
P: Desde finales del s. XIX, ¿el descubrimiento de papiros ha alterado mucho el concepto o, al menos, el conocimiento que se tiene de la literatura griega antigua?
R: Sí, desde luego. A través de los papiros se han recuperado muchos textos de autores que antes eran solo nombres cuya producción se conocía a partir de unas pocas citas. Es muy difícil descubrir nuevos textos griegos en un manuscrito extraviado en algún monasterio remoto. En cambio, los papiros permiten recuperar más y más obras antiguas. Solo estamos en 2020 y, aun así, se podrían poner muchos ejemplos de textos redescubiertos por esta vía en lo que llevamos de s. XXI.
Odiseo es el héroe resiliente de una epopeya que acaba bienJosé Torres, filólogo
P: ¿Por ejemplo?
R: El poeta Posidipo de Pela. Recuerdo la primera vez que oí ese nombre, de labios de don Manuel Fernández Galiano, un gran experto en literatura helenística. Debió de ser en 1987 o 1988. Entonces lo que se conocía de ese poeta era muy poco. En 2001 se editó un papiro, gracias al cual se han recuperado 110 poemas suyos inéditos.
P: Usted ha inspeccionado papiros para la edición crítica de la Ilíada de Alma Mater (CSIC).
R: Me dediqué a esa tarea en cuarto de carrera. Pero no consultaba directamente papiros, sino ediciones de papiros homéricos. Contrastaba sus lecturas con las recogidas en la edición de la Ilíada que preparaban entonces dos de mis maestros de la Universidad Autónoma de Madrid, José García Blanco y Luis Macía Aparicio.
P: ¿Existe el arqueólogo atlético, tipo Indiana Jones, que descubre un papiro por arte de birlibirloque y provoca un giro de 180 grados a todo el mundo académico?
R: En realidad, los expertos en papiros son los papirólogos, no los arqueólogos: en principio, son ellos quienes son capaces de leerlos y contextualizarlos. Sí, ha habido descubrimientos muy sorprendentes en el mundo de la papirología. Pero no creo que los filólogos clásicos seamos como Indiana Jones, sino, en todo caso, como su padre, el personaje protagonizado por Sean Connery en Indiana Jones y la última cruzada.
P: En todo caso, los papiros han permitido revisar la idea de canon. Sobre todo, de cuáles eran los gustos reales en la Antigüedad.
R: Con eso hay que tener mucho cuidado, porque los papiros solo reflejan una parte de la realidad: lo que se leyó en una parte de Egipto (de allí procede la mayoría de estos textos) y después se tiró a la basura, según ocurrió en Oxirrinco.
El canon de los trágicos garantiza que se conserve la obra de Esquilo, Sófocles y EurípidesJosé Torres, filólogo
P: ¿Quién era más popular en la Antigüedad: Sófocles o Eurípides?
R: Esa pregunta debe ser contestada en conexión con la anterior. Se conservan muchísimos más papiros de Eurípides que de ningún otro trágico, y eso no puede ser casual. Además, hay coincidencia con las escenas de tragedia representadas en el arte. Son mayoría las extraídas de textos de Eurípides, lo cual, sumado al dato de los papiros, es un testimonio seguro de su popularidad post mortem. Y eso a pesar de que, en vida, el más joven de los trágicos fue el más incomprendido por el público y el que cosechó menos triunfos.
P: Eurípides, en Troyanas, dice: “A este niño lo mataron unos argivos, ¿quizá porque le tuvieran miedo? ¡Qué infame epigrama para Grecia!”. ¿Cómo sonaba aquello en la Atenas del s. V a.C.?
R: Sonaría provocativo, pues los asistentes al teatro entenderían “argivos” como “griegos”, según pasa en Homero, y no simplemente como “habitantes de la ciudad de Argos”. Aunque a los atenienses de la época tampoco les extrañaría que Eurípides dijera algo provocativo.
P: Usted ha editado los Himnos Homéricos. Aunque no son de Homero, ¿verdad?
R: No pueden serlo por razones de cronología y por la diferencia de género. De todas formas, no es de extrañar que se le atribuyeran a Homero, por las afinidades de lengua y estilo con la Ilíada y la Odisea.
P: Sin embargo, usted afirma que la Tebaida griega (no la de Estacio, en latín), un texto perdido, sí era de Homero.
R: La Tebaida de Homero era como empezaba el título de mi tesis. Era una manera de llamar la atención. Después, el libro que se publicó con la parte homerista de ese trabajo se llamó, de forma más conciliadora, La Tebaida homérica como fuente de Ilíada y Odisea.
Homero era patrimonio de todos los griegos, no solo de una eliteJosé Torres, filólogo
P: Pero ¿existió Homero?
R: Seguramente todos estaremos de acuerdo en que alguien les debió de dar su forma definitiva a la Ilíada o la Odisea. Pero no es seguro si fue una o varias personas, si trabajó sobre los dos poemas o sobre uno solo, si desarrolló su labor en el siglo VIII o en el VI a. C., según supone la postura más radical. Por todo ello es imposible saber cómo se llamaba ese responsable último de los poemas. En realidad, ‘Homero’ no es el nombre de una persona, sino el marchamo de un género literario, la poesía épica.
P: ¿Cuál es el gran héroe homérico: Aquiles u Odiseo (Ulises para los latinos)?
R: Son dos héroes distintos para dos epopeyas diferentes. Aquiles es el héroe trágico de un poema en el que los hombres no ejercen control sobre sus vidas. Odiseo, en cambio, es el héroe resiliente de una epopeya que acaba bien, o mejor dicho: que acaba bien para los buenos y mal para los malos, según dice Aristóteles que ocurre con los argumentos de más éxito entre el público.
P: Odiseo llora, cuando se reconoce en el canto de un aedo, alojado como huésped en tierra extraña, lejos de casa.
R: Nosotros no estamos acostumbrados a llorar en público, ni siquiera en privado. Pero eso es muy distinto en otras culturas, como la griega. El llanto de los héroes homéricos, tan frecuente, no significa que fueran sentimentales o hipersensibles, sino que vivían (al menos esos personajes) en una cultura de lo público en la que nadie se extrañaría al ver llorar a Aquiles u Odiseo.
En vida, Eurípides fue el más incomprendido por el público y el que cosechó menos triunfosJosé Torres, filólogo
P: Anagnórisis, catarsis. Palabras griegas.
R: Lo de anagnórisis es fácil: es el “reconocimiento” de personajes, ante todo en tragedia; es una palabra recogida en el Diccionario de la lengua española; algunos prefieren traducirla con el término retórico ‘agnición’. Catarsis es un problema distinto. Podemos usar correctamente la palabra en castellano para referirnos a cómo transforma al ser humano una experiencia especialmente conmovedora. Pero aclarar realmente qué quiere decir Aristóteles cuando habla de la catarsis de la tragedia no es tarea fácil. He oído a bastantes alumnos decir “lo de la catarsis lo tengo claro”; seguramente no era verdad, yo al menos no lo tengo claro. Es cierto, con todo, que podemos funcionar de manera básica con los dos primeros sentidos de ‘catarsis’ que propone el Diccionario de la lengua española: “1. Entre los antiguos griegos, purificación ritual de personas o cosas afectadas de alguna impureza. 2. Efecto purificador y liberador que causa la tragedia en los espectadores suscitando la compasión, el horror y otras emociones”.
P: ¿Es posible entender Occidente sin la literatura griega?
R: Desde el punto de vista cultural, Occidente, sin la literatura griega, no se sostiene. O bien habría sido algo muy distinto.
El pintor Alberto Guerrero analiza su evolución desde restaurador hasta pintor a dedicación plena y casi escultor. Un camino repleto de literatura, arte copto, diversión y sacralidad de lo material.
Una conversación en la que se abordan temas tan aparentemente distantes como los clásicos, la Movida madrileña, la poesía y la politización de la cultura. Luis Alberto de Cuenca es capaz de aunarlos.